Magda Angélica García von Hoegen/
La realidad parece ser un conjunto de ventanas donde se considera “mundo” lo que existe en el espacio de sus fronteras. Un conjunto de esquinas que muestran universos paralelos y distantes, pero todas tienen algo común: un constante movimiento.
Una ventana se abre y muestra a María Elena, apurada con los quehaceres del hogar a las cuatro de la mañana. Acompaña la salida del sol encendiendo el fuego para dar alimento a su familia; limpia la casa, atiende al suegro, al esposo, los hijos y cuando finalmente queda sola en el espacio de su mundo, inicia el tejido de collares, trabajo que sí podrá canjear por un poco de dinero, que nuevamente beneficiará a su familia. No para un segundo hasta llegar la noche.
Otra ventana aparece y devela un nuevo territorio formado por una red de mujeres unidas a través del ciberespacio; mujeres de Latinoamérica, que no se han visto a los ojos, pero comparten un deseo: saberse mujeres y construir una dimensión colectiva del auto cuidado. Esto provoca un debatir en un espacio democrático, donde caben pensamientos, experiencias, el sentir sobre esta dimensión olvidada en el entorno capitalista.
Detrás de ambas ventanas, habitan seres que han decidido hacer un alto dentro del movimiento del tiempo para analizar su vida, la de todos los días, y desde allí comprenderse y re significarse. Ambas son realidades paralelas, mundos que se encuentran en un punto, sin tocarse ni conocerse. Es una relación dialéctica entre la valoración de sí mismas, la decisión del papel que se quiere jugar a pesar de los cánones y roles tradicionales asignados.
Un cuestionamiento sobre la concepción del trabajo de las mujeres rurales de Guatemala, retratados en la vida de María Elena y otras muchas a lo largo del país, se recoge en el trabajo “Tejedoras del camino del buen vivir. Mujeres que investigan las formas económicas de la vida rural”. [1]
Esta iniciativa innovadora, cumplió con un fin profundamente transformador al tomar en cuenta como investigadoras a jóvenes que viven la ruralidad en carne propia y trascendieron los cánones de la concepción de quien hace investigación como un ser erudito, casi irreal, que reflexiona desde las altas esferas. Aquí, mujeres cuyo grado de escolaridad variaba desde haber concluido la secundaria, hasta aquellas que habían logrado llegar al tercer grado de primaria, se constituyeron en expertas, capaces de observar una realidad totalmente vinculada a su ser, reflexionar sobre ella y plantear transformaciones desde aspectos como la identidad, el territorio y la valoración del trabajo dentro del proceso de producción económica.
El contexto de estas mujeres y me atrevería a decir, que es compartido por aquellas que viven en las urbes, aún enfrenta la invisibilización del trabajo doméstico como un elemento que contribuye a productividad. Ante ello, toda labor que realizan como plataforma para asegurar el funcionamiento familiar tanto a nivel físico, emocional y psicológico, no es tomado en cuenta como un aspecto que permite subsistir a los colectivos dentro del sistema.
Este trabajo plantea que existen otros elementos que le dan valor a la mercancía, tales como el esfuerzo que se ha invertido en su elaboración, los aspectos simbólicos y las necesidades que satisface. Si se toman en cuenta estos aspectos, el trabajo doméstico es un factor de valor significativo, que aún sin ser remunerado, incide directamente en los sistemas de producción.
Pero, es importante ir un paso más allá y cuestionarse ¿en qué nos ha convertido ese sistema, cuando el ser humano se convierte en un objeto más, concebido como máquina de producir? Es decir, cuando nos exige alejarnos cada vez más de nuestra condición humana.
En palabras sencillas ¿dónde quedó el derecho a ser y a vivir? ¿qué valor se le puede dar al cansancio que se hace crónico? O en palabras de las investigadoras “¿Cómo medir el gasto de energía tanto físico como emocional en nuestra labor diaria? ¿Quién debe asignar el valor a lo que hacemos, los seres humanos o el mercado? ¿Cuándo es que somos madres o agentes económicos? ¿Cómo es que la tierra es nuestra madre, pero también es mercancía?
Es aquí donde convergen las dos ventanas. Tanto las mujeres en las áreas rurales como las de las urbes se preguntan lo mismo. El segundo escenario refiere a un diálogo feminista iniciado por activistas e intelectuales de Latinoamérica en enero del 2012, el cual ha sido un proceso de reflexión sobre el auto cuidado como postura política.
En este debate, ese cumplir con las exigencias del mercado y del sistema, más allá de las propias fuerzas, que es vivido en todas las esferas sociales, cobró vida y nombre. Se le denominó “Estado de Extenuación Emocional, o EEE.”[2] Parece ser un buen paso, porque lo que no tiene nombre, no existe. Ahora esa situación hasta ahora invisible, emerge como un asunto real.
Es en este contexto donde el auto cuidado se transforma en un planteamiento político, pues trasciende la esfera privada para convertirse en un elemento de discusión en la opinión pública. Tanto las mujeres como los hombres tienen el derecho de contar con espacios que permitan desarrollar las áreas que les hacen esencialmente humanos; un derecho a la salud no solo física, sino mental, emocional y espiritual. Un derecho a lo lúdico, al ocio, al goce de la vida.
Una de las mujeres participantes en el debate refiere que a su edad actual (50 años) se siente “como un jardín abandonado, como flor que se va marchitando”, pues su vida ha girado alrededor del activismo social, bajo un paradigma de constituirse en “salvadora del mundo”, lo que se convierte en una contradicción, puesto que al perderse en la lucha por la defensa de los derechos de las mujeres desde los 16 años, se olvidó de sí misma, lo cual refuerza el hecho de construir su identidad a partir de un paradigma de “ser para los demás”.
[1] Investigación realizada en alianza del Instituto de Estudios Humanísticos de la Universidad Rafael Landívar y la Alianza de Mujeres Rurales. Guatemala, marzo de 2012
[2] Término acuñado por Ana María Falco del Consorcio Oaxaca y organizadora del debate virtual. Recuperado de debatesfeministas@googlegroups.com el 28 de marzo de 2012.