De pequeña me acuerdo cuando jugaba con mi hermana. Soy hermana grande así que casi siempre ganaba (solo los hermanos grandes apoyarán esta afirmación). Mi mamá trabajaba todo el día, nos quedábamos con alguien que nos cuidaba, teníamos bastante libertad. Cuando algún juego salía mal y por algún motivo alguna de las dos botaba o manchaba algo, ya sabíamos cómo proceder cuando mi mamá llegara a la casa en la noche. Las dos esconderíamos las manos, nos alistaríamos con pijama para ir a dormir y actuaríamos como que nada ocurrió. Si mi señora madre tenía buen ojo (casi siempre era así) y nos notaba nerviosas, o teníamos la mala suerte que lo roto era un adorno muy querido para ella y lo notaba el mismo día, el procedimiento automáticamente cambiaba.

Mi hermana y yo diríamos que ninguna había sido.

Mi mamá, por supuesto, insistiría en que le contáramos lo que había sucedido. Es ahí, en la primera intervención, donde la tensión hace revelar los detalles del juego y alguna de las dos eventualmente le echaba la culpa a la otra, generalmente, la que tenía más cola que machucar. Mi mamá se nos quedaría viendo y ya con el tono un poco más alto, volvería a preguntar quién había sido. Al cabo de unos minutos, siempre ocurría lo mismo, la que tenía la culpa confesaba pero no faltaba la última carta bajo la manga: la que había quebrado el florero diría que una semana antes la otra había hecho alguna travesura a tal punto de inventar cualquier historia para intentar salvarse. En esta situación, mi mamá nos habría mandado a las dos al cuarto porque ya se habría cansado de oírnos, además ella es la mamá y bueno eso nadie lo discute.

El punto es enfocar esta pequeña anécdota recurrente en la vida cotidiana de cualquier familia en las justificaciones -muchas de ellas, infantiles- que a veces se utilizan para “defender” problemas serios del país.

Hace un par de días se anunció por los medios de comunicación que el Ministerio de la Defensa aprobó, mediante un acuerdo administrativo (esto quiere decir interno), un bono extraordinario para el Presidente Jimmy Morales de Q50,000 mensuales, los cuales empezó a recibir desde diciembre del 2016. Quiere decir que nuestro Presidente es el mejor pagado de toda Latinoamérica y lo que gana en un mes es el equivalente a 68 salarios mínimos actuales. Como si esto de por sí no fuese un escándalo, todavía hay algo más preocupante que la latente ilegalidad, inmoralidad y corrupción del asunto. Hay personas, “guatemaltecos”, defendiendo el bono que recibe Jimmy por hacer una función que en su mandato como presidente constitucional de la República ya está incluida, ser el Comandante General del Ejército.

Esto último no es opinión propia,

está escrito en la Constitución

en los artículos 182 y 246.

Lo preocupante de la situación actual es que como población estamos en un constante despertar sobre las verdaderas acciones de nuestros funcionarios públicos, sobre lo que han hecho y cuánto han ganado durante el cargo. Para muchos es indignante las cifras, para muchos otros pareciera que cada vez que hay evidencia de algo indebido siempre tienen un “argumento”, que llamaré falacia, para contradecir los hechos.

Se confirma por medio del Ministro de la Defensa que el Presidente efectivamente recibe el bono (el cual es un exceso por encima del exceso que es su actual salario) y la falacia que utilizan los defensores de Jimmy es: la Fiscal General también gana bonos por encima de su salario. No voy a entrar en los detalles de las cifras y quién gana más que quién o el porqué de los bonos dentro del Ministerio Público pero aquí el tema central: se utiliza lo que se conoce en lógica como una falacia de falsa analogía para argumentar a favor del primer hecho.

Una falsa analogía es comparar situaciones diferentes como si se tratara

exactamente de la misma y así ganar la partida, supuestamente.

Al igual que cualquier niño que no quiere aceptar la culpa de haber roto el florero, inculpando entonces, a su hermano con otra travesura o inventándose una historia solo para que los dos reciban el regaño. De la misma forma, se defienden conductas corruptas, ilegales, no éticas y tóxicas para una sociedad con una democracia tan frágil como el florero favorito de mamá. El que alguien haga algo malo no se justifica con señalar que otra persona también hizo algo malo.

En el Día de la Independencia regalémosle a Guatemala dejar de normalizar la corrupción. Sería un buen primer paso.

 

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