Martín Berganza / Colaboración /
[quote]“Los hombres, mientras creen que buscan la verdad por ella misma, buscan de hecho la vida en la verdad”. – Miguel de Unamuno, Del Sentimiento Trágico de la Vida.[/quote]
Quise escribir sobre las dudas que tengo sobre mi mismo, a modo de introducción. Puede que ustedes encuentren vano y egoísta la utilización de un espacio en un medio para hablar de mi mismo. Los entiendo y estaría de acuerdo de ser ustedes. Ocurre que necesito saber si hay otras almas hermanas. Y me parece una buena idea, dado que pienso contribuir este medio y cubrir distintos temas, que sepan quién soy.
Desde hace algún tiempo, poco tiempo después de haber concluido mi primer año de universidad, comencé a sentir una vaga sensación de molestia. Poco a poco, conforme transcurrían los meses y los cursos de universidad, esa sensación fue acrecentándose, cambiando su matiz desde molestia a tristeza, pasando por miedo. En el fondo, podía sentir que era un miedo profundo. Los días pasaban, rápidos o lentos según como fuesen las actividades de cada uno. Sentía la sensación irremediable de que se escapaban. Luego de un año y medio desde que comencé a sentir este hartazgo, mi tío murió de cáncer. Y comencé a darme cuenta: tenía un miedo profundo de que la vida se me escapase de las manos, sin que hubiera aprovechado bien mi tiempo
Esto tampoco fue ayudado por mi decisión de estudiar Derecho. Estoy en cuarto año de Ciencias Jurídicas y Sociales, más por el hecho de que me reté a mi mismo a aguantar que porque realmente me guste. No me desagrada del todo. Me explico: las ciencias jurídicas contienen una teoría fascinante que se nutre de la filosofía moral, como también se nutre de las ciencias sociales. El problema, en mi caso, es que no existe un área teórica tan bien desarrollada en este país, y se presta un énfasis mayor hacia la práctica. La práctica jurídica de Guatemala me parece deprimente, por razones que comentaré en otras ocasiones.
Este punto en mi vida podría describirse como una crisis existencial. Durante mucho tiempo tuve la consciencia de que no sabía qué quería hacer con mi vida. Fue algo que tuve presente toda mi adolescencia, pero siempre encontré alguna actividad para distraerme lo suficiente como para ignorar la respuesta a esa pregunta fundamental. El hecho es que ya no puedo seguir huyendo. Huí toda la vida y ahora, debido a esa falta de valor para confrontar la pregunta, estoy sufriendo las consecuencias.
Sencillamente llegó un punto donde ya no pude huir más. Pensé en comenzar a hacer algo que siempre disfruté y siempre me brindó un respiro: escribir. Y heme aquí, en marzo del 2015 expresando mis incomodidades y dudas en un documento de Word, proveyendo una ventana a mi interior, exponiéndome al escarnio público. Había que empezar a confrontar temores.
No sé cuántas personas de mi edad han pasado por lo mismo y se han confrontado a sí mismos. No sé si la reflexividad y autocrítica son dos elementos que se encuentran presentes en las personas de mi generación y estrato socioeconómico. Dados los términos tan ambiguos y subjetivos como “reflexividad” y “autocrítica”, me atrevería a pensar que no. No sé cuántos estarán pasando por esta situación. No sé cuántos irán por la vida como el polvo soplado por el viento. Eventualmente, llegaremos a ser polvo. Pero mientras no llegue el fin, yo, como todos los lectores, tendremos que buscar algo que le dé significado a nuestra existencia, o por lo menos, continuar en la búsqueda.