Ana Raquel Febrero 1 

Ana Raquel Aquino / Opinión /

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“¿Desde qué estrellas hemos caído para venir a encontrarnos aquí?”

-F. Nietzsche

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No suelo hacer artículos cursis o de asuntos personales al estilo Cosmopolitan pero bajo la excusa que es febrero, el mes del amor, aquí mi historia de amor con un vampiro.

Hace casi dos años que conocí al que actualmente es mi novio. Eso no lo van a encontrar en ningún lado más que en un par de tuits. Mi relación a pesar de estar vigente en pleno siglo XXI, más pareciera ser una relación del siglo XIX. A mi pareja no le gustan las redes sociales -ni lo que significan-, no le gustan las fotos –mucho menos las selfies-, odia los centros comerciales, la gente en grupos numerosos (se exceptúan las manifestaciones, aparentemente) y las groserías. Es de los que aún cree en cortejar y no en coquetear. Es de los que da flores y libros en vez de salidas al cine.

Mi pareja tiene una personalidad introvertida pero al mismo tiempo es músico y hace canciones de protesta (lo pueden ver en estos videos). Yo creo que es un poco contradictorio pero ¿quién soy yo para juzgar? Prefiere los lugares “honestos” que son los lugares que no aparentan nada; que no son ostentosos, en sus palabras. Debido a su gusto por lo minimalista es que tiene un carro del ’87 al que yo denomino el cochebomba porque pareciera que lo podríamos aparcar frente a cualquier banco y hacerlo estallar al estilo de un performance en contra del sistema financiero.

Desde que lo conocí, platicamos por correo electrónico –menos mal y no cartas-. El celular, que también era parte del combo rebeldía anti-sistema, juega el rol de: simple aparato plástico de menor importancia. Así que para hablarle debía enviarle un correo electrónico o un mensaje de texto; ni mencionemos la idea de un whatsapp o un inbox. Él tenía lo que los chapines llamamos un “frijolito”. Me acostumbré a la idea de que era diferente a lo que conocía aunque me costó más de 6 meses comprender su visión del mundo. Me frustraba constantemente por no entenderlo. Aquí es donde cometí el primer error.

Yo no tenía por qué entender nada.

Cuando uno está con alguien uno lo quiere tal cual es, sin intentar cambiar nada. Por más extraño que sea para nuestra concepción mental. Porque las palabras: raro, anormal, antisocial, diferente y similares son construcciones mentales de lo que nosotros –siendo egoístas- pensamos que es “normal”. Por normal nos referimos a “lo que está bien” en nuestras cabezas. La verdad es que nada en este planeta –ni en el resto de la Vía Láctea- puede ser valorado como bien o mal. Las cosas simplemente, son.

Al principio me sentía mal por no poderlo entender. No creía en el fondo que el mantra de la simplicidad máxima era cierto, pensaba que me ocultaba algo o que había algo más. No era de los que invitaban a salir un viernes por la noche. De hecho, ahora sé que es porque odia los viernes y el tráfico infernal en ellos ¿cómo culparlo? Mandaba mensajes deseándome “lo mejor en mi día” y después desaparecía. Recibía noticias de él cada uno o tres días, ahora sé que “no me quería hostigar”, que él cree que la etapa previa al noviazgo debe ser lenta para conocerse “de verdad” (aquí todavía tengo mis reservas).

Tenía una vaga idea de lo que hacía para vivir porque tampoco le gustaba decirme a dónde iba o qué estaba haciendo, decía que ahora todo mundo está enterado de lo que uno hace por las redes. Con un simple clic uno le indica hasta a la abuelita donde está comiendo, de nuevo ¿cómo contrarrestar este argumento? Aunque pensaba que era un poco paranoico, no dejaba de tener razón. Tal vez todos los que estábamos inmersos en este mundo virtual éramos los locos y él, que intentaba mantenerse al margen, era el cuerdo. Ahora concluimos en que no hay necesidad de ser tan radicales, aunque creo que eso no va con su estilo.

