Sergio García Mejía/Camino Seguro-Safe Passage/
Federico* sortea sus días trabajando en el basurero de acartonador – especialistas en recolectar y clasificar el cartón para luego venderlo a las recicladoras por una cantidad irrisoria de dinero–. Federico* es uno de los más de 510,000 niños menores de 14 años que se ven forzados a trabajar en el país.
Los 2 años de sobreedad que tiene Federico en el tercer grado de primaria, están a punto de dejarlo fuera del ring de combate que es el excluyente sistema de educación pública. Su escuálido cuerpo y atezada piel hablan por su deficiente nutrición y las horas diarias que trabaja bajo el sol. Los maestros en su escuela han perdido la paciencia con él –o nunca la tuvieron– y le auguran un año más de repitencia. «Tiene mala caligrafía» «No copia los dictados» «No sabe agarrar el lápiz» «No sabe las tablas» «Solo a fregar llega a clase», son los insignificantes y medievales motivos por los cuales no podrá avanzar. El modelo educativo es cuadrado y no admite curvaturas: solo es válido si te alineás a él. El sistema anula la creatividad y perpetúa la mediocridad y el verticalismo.
Así, miles de niños trabajadores en el país nacen con una sentencia segura: quedar afuera de un sistema que ni siquiera les dio la oportunidad de entrar.
Chavelita* vive a pocos metros del basurero, donde sus padres trabajan. Ella asiste a la escuela pública; allí de salud sexual se habla a cuentagotas y se trata el tema como si estuviéramos en el Paleolítico. El primer cuatrimestre del año en curso, según datos del Observatorio en Salud Reproductiva, ha venido con esta cifra vuela-sesos: 20,014 niñas y adolescentes –edades entre 10 y 19 años– están embarazadas. La violencia sexual y una estéril educación sexual se reparten las culpas. Otra cuchillada más: 1 de cada 5 niños que nacen en el país son hijos de jóvenes entre 15 y 19 años. Es la sociedad de los niños que crían niños, de niñas que apenas se despegan del seno de su madre y ya exudan las primeras gotas de calostro.
Sociedad en pañales, en pañales llenos de basura.
Se ha erigido un faro a pocas cuadras del basurero: «Camino Seguro». Federico* el acartonador,ya no es un jornalero en el basurero desde que se prohibió la entrada a menores –aunque aún se las apañan para trabajar de alguna forma u otra–, ahora asiste al proyecto junto a otros 300 niños(as) y jóvenes. Llega puntual todas las tardes y luego de un elemental almuerzo va y entra al salón de Expresión Creativa, rompe el cartón que cubre el nuevo ukulele que han donado a la organización y se predispone a dar sus primeros charrangueos, también se atreve con el piano. Con el mismo cartón reciclado, junto a su profesora ha hecho un “Globo de Sueños”, que no es más que un artesanal y colorido modelo de globo terráqueo en donde ha escrito todos sus sueños para echarlos a volar. Está decidido: «Quiero ser músico y tocar todos los instrumentos», se lee en uno de ellos. El arte lo reconoce como humano, como persona, le proporciona dignidad propia y se forma una identidad única.
Ya lo dijo José Antonio Abreu – creador del exitoso modelo de orquestas juveniles en Venezuela – «La verdadera pobreza no es la falta de pan o techo, es la sensación de no ser nadie».
Federico* también forma parte del programa de tutorías, ahora desarrolla y explota sus aptitudes en un ambiente de seguridad y confianza junto a su tutor voluntario; ha mejorado su autoestima y han aumentado sus conocimientos lógicos, sus capacidades creativas y espaciales, su autoconfianza y su habilidades lectoras de imaginación, análisis, interpretación y fluidez. Mientras aprende de forma divertida, Federico* se alista para devorarse el complicado y excluyente ciclo escolar. El programa no garantiza la aprobación del grado escolar, no es su objetivo, sino la búsqueda de la formación educativa íntegra y holística del estudiante. Federico* lo único que necesita es un espacio donde se sienta importante y donde sepa que los errores y las equivocaciones no equivalen a un regaño, un cero o una equis, sino a la única forma de avanzar y aprender.
Federico ya no teme equivocarse, y trabaja para desarrollar sus múltiples inteligencias; finalmente ha comprendido el proceso de multiplicar tras ensayar y errar muchas veces; leer tampoco había sido antes tan divertido, ahora es capaz de inferir y predecir situaciones en sus cuentos favoritos, no es una lectura vacua y robótica, sino la oportunidad de reinventarse en cada ocasión: Ha escrito sus primeros poemas y se siente orgulloso de ello. Para finalizar la tutoría juega una partida de ajedrez, en su mente traza la diagonal que precede a su alfil y se prepara para fulminar a su oponente y al mundo entero cantando a los cuatro vientos un jaque-mate: Está adentro de un juego al cual no había sido invitado a jugar.
Chavelita* también asiste el proyecto, en clase de Salud ha aprendido todo lo que los tabús de nuestra sociedad falso-moralista le han impedido. Ella sabe hoy que es la única que posee el dominio sobre su sexualidad, y tiene el derecho y la obligación informarse al máximo acerca del tema. Su profesora entiende que la mejor manera de aprender es jugando y divirtiéndose, así que han puesto a girar la “Rueda de la Malafortuna”, tomando por mala fortuna la adquisición de una ETS –Enfermedad de Transmisión Sexual– y por victoria o seguridad: un preservativo. Chavelita* también es consiente que no debe tolerar cualquier tipo de agresión sexual y sabe las formas para denunciar estos hechos de manera inmediata.
Chavelita* y sus compañeros(as) hoy están informados(as), crecen como mujeres y hombres con mayor confianza y seguridad, a sabiendas que la igualdad, el respeto y la tolerancia conforman el camino para el desarrollo de una sociedad más justa además de equilibrada. Ellos(as) tienen tomado el sartén por la mano de su sexualidad y se alejan así de las estadísticas de embarazos prematuros y violencia sexual.
Estas y otras muchas tareas son llevadas a cabo entre dedicados voluntarios de Guatemala, Estados Unidos, El Salvador, Argentina, Honduras, Nicaragua, Canadá, Inglaterra, Suráfrica y otros países del mundo. Biblioteca, clases de idioma inglés, breakdance, deportes y educación física, computación, música, área de cocina, alfabetización de señoras –en su mayoría madres solteras–, guardería, capacitaciones de elaboración de bisutería –collares, pulseras y aretes realizados con material reciclado del basurero, la bisutería es vendida por la organización y el dinero obtenido va directo a las señoras de la comunidad que las elaboran–, mentorías –tutorías con estudiantes en nivel diversificado con el fin de que logren ingresar a la universidad– y un largo etcétera, son algunos de los múltiples ramales que Camino Seguro ha desarrollado en sus 15 años de existencia.
El gobierno de Guatemala se ha propuesto explorar la posibilidad de imponer un tributo más: El impuesto de seguridad. Su objetivo es la compra de mayor armamento y equipo para reforzar a la Policía Nacional Civil y garantizar la seguridad pública. En Camino Seguro se ha desviado la mirilla y se apunta hacia a otro lado, una seguridad armada con amor, trabajo y dedicación, con balas como oportunidades y en la recámara, los fundamentos de respeto mutuo, comunión y libertad de pensamiento y expresión. El gatillo es la educación y el dedo que lo jala: la gente.
Antagónicos conceptos de seguridad bajo un mismo cielo, citando a Javier Payeras: «En medio de todo, el amor nunca se detiene. Según el Popol Vuh en el infierno también hay flores».
*Nombres ficticios