Khristian Méndez/ Colaboración/
Cuando estaba en cuarto bachillerato, encontré un papelito en el tercer piso de mi colegio que me cambió la vida. Lo vi un miércoles de enero. “Becas para estudiar en el extranjero: Singapur, Noruega, Canadá, Costa Rica o Estados Unidos. Requisitos: Tener más de 85 puntos de promedio, ser guatemalteco/a de nacimiento, tener de 16-18 años, y tener muchos deseos de ayudar a su país al regresar.” Desde ese día, me obsesioné con irme a estudiar afuera. Y de esos 5 países, me hice ilusiones de irme a perder en los bosques de Canadá.
Nos saltamos a mayo de 2009. Resultó ser que hasta la segunda vez que apliqué me escogieron para una de esas becas. Eso sí, en lugar de los bosques perennes de Norteamérica, me ofrecieron otra cosa: querían que fuera el primer chapín en irse becado a un colegio en la India.
Los cuatro meses antes de, los dos años que estuve allá, y los seis años que han pasado desde entonces, la gente siempre me pregunta lo mismo. ¿Por qué, pudiendo ir a Europa o Norteamérica, quería irme a la India? y ¿qué aprendí allá? Si igual allá están peor que en Guatemala, menos desarrollados que nosotros, y encima ahí adoran a las vacas.
“Gautamela”
No sé si es por rebeldía, pero nunca tuve orgullo nacional. El himno no me lo sé (todavía), y estaba en los actos cívicos solo porque la bandera era para quien tuviera el mejor promedio de la clase.
La primera semana que estuve en el subcontinente, fui a la biblioteca del colegio. Ahí conocí a Sarita y a Shankar. Sarita era una mujer de mediana edad, ojos de águila y kurtis elegantes. Shankar, más jóven que ella, de mirada bonachona, camisa color aqua como sábana de hospital, y manos y sonrisa grandes.
En el colegio nunca habían tenido un estudiante de Guate. Y lo primero que le preguntan a uno al llegar es Where are you from?
Entonces comienzo:
K: I’m from Guatemala, in Central America
S: Ohhhhh. America!
K: Yes!
S: New York, Boston…
K: No, no. Central America.
Se me queda viendo.
K: It’s right below Mexico.
S: Oh, okay okay okay. Y mueve la cabeza de un lado a otro (para decir que sí.) Se me queda viendo.
S: Near Venezuela!
K: Yes, something like that.
S: Gautamela. Very nice. Welcome to MUWCI!*
Con todo y Venezuela, esta conversación la repitieron los indios (hindúes son los que practican hinduismo, indio es el gentilicio) que me topé durante mis dos años allá. Especialmente al viajar en tren. Que Guatemala está en América, no, no en medio de los Estados, sino más al sur. No, no está a la par de Venezuela. En algún momento hasta mis papeles del colegio decían Gautamela. El segundo año conocí a Gautam, un estudiante de Delhi. De ahí la confusión.
Me daba pena y un poquito de cólera que todo mundo supiera donde quedaba Brasil, China, hasta Italia y nadie supiera donde estaba Guatemala. Una vez, cuando andaba en el norte de la India, una turista británica me dijo que con tan bonito nombre, la isla de donde yo venía debía ser muy linda. Pero a mi también me dio pena cuando conocí un compañero de Lesotho. Por su piel negra y porque hablaba, me imaginé que era de alguna parte de África, pero no tenía idea donde.
El elefante
Una semana después de que llegué, caminé en mi primera procesión religiosa. Me criaron cristiano con mucha familia católica (y un par de ateos), así que confieso que sentí que estaba sentenciándome un poquito más a terminar en el infierno por estar celebrando a un dios elefante en una procesión. No sólo era un ídolo, cosa que está prohibida en la fé cristiana, sino que además era un dios hindú que nada tenía que ver con Jesucristo.
“GANPATI BAPPA!” Gritaba uno de los empleados del colegio, que bajaba la montaña con nosotros en procesión. “MORYA!” Gritaban en respuesta. Música fuerte, festiva. Polvo rosado. Lluvia. Gente bailando. Sandalias y pies descalzos. Lodo. Y un Ganesh gigantesco.
Habían quintales de polvo rosado para tirar a los demás que caminaban en la procesión. El objetivo, me explicaba una compañera india, era llevar al dios elefante de la fortuna, de vuelta al río de donde vino. Entre la lluvia, el lodo, y el bailar en la calle con gente de las aldeas (yo no hablaba maratí y ellos ni inglés ni español), no me queda otra palabra más que increíble, para describir lo que acababa de pasar.
Me regresé a mi cuarto cansado, y otra vez sintiéndome un poquito mal. Por quitarme el malestar, le conté a Turoo, mi compañero de cuarto de Mongolia. El otro chavo que vivía con nosotros, de Karnataka (en el cono sur de la India,) nos oyó platicando. Yo solo había compartido cuarto con mis hermanos hasta entonces, y me daba pena. Me sentía mal, pero ellos no entendían muy bien por qué.
Entonces me di cuenta que el mongol era budista y el indio era jainista. Yo ni sabía que el jainismo existía. Parafraseando a la tortrix, me dijeron: “Vos creciste evangélico y tenés familia y amigos católicos verdad?” “Va, es lo mismo. Son religiones distintas, y vos media vez respetés, sabés donde estás con lo que vos creés.”
Entonces me di cuenta que más allá de la inseguridad por la violencia en la capital, los chapines nos criamos con miedo de otras religiones aparte de las que nos criaron. A la fecha mi mamá se friquea cuando sabe que hago yoga. Yo, ya no.
Es difícil encontrar una manera de cuestionárselo todo, incluyendo nuestras familias, y todo lo que sabemos de nuestro país. Hasta que me fui, yo nada más era guatemalteco porque nací ahí. Hoy, después de haber puesto pies en 28 otros países, me doy cuenta que vivir en la India me dio una ventanita especial para considerar qué es, exactamente, lo que me hace guatemalteco. Creo que cualquier otro chapín de mente abierta que visite tendría conclusiones similares. Pero sino, ahí me cuentan en los comentarios.
*MUWCI es el nombre del colegio. Se pronuncia ‘miuqui’