Luis Arturo Palmieri/ Corresponsal/
Como futuro político –y tal vez funcionario público-, me he visto forzado a nunca olvidar y constantemente recordar que este tipo de personas están continuamente bajo la lupa de la sociedad y bajo la linterna de los medios de comunicación. ¿Por qué hechos como el empujón de Alejandro Sinibaldi a Mario Taracena, la tirada del vaso de agua de parte de Anabella de León a este último, los famosos videos de Luis Reyes Mayén, los twits de Harold Caballeros, los viajes y festines dinerarios del hijo de la vicepresidenta, entre otros, son conocidos y criticados por un considerable número de personas?
Esta pregunta la podemos contestar fácilmente con una sentencia de la Corte de Constitucionalidad en la cual menciona con claridad que no admite discusión alguna, que: “Los funcionarios públicos, por el desempeño de la función que le es propia, están sujetos a un mayor escrutinio por parte de la sociedad (…)”.[1] La Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos por su lado, también ha puesto de manifiesto este hecho al decir que: “el debate sobre los asuntos de interés público debe de ser desinhibido, robusto y absolutamente abierto, por lo que perfectamente puede incluir fuertes ataques vehementes, casuísticos y a veces desagradables contra el gobierno y los funcionarios públicos”.[2]
Una persona debe de ser extremadamente cuidadosa con lo que hace, con lo que dice y con quien se reúne, ya sea cuando usa la camiseta del equipo de la ciudadanía en general, o ya sea vestida con el exclusivo tacuche de político o funcionario público.
Estos últimos más que cualquiera, poseen la obligación moral de comportarse y actuar, tanto en su vida privada como en su vida pública, con decoro y decencia, evitando a toda costa bochornos y “clavos” que los puedan comprometer y dejar mal vistos ante la colectividad. Recordemos, con palabras de Paco Reyes, que “en un gobierno, su responsabilidad, éxito y deterioro se inicia el primer día de gestión y concluye el último”. Nuestro honor, reputación y solvencia las vamos construyendo poco a poco, pero lamentablemente toda esa estructura se nos puede venir abajo muy fácilmente.
Plutarco, un político griego que no se separaba de su pluma y sus escritos, dejó un gran legado de obras en las que resalta cómo es la vida pública y cómo es que se debe de conducir moralmente un político. Y en relación al tema que hoy me ocupa, señaló: “Pues los hombres que ocupan un cargo político no sólo deben dar cuenta de las cosas que dicen y hacen en público, sino que también deben preocuparse de sus comidas, de sus amores, de su matrimonio y de todas sus actividades frívolas y serias”.[3] También hace referencia a un audaz general ateniense llamado Alcibíades y dice que “a pesar de ser el más eficaz de los ciudadanos en la política y un general invencible, lo arruinaron sus costumbres licenciosas”.[4] Es por esto que –idealmente- los funcionarios y personajes políticos deben de tener perennemente una conducta intachable. Y hago aquí la ineludible acotación de que esto no debe ser así solo para ellos, sino que también nosotros, los que no vivimos bajo la lupa y la linterna, debemos de procurar actuar con mesura y recato.
Llegado a este punto, he llegado a creer que es cierto lo que dicen acerca de que una cicatriz o una arruga es más deplorable cuando está en la cara que cuando está en cualquier otra parte del cuerpo; y así, del mismo modo, es que pequeñas faltas se magnifican y parecen mucho más grandes cuando se observan en las vidas de políticos y funcionarios.
Repito: es por ello que estas personas han de ser en extremo cuidadosas y mantenerse siempre al margen de cualquier estrafalario resbalón.
Ya vemos entonces que la vida de los políticos y sus familiares no es siempre color de rosas. Vivir bajo el constante escrutinio público no ha de ser cosa fácil. El punto de este artículo no es hacer una panegírica ni una crítica a los políticos y funcionarios públicos. El objetivo es decirles a ustedes –y de paso recordarme a mí- que, aunque no les guste la política y aunque no quieran incursionar en ella algún día, es menester que como personas comunes y corrientes, actuemos siempre con el decoro y la prudencia que olvidaron aquellos (y aquellas) que mencioné al principio de este escrito; como si estuviéramos, al igual que ellos, en el ojo del huracán.