Fátima Rodríguez/
“La plaga de la humanidad es el miedo y el rechazo de la diversidad: el monoteísmo, la monarquía, la monogamia. La creencia de que sólo hay una manera correcta de vivir, sólo una forma de regular el derecho religioso, político, sexual, es la causa fundamental de la mayor amenaza para el ser humano: los miembros de su propia especie, empeñados en asegurar su salvación, seguridad y cordura”. Thomas Szasz.
Estaba regresando de una gran aventura por Egipto, que me había dejado agotada físicamente, pero llena de energía emocional. Estando sentada en unas bancas de espera en el aeropuerto de Madrid (había perdido mi último vuelo para llegar a casa y tenía que esperar un par de horas hasta el siguiente vuelo que me llevaría allá), me puse a observar a todos los que se iban preparando para su control migratorio para poder volar. Había una mezcla de emociones en ese lugar, muchos besos, llantos, despedidas y palabras de cariño de aquellos que se quedaban, para aquellos que tenían que tomar un avión a cualquier parte del mundo.
Vi muchos tipos de besos y muestras de despedida en ese lugar.
Por ejemplo, dos abuelos besando a su nieto que se iba de viaje de estudios con todo su curso, dándole muchas bendiciones y pidiendo que les enviara fotos para estar al día con lo que hacía. Observé a dos amigas que parece que tenían mucho tiempo sin verse, porque ambas se pedían no perder nunca más el contacto y comunicarse por redes sociales. Antes de partir, cada una por diferente lado, se tomaron una fotografía, se dieron un beso en cada mejilla y se dijeron un hasta pronto y que ojalá sea más pronto que tarde. También vi a varias parejas que no se querían desprender la una de la otra, dándose besos y abrazos, quizá uno por cada día que iban a estar separados, aunque algunos parecían que iban a estar más separados que unos días, era como si se separaran por toda la eternidad.
Entre esas parejas, vi a dos chicas, muy guapas las dos, no pasaban de 35 años y eran muy parecidas físicamente. Incluso podrían hacerse pasar por hermanas, eran castañas , casi llegando a rubias, el cabello liso suelto muy abrigadas, porque era un día muy frío en Madrid, la temperatura apenas sobrepasaba los 0 grados centígrados.
Se pararon enfrente la una de la otra, a unos escasos pasos del primer control de seguridad y se fundieron en un abrazo que unió sus cuerpos y las hizo una sola persona, al menos por un par de minutos.
Una de ellas, quizá la más joven de las dos, no pudo contener sus lágrimas y a pesar de sus esfuerzos, le fue inevitable no caer en un llanto lleno de sentimientos, sobre todo de tristeza. La otra de las chicas, al ver la reacción de la primera tiró su maleta y como si una distancia abismal las separada, corrió de inmediato a abrazar a su amada, le dio dos besos más uno en la frente con el que recuerdo que le dijo “cariño”, y otro en la boca, tan corto pero fuerte y puro, con el que completó la frase diciendo “ya no llores más”.
Luego de esto, cada una cogió su maleta, al parecer cada una viajaba a un lugar diferente, y se dispusieron a caminar; pero como cual imán atrayendo metal, no pudieron separarse ni un minuto, ya que casi de manera inmediata, volvieron a correr la una a la otra y se volvieron a dar un beso de aquellos que todos alguna vez debiésemos tener en nuestra vida. Todo el mundo caminaba a su alrededor, pasaron muchos a registrar su viaje, pero el tiempo se detuvo para ellas dos, en aquel beso de despedida momentáneo. Ahora si era momento de partir, y parece que ese beso las llenó de energía y fortaleza, porque ahora si, a pesar del dolor de su alma, las dos estaban listas para partir, cada una para una dirección separada.
Si me preguntan si alguien se inmutó, las vio raro o dijo algún comentario hiriente, abusivo o desgarrador, no. Mi respuesta es un absoluto no.
A pesar de estar en una hora muy transitada y con muchas personas a su alrededor, nadie las vio raro o puso mirada de desaprobación. Como quisiera yo tener un amor de esos y como quisiera más, vivir en una sociedad así, tan abierta, tolerante y libre, como aquella que ni se incomodó con tan bella, tierna y sincera demostración de amor.
Espero que todas esas despedidas que ocurriendo en ese lugar, en aquel momento, hayan sido solo un hasta luego momentáneo y que muy pronto, todas esas parejas, abuelos y nietos, hijos y padres, puedan reencontrarse, para darse otro beso, otro abrazo, pero ahora de alegría y felicidad.