Brújula/
Guatemala es una luciérnaga, una pequeña luciérnaga en la inmensidad de luces que rodea el universo. Y así como ellas, este país produce luces y sombras de forma intermitente, sin poder hasta hoy saber con exactitud cuáles factores y acontecimientos producen luz y cuáles nos sumergen en la oscuridad.
Y así, Guatemala irradia luz con proyectos juveniles que intentan buscar alternativas políticas y sociales diferentes pero genera sombras con un sistema político corrupto que funciona a través de tráfico de influencias y conflictos de interés. Y allí entre la intermitencia luminaria nos encontramos los jóvenes que genuinamente buscamos un cambio, alegrándonos con las luces y frustrándonos con las sombras.
Pero es que en realidad, ¿podemos hacer algo más que generar emociones y sentimientos con nuestro país? ¿No existe algo más –empíricamente posible- por hacer? Lo primero que todos nos recomiendan hacer como parte de nuestro proceso político juvenil es leer el periódico. Sin embargo, leer las noticias resulta un tanto contraproducente con las ganas de cambio que en ocasiones nos invaden. Después de las noticias, algunos jóvenes se animan a escribir en blogs y revistas juveniles, intentando expresar a través de las palabras esas frustraciones, reflexiones y contradicciones que invaden los pensamientos cotidianos. Pero de nuevo, en ocasiones el escribir no es suficiente cuando se encuentra más indiferencia que interés en aquello que tanto tiempo nos costó escribir. Y finalmente, los más valientes y escasos, intentan llevar toda su energía a acciones concretas como plantones, proyectos político-sociales o iniciativas de acción. Pero el bajón después de la emoción del momento seguramente resulta más frustrante que todas las anteriores.
Con todo ello podríamos afirmar que así como Guatemala es una luciérnaga, todos nosotros también somos pequeños bichos de luz, emocionándonos y frustrándonos con la facilidad y naturalidad con la que la verdadera luciérnaga lo hace, casi de forma inconsciente. Que el informe de gobierno, que los líos de la señora vicepresidenta, que los contratos de maestros que no existen, que la libertad de expresión, que el nuevo presidente del IGSS…
Sin embargo, como buenas luciérnagas debemos aprender que las pequeñas sombras forman la oscuridad completa del bosque.
Es decir, que más que frustrarnos por esas pequeñas sombras debemos realmente indignarnos por la gran oscuridad, por esos problemas que siguen latentes y que algunos por silenciosos y mortales, pasan desapercibidos o se transforman en invisibles por la gran mayoría de la población.
La oscuridad del bosque está conformada por 200 mil jóvenes que ingresan al mercado laboral cada año y de los cuales el sistema únicamente es capaz de absorber a 20 mil cada año (de acuerdo a datos de El Periódico). La ausencia de luz se intensifica cuando de esos jóvenes, un gran porcentaje de ellos decide migrar fuera del país buscando mejores oportunidades y otro buen grupo, principalmente mujeres, son cooptadas por redes de trata de personas con el fin de comercializar su cuerpo y algunas mercancías. Todo ello, sumado a un sistema educativo público que a falta de calidad, promueve programas de “productividad”, formando a los jóvenes para sobresalir desde el enfoque empresarial, cuando desde la claridad del bosque se logra ver que ese no es precisamente el camino para salir adelante. Que mientras existan niños muriendo de hambre diariamente resultado de un sistema público incapaz de garantizar las necesidades básicas de sus habitantes, el tener actitud positiva y ser productivos de forma individual no logrará los cambios que buscamos.
Educación, seguridad alimentaria, migración, trata de personas, salud y recursos naturales, la gran oscuridad de nuestro bosque. Pero entre tanta oscuridad es necesario continuar avanzando, ir haciéndose camino. Y para ello, las pequeñas luces de todos pueden ayudar a aclarar el sendero. Continuemos siendo luciérnagas, que no olvidan la oscuridad y desde ella, logran emanar luces propias que iluminan a otros.