María José Cabrera
Según el paradigma idealista de las Relaciones Internacionales, la tendencia actual es la propensión de las instituciones nacionales e extranjeras para llevar a las naciones hacia la igualdad y la paz; sin embargo, la realidad sigue trazando derroteros para finalizar una serie de guerras que aún azotan a las poblaciones alrededor del mundo. Uno de los más importantes en nuestro tiempo es el conflicto árabe-israelí, pero, ¿de qué trata realmente este problema del que tanto se escucha, pero del cual se sabe poco?
Muchos autores insisten en afirmar que lo fundamental es resaltar que las causas de este conflicto son históricas; aunque representan el génesis de una rivalidad milenaria, hoy menos que antes encarnan el verdadero motivo del enfrentamiento actual, lo cual deja de lado dichas causas (fundamentalmente religiosas) que pusieron en guerra a los árabes e israelitas (hoy son llamados israelíes). Hay que resaltar una serie de momentos históricos que han sido determinantes en el desarrollo del conflicto, partiendo de 1947.
Para situar a nuestros lectores en el contexto de aquel momento, recordemos que Gran Bretaña tenía bajo su dominio una importante porción del Medio Oriente. El 29 de noviembre de 1947, la Organización de las Naciones Unidas (ONU), tras varios esfuerzos diplomáticos, resolvió la división del Protectorado Británico de Palestina en dos estados: uno árabe y el otro judío, adjudicándole un 46 por ciento del territorio a los primeros, y el 54 por ciento a últimos, declarando a Jerusalén como un espacio internacional.
Los judíos aceptaron la resolución de la ONU, pero los árabes no, pues consideraron injusto el porcentaje de territorio que se les había asignado, de acuerdo a la cantidad de habitantes que ese pueblo representaba (el 67 por ciento); por lo que semanas más tarde de la aprobación, la Liga Árabe rechazó el plan de partición a través de una resolución contraria, en la que se especificaba que tomarían las acciones necesarias (incluso las armas), para impedir que se llevase a cabo dicho plan.
En mayo de 1948, expiró el mandato británico en la región palestina, por lo que se retiraron del territorio. Al día siguiente, Israel declaró su independencia y se conformó como el Estado de Israel. Simultáneamente, la Liga Árabe lanza una amenaza de agresión inminente a la nueva nación, en la cual se afirmó que sería una guerra de exterminio cuyo objetivo sería la eliminación de los hebreos. Así comenzó la primera guerra árabe-israelí, cuando los ejércitos de Transjordania, Siria, Egipto, Irak y Líbano invadieron Israel, lucha en la que además se perdió esta alianza de países árabes e Israel extendió 13,000 km2 su territorio.
La tensión entre ambos bandos se agudizó a partir de la revolución llevada a cabo en Egipto en 1952, por el presidente nacionalista Gamal Abdel Nasser, quien decidió, como una forma de reivindicación de los derechos de su pueblo, obtener la dominación del Canal de Suez, (en aquel entonces estaba aún dominado por los británicos). En 1954, Inglaterra y Egipto acordaron la evacuación del canal por parte de Gran Bretaña, posteriormente, en el año de 1956, Nasser nacionalizó el Canal de Suez para la construcción de una presa.
Lo anterior, llevó a la conformación de una alianza entre Israel, Francia y Gran Bretaña, que estructuraron una estrategia militar para atacar a Egipto, y de esa forma, al reaccionar los árabes, estalló la segunda guerra árabe-israelí, terminada en un plazo corto, por la presión Estados Unidos y la desaparecida Unión Soviética, que obligó a los agresores a retirarse. En ese momento, y no obstante la evidente victoria militar israelí, Egipto enarboló un importante triunfo político, que significó la posibilidad de que Oriente se opusiera a Occidente, y lograse su cometido.
