Pedro Gordillo/ Colaboración para INTRAPAZ/
¿Es posible imaginar a un hombre suspendido del trabajo a causa del período de lactancia de su hijo? ¿Un hombre llorando desconsoladamente en los brazos de otro? ¿Una mujer arreglando la tubería de la cocina?
¿Por qué nos cuesta imaginarnos estos escenarios?
Más allá de entender que vivimos en una sociedad dominada por el machismo y que el poder masculino radica en instituciones y estructuras, es importante comprender que este discurso se encuentra interiorizado, enraizado, encarnado en cada uno de nosotros –incluso en el subconsciente de mujeres y niños- y lo reproducimos en nuestras relaciones interpersonales. La dominación masculina es un poder que forma parte de lo cotidiano, presente en la religión, la familia o la vida intelectual, especialmente en la economía y la política. En ese sentido, se asocia la identidad masculina en términos de competitividad y de ejercer dominio y control, enfatizando que los hombres han gozado privilegios frente a las mujeres a lo largo de la historia en forma constante de violencia y de opresión femenina.
Sin embargo, los hombres también sufren de esa violencia estructural derivada del machismo. Aunque es el hombre quien detenta los privilegios en esta sociedad y cultura, estas estructuras conllevan implicaciones psicológicas, culturales y biológicas para ellos. La manera en la que se constituye este mundo de poder masculino puede generar dolor, aislamiento y alienación tanto en mujeres como en hombres, afectando directamente en la salud o bienestar general. Rasgos como el miedo, las lágrimas, el dolor o cualquier manifestación extrema de sentimientos no tienen cabida en el estereotipo de hombre.
Es necesario recalcar que estos patrones machistas no son exclusivamente una reproducción del hombre mismo, ya que la mujer detenta un rol importante en la representación de esta condición. Esto es visible en las tareas adjudicadas en el hogar por nuestras madres y abuelas, pero también en las parejas –novia o esposa-: “las mujeres atienden a los hombres en la mesa”, “los hombres pagan”, “en casa es él quien cambia el foco y arregla el carro”, “ella cuida a los niños”.
El género es una categoría construida social y culturalmente que viene a definir qué se entiende en cada sociedad y cultura por femenino y masculino. Por tanto, delimita qué valores, conductas y expectativas deben ser propias de los hombres y cuáles propias de las mujeres
(EMAKUNDE-Instituto Vasco de la Mujer, 2008).
El hombre es una figura construida socialmente como el proveedor o sustentador, un ser que depende del éxito y es edificado bajo el ideal de dominante, destreza y habilidad física. De coraza dura, aprendiendo a eliminar los sentimientos, a esconder emociones y suprimir necesidades. Prueba de ello son las tensiones, ansiedades y depresiones que puedan causar en un hombre, el desempleo por ejemplo.
No es necesario ser un experto en el tema o leer un libro al respecto, basta comprender y observar patrones sociales de interacción entre hombres. Por ejemplo, los hombres no se juntan a tomar un café o cenar para discutir sus problemas en el hogar, se juntan a tomar una cerveza y ver partidos de fútbol. La premisa de que “los hombres no lloran”, forma parte de la construcción social del género en nuestra sociedad que puede resultar afectando a la persona con vidas insanas y empobrecedoras, particularmente en su vida de pareja. La dulzura, las emociones o la vulnerabilidad son vistas como poco apropiadas del carácter masculino.
Por lo general, los varones son iniciados a la hombría a temprana edad, obligados por otros hombres que los rodean. Llevarlos a un prostíbulo, obligados a pelear en el centro educativo o tomarse una cerveza a temprana edad, es una de las tantas formas de construcción de género e identidad de manera forzada que los limita a desarrollar otras capacidades como la paternidad responsable, por dar una idea.
La masculinidad es reprimida por los roles sociales.
Ver llorar a un hombre tras sentir los movimientos de su bebé dentro del cuerpo de su pareja es uno de los sentimientos más originales que puedan ser experimentados. Pero bajo los patrones del modelo hegemónico, muchos hombres seguramente encuentran incomodidad y molestia en estos rígidos esquemas. El papel de “macho alfa” puede afectar la salud mental en temas de autoestima, haciendo al hombre vulnerable ante ciertas situaciones. Si bien existen varones que tratan de alejarse de este referente, esto no resulta fácil debido a las exigencias sociales y culturales. Por ende, muchos optan por un código de silencio que limita a exponer a otros sus miedos, sus emociones, sus orientaciones sexuales, etcétera.
Esta represión o interiorización puede acarrear serias consecuencias en la vida de hombres y mujeres, ya que reduce las posibilidades de desarrollar capacidades de libertad individual o colectiva, pero también de condiciones de igualdad frente a otros. Condiciones de igualdad que puedan ser atribuidas a lo masculino y lo femenino con beneficios directos para los propios hombres. Especialmente porque ser un hombre en situación de igualdad supone “asumir mayores responsabilidades hacia el cuidado de las demás personas, pero también de uno mismo; aumenta la autoestima; favorece el crecimiento personal, y aumenta la calidad en las relaciones tanto con las mujeres como con otros hombres, entre otras ventajas.” (Emakunde, 2008)
Este artículo en ningún momento intenta defender al hombre o justificar actitudes frente a la mujer. Es un intento de apertura de la discusión para comprender la violencia de género en todos sus componentes y el daño que este le provoca a una sociedad, tanto hombres como mujeres. Su fin último es superar los patrones y conductas de dominación que hasta ahora hemos conocido. Cuando concibamos la idea que tanto el hombre como la mujer, tienen el derecho de suspensión médica por período de lactancia para dedicarse a su hijo, será un punto de partida de nuevos referentes para una masculinidad cuidadora y comprometida, igualitaria. El espacio familiar puede ser fundamental en un proceso de cambio de actitudes y patrones.
La fotografía en la cabecera de este artículo pertenece al trabajo del fotógrafo israelí Nir Arieli. A través de su trabajo intenta representar aquellos gestos asociados a lo femenino y que forman parte de las emociones de los hombres, pero que son reprimidas por los roles sociales. “La dulzura, las emociones o la vulnerabilidad”, son vistas como poco apropiadas del carácter masculino, explica Arieli.
Fuentes:
EMAKUNDE-Instituto Vasco de la Mujer (2008). Los hombres, la igualdad y las nuevas masculinidades. Vitoria-Gasteiz.
Garda, R. (2004), “Complejidad e intimidad en la violencia de los hombres. Reflexiones en torno al poder, el habla y la violencia hacia las mujeres”, en Teresa Fernández de Juan (coord.), Violencia contra la mujer en México, Comisión Nacional de los Derechos Humanos, México.
Miguel Angel Ramos Padilla (2003). Salud mental y violencia estructural en varones de sectores urbanos pobres. En: Cáceres, Cueto, Ramos, Vallenas (Coordinadores). “La salud como derecho ciudadano. Perspectivas y propuestas desde América Latina”. Universidad Peruana Cayetano Heredia. Lima. Pags. 309 – 318.
Fotografía de portada: www.huffingtonpost.es