El tiempo pasó. Al año de haberlo conocido yo estaba en una disyuntiva: seguir intentando verlo o bien, dejarlo ir. Los mensajes de texto “espero esté bien”, empezaban a parecer una burla y quería matarlo cada vez que recibía uno (hipérbole necesaria). Decidí seguir intentando algo que nunca había estado seguro, por así decirlo.

Me di cuenta las veces que salíamos, que él me observaba mucho. Ponía tanta atención a lo que decía, me cuestionaba todo. Nunca me daba (ni me da) la razón, discutíamos las cuestiones más simples hasta las más filosóficas; entendí entonces que era alguien con quien podía conversar sin ataduras ni límites. Caminábamos por horas en los alrededores de mi casa. Su visión del mundo era tan diferente a lo que yo conocía que parecía un cuento fantasioso y fue la razón principal por la cual escribí “esta no es una historia de ciencia ficción”, explicando su manera de pensar previa entrevista con el personaje principal.

En mi casa, mi mamá no estaba muy contenta los primeros meses, decía que salía con un vampiro porque solo aparecía esporádicamente de noche y como tiene la piel algo (bastante) blanca, encaja perfectamente en el perfil. Para todas las amantes de los cuentos de antihéroes saben lo atractivo que puede llegar a ser eso, así que no fue un desincentivo.

Pasó más tiempo, las llamadas aumentaban. Nos conocimos más y mejor.

Él empezó a abrirse conmigo. Empecé a saber más de su vida, lo que hacía y el por qué de todas las cuestiones que a mi parecer eran extrañas. Me explicó hasta con señas lo que significaba para él vivir en una época donde todo mundo está conectado al teléfono. Yo nunca lo vi así. Desde esos días hasta hoy, no puedo detestar más cuando alguien ve su celular mientras me habla. Siempre lo recuerdo a él. Siempre recuerdo cuando salimos y el celular no existe. Nadie más que nosotros dos.

Lo que aprendí siendo novia de un vampiro…

  1. Tener una relación fuera de las redes sociales significa enamorarse sin necesidad de likes. Sin necesidad de la aprobación de todos los que conoces y los que no. He conocido parejas con problemas porque alguien le dio ‘me gusta’ a una selfie de hace tres años y eso le hace un acosador que quiere ser más que tu amigo. Esto explica la demanda masiva de artículos en internet sobre “cómo evitar que las redes sociales arruinen mi relación” (si buscan se sorprenderán de la cantidad). Una relación madura no va a ninguna parte si tiene que defenderse de todo el sindicato de amigo(a)s en tus redes sociales.
  1. Sin redes, ni celular, ni distracciones, el tiempo que uno comparte es real, 100% real. No estoy diciendo que cancelen su plan de datos del celular. Solo comparto que desde que dejo el celular en mi casa cuando salgo me la paso mejor y estoy al 100% con mi pareja. Nada de distracciones, ni ventanas de chats abiertas.
  1. Tener una vida conectada a la computadora o a la tecnología no es tener una vida tranquila. La sobre información que existe, el bombardeo y exigencia que –en tiempo real- se nos da, provoca ansiedad. Hay muchas otras actividades de las cuales los habitantes del siglo XXI parecieran desconocer, una de ellas es leer. Al final, si se quiere conocer a alguien interesante, el mejor consejo sería ser interesante para poder aportar, solo digo.
  1. En una relación no se exige, ni se juzga. Se quiere y valora a la otra persona por quién es. Se quiere tanto, desinteresadamente, que no hay necesidad de hacerla encajar en lo que teníamos planificado que fuera. El amor no juzga lo distinto, aprende a entender comunicando de la manera correcto lo que no nos parece o nos molesta. Nunca exige adaptar al otro a nuestros moldes sino llegar a un consenso.

Al final no tenemos tanto tiempo. Nuestros minutos en este mundo son tan escasos que no creo que valga la pena ir por allí con un montón de relaciones desabridas, coqueteando con todo el mundo. Tampoco tenemos tiempo para estar dando el corazón a medias o estar engañando a alguien más. Creo que si tenemos poco tiempo hay que gastarlo de la mejor manera: pasarla bien, comer rico y querer mucho.

¡Feliz día del amor en todas sus formas y colores, sin pre conceptos ni perjuicios!

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