La rigidez del enfrentamiento y el odio mutuo de los dos bandos se agudizó tras la guerra de Suez, ya que algunos acontecimientos como la creación de Al Fatah y de la Organización para la Liberación Palestina (OLP) determinaron la radicalización, tanto de la posición sionista como de la de los estados árabes. Esta creciente tensión es la que en 1967 llevó a la Guerra de los Seis Días, en la que Israel ocuparía, tras la victoria, territorios de Golán, Siria, Egipto, Cisjordania y Jordania. Nasser bloqueó el canal de Suez y el Estrecho de Tirán, y a la vez convocó a los países árabes a tomar acciones bélicas contra Israel, además de expulsar de la península del Sinaí a los cascos azules, es decir, las fuerzas de paz de la ONU. Frente a la amenaza, y apelando a su derecho de legítima autodefensa, Israel lanzó un ataque aéreo que marcó el inicio de seis días de combate, tras los cuales venció, ocupando Judea, Samaria, Gaza, la península del Sinaí y Golán. El Estado de Israel incrementó su territorio de 21,000 a 67,000 km2, además de pasar a controlar Jerusalén, convirtiéndola en la capital.
Tras la guerra del Yom Kipur (día sagrado de expiación judía), enfrentamiento en el cual Siria y Egipto atacaron a Israel, quien logró de nuevo la victoria, se inició una etapa de negociaciones entre Israel y Egipto, apoyada por los Estados Unidos, y teniendo como resultado la firma de un tratado de paz, en 1979. Israel se retiró de la península del Sinaí, al reconocer ambos estados las fronteras internacionales.
En la actualidad, quedan muchos asuntos sin resolver entre árabes e israelíes. Algunos de los temas determinantes son los asentamientos judíos en territorios árabes, que su desmantelamiento o continuación representan un problema. Para los primeros, porque al derribarse se tendría que movilizar a una población enorme, lo cual podría derivar en un enfrentamiento civil; y para los segundos, puesto que de conformarse el Estado Palestino, la permanencia de judíos dentro de sus fronteras podría resultar una ruptura en su continuidad territorial.
Por otra parte, existe el problema de los refugiados palestinos, ya que Palestina reclama que sean recibidos por Israel, el cual se opone bajo la premisa de que sí lo hicieran, en lugar de ser un Estado judío, sería una nación árabe en el que viven algunos judíos, pues la cantidad de refugiados los superaría en número. Por lo mismo, Israel se niega a acatar los deseos de los palestinos, previendo la estabilidad e intereses de su país.
Recientemente, el 23 de septiembre último, Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina, presentó formalmente una petición a la ONU para el reconocimiento de los territorios palestinos, como se habían establecido antes de la ocupación Israelí en 1967. La solicitud se da en una coyuntura difícil en el Medio Oriente por las distintas revoluciones que a lo largo del año se han llevado a cabo, causando zozobra por las posibles consecuencias que en ese contexto pudiese tener. La posición de Israel, como es de esperarse, es reacia, lo que ha generado una serie de acciones diplomáticas para hacerse de un buen numero de aliados que se abstengan o voten en contra de la solicitud Palestina; lo cual es incierto, pues Palestina es reconocido como Estado por un gran número de países (en América Latina, Guatemala es de los pocos que no lo reconocen). Por otro lado, habría que analizar también cómo el apoyo estadounidense a Israel, y su posibilidad de veto en el Consejo de Seguridad afectará la causa palestina.
La creación de dos Estados para dos pueblos es inminente y tarde o temprano va a suceder. Los efectos de su retraso se seguirán midiendo en víctimas humanas y en la reproducción de un odio histórico que permanece generacionalmente y que hace ver al enemigo en el rostro del hermano. Mientras eso sucede, solo nos queda pedirle al Yhwh de unos y al Allah de otros que se compadezcan de sus pueblos, y que, para ponerle un alto al sufrimiento, llegue pronto el día en que israelíes y palestinos decidan hacer juntos falafel y no la guerra.