Guatemala está atravesando un nuevo proceso electoral democrático. Las luces de la expectativa se dejaban ver desde que en 2015 se decía que este proceso electoral marcaría el rumbo del país. El rescate de la democracia y la construcción de nación llegarían con este momento.
Este proceso electoral ha sido de los más atípicos y será recordado como el proceso en el que se establecieron nuevas normas electorales a los partidos políticos, en que varias candidaturas cayeron por problemas judiciales, en donde los fantasmas del racismo hicieron presencia y se visualizaron expresiones de inconformidad ciudadana con el voto nulo y con una fuerte apatía electoral. Unas elecciones desdibujadas, fuera de la normalidad.
El resultado deja dos candidatos a la presidencia que se les reconoce como militantes de la partidocracia tradicional con una fuerte representación legislativa, un imperante síndrome de Estocolmo en los vecinos de varias municipalidades y recientemente, inconsistencias en los resultados, que dejan un mal sabor de boca para muchos.
Acabado el proceso, el momento postelectoral en que nos encontramos actualmente desgasta y desanima a una ciudadanía que de por sí ya muestra síntomas de mareo y desaliento –si así lo permitimos–.
Como escribe Alfredo Ortega en su columna: “pareciera que después de las elecciones del domingo, queda claro que la muerte ha triunfado en Guatemala –o quizá nunca la ha soltado–.” [1] Sin embargo, aún con un sinfín de condiciones desfavorables, en el retrato que describe, la fe, el amor y el arte siguen presentes incluso en los lugares más inhóspitos, porque somos los ciudadanos que tejemos dignidad en la cotidianidad quienes mantenemos fuerte y altiva la esperanza.
Las lecciones que nos quedan son muchas, y aún con el panorama tan difuso, estancarse en la apatía generalizada y desanimo colectivo es estancar la construcción de democracia, después de todo, 2019 nos alienta y nos enseña que es posible hacer política limpia, de fondo, con bajo financiamiento, consecuentemente esto permite incidir y transformar muchos más espacios.
El siguiente paso no es esperar cómodamente los próximos cuatro años y caer en una depresión política, es cuestión de responsabilizarse como ciudadanía porque somos nosotros quienes trazaremos las líneas en las que caminaremos para la siguiente elección.
[1] Ortega, A. (2019) El triunfo de la muerte. Plaza Pública. Recuperado de: www.plazapublica.com.gt