Gabriela Carrera / Corresponsal /

Me subo al carro con don Carlos. Este es otro viaje más. Vamos, venimos y luego se suma a la lista de aquellos lugares que nos toca visitar por trabajo. Llegamos a Cuatro Caminos, ese punto en donde se decide cuál será el próximo destino: ¿Quetzaltenango? ¿Huehuetenango? ¿San Marcos? Totonicapán.

Más de 180 kilómetros recorridos, más de un río visto, y comienzan las montañas imperiosas de lo que se conoce entre los indígenas de Totonicapán como Chimuiquená. El lugar del agua caliente. Al llegar a la cabecera departamental, se entra a una manera diferente de entender la vida. El idioma predominante, el quiché, es rico en metáforas, en alusiones, en reveses de imágenes. Es un idioma plenamente poético.

El patrono, San Miguel Arcángel, no sólo cuida la Catedral, vecina de un Teatro Municipal que da cuenta de la elegancia de su tierra natal. El Arcángel más valiente de la cohorte de Dios cuida también los dos parques –uno antiguo y uno muy moderno-, en donde seguramente alguna vez caminó Atanasio Tzul, aquel rebelde totonicapense que puso a temblar a algunos de los poderosos de lugar. Es gracias a él que se le llama la Ciudad Prócer.

Herencia de valor y de lucha constante que da las pruebas más certeras y actuales en cómo se concibe en nuestros días la organización de la convivencia, de la comunidad. Totonicapán es hoy por hoy, el lugar en donde se ha mantenido por más de 186 años la organización de base conocida como “Los Cuarenta y ocho cantones”. Más de 50,000 personas eligen a sus autoridades y les respetan. Por primera vez una joven mujer indígena está a la cabeza. ¿Quién no recuerda cuando se dijo “Cuando Totonicapán convoca, Guatemala tiembla”?

En el Café “La Vienesa” (lugar que nadie se puede perder, está a la vuelta del parque nuevo), junto a una taza de chocolate calientito y de una buena rebanada de un pan de yemas que puede ser el sueño hecho realidad de cualquiera, estoy platicando con Santos Norato. Un hombre quiché, con años alimentados de experiencias, pero con una sonrisa que no pierde nada de su juventud. El comparte con nosotros la historia de su tierra y su idioma, al final, comparte mucho de lo que Totonicapán es.

Dormimos en  un hotel de cinco pisos (el Hotel Totonicapán que da calor a los extranjeros que no están acostumbrados al frío clásico del lugar). Al despertar, las dos mañanas que estuve ahí, pude ver que las montañas que vi al llegar cuidaban mi sueño, y coronaban mi cama con un arcoíris inmenso. Es sábado día de mercado, nada mejor para pasar una mañana llena de sorpresas coloridas.

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