Jeraldine del Cid / Corresponsal/
La violencia ha hecho mella en nuestros corazones. Me resulta increíble e inaceptable que la muerte trágica de alguien despierte tanto gusto y hasta placer en una buena parte de la opinión pública. Es imperativamente necesario que nos detengamos a reflexionar sobre todo el trasfondo de los hechos recientes.
El primer mes del año y lo que va del segundo, se han caracterizado por un repunte en la violencia a todo nivel. Lo que sorprende más es encontrar en este repunte, hechos en que se ven implicados civiles armados, personas que andan por ahí portando su arma, y ante el nivel de desesperación, agresividad, violencia e incluso odio que está generalizado en la población, la han empleado y generado tragedias sumamente lamentables.
Un caso de estos se dio esta semana cuando en un momento confuso en el tránsito, un conductor le bocina al otro, quien molesto y armado no logró contener su rabia y su impulso asesino.
En respuesta utilizó su artefacto de la muerte y disparó; el otro quedó herido y a las pocas horas murió. Asimismo en una camioneta de transporte público, un usuario enojado por las actitudes del piloto, inició una discusión que se tornó agresiva. Cuando el guardia de seguridad de la unidad intervino, el usuario, que estaba armado, le disparó y lo asesinó.
Otro hecho lamentable es el del padre que dejó su arma bajo la almohada. Su hijo la encontró y se puso a jugar con sus primas, “¡Qué divertido! Encontré la pistola de mi papá y ahora puedo jugar a que mato a mis primas”… El resultado del descuido del papá, de la influencia de nuestra cultura violenta y la falta de supervisión: una niña de ocho años herida y la de seis, muerta por un disparo en la cabeza. El asesino: el primito de nueve años.
Todos estos casos fueron reprochados por la opinión pública. Sin embargo, distinta ha sido la reacción ante otros hechos en que civiles armados actúan contra supuestos criminales.
Son vistos como “héroes” anónimos, a pesar que al igual que en los casos anteriores, estos también se han convertido en asesinos.
En horas de la misma mañana se dieron dos hechos de esta naturaleza: en la zona uno, un sujeto armado observó cómo un asaltante se acercó a su víctima. En ese momento efectuó disparos al aire para repeler el asalto y lo consiguió. Quedó visto como un héroe. ¡Suerte y fortuna! -al parecer- porque ninguna bala perdida impactó en alguna persona.
Pocos minutos después, se conoce la noticia de un supuesto asaltante en moto que murió calcinado en zona nueve. La versión de espectadores es que después de asaltar a su víctima (quien estaba armada), esta lo persigue disparando, provocando una fuga de combustible al tanque de la moto que, finalmente, arde en fuego ante la mirada de muchos. Muchos ojos que, entre el shock y la satisfacción, poco hicieron hasta la llegada de bomberos que lograron apagar las llamas y constatar que el motorista estaba muerto, a la par de una pistola que posiblemente usaba como herramienta para asaltar.
Según las evidencias que recolectó el Ministerio Público, al motorista le acertaron 10 balazos, otras dos atravesaron el tanque de combustible de la moto e hicieron que se incendiara, por lo que, probablemente, las llamas no fueron la causa de su muerte. Fueron las balas.
Las reacciones ante este hecho no se hicieron esperar. La mayoría de voces gozosas con el suceso, complacidas por la justicia divina, disfrutaron el hecho. Alabaron al héroe nacional, escribieron gustosos en los comentarios de las noticias en línea y redes sociales frases y palabras como “Gooooooool” u “honores al valiente guatemalteco”.
Esto es producto de la desesperación y el rechazo a la desmesurada criminalidad en que nos encontramos, pero también refleja una cultura de muerte en la que, se celebra la muerte del delincuente, y mientras más sangrienta, mejor.
Este tipo de reacciones me hace cuestionar: ¿qué valor tiene la vida para nosotros? Es perfectamente comprensible que exista frustración ante la mala respuesta de la seguridad pública, pero ¿llegar al punto de ovacionar como “héroes nacionales” a aquellos que buscan la “justicia” con sus manos poniendo en riesgo la vida de todo el que ande alrededor?
¿Qué puede suceder ahora?
Toda persona armada andará por las calles sintiendo la posibilidad de ser un “héroe nacional”
Y esto, como es justificable debido a que la policía no tiene la capacidad para frenar efectivamente la violencia y todos estamos hartos y desesperados, fortalece la idea que la solución es abrir fuego en la vía pública y exterminar a todo el que esté con los malos, o que parezca estarlo.
Si los héroes nacionales andarán sueltos, espero no estar mal parada por ahí, o en un momento confuso no ser una “presunta delincuente” y terminar hecha un carbón ajusticiada por la justicia divina.
No podemos permitirnos aceptar la idea que esto es una guerra entre civiles y malvados, disparando y matándose unos a otros. Se supone que en principio, lo que nos tiene indignados ante la situación es que los delincuentes no tienen respeto por la vida, pero:
¿Cuánto vale la vida entonces?
¿La vida de quién sí vale y la de quién no?
Estamos tan envenenados de violencia, que la desesperación nos deshumaniza al punto de tener sed de muerte. El hecho fue un espectáculo en el que se complacieron muchos de los curisoso y observadores.
Por supuesto que yo también estoy harta de tanta delincuencia, vivo con miedo e imagino cosas horribles que podrían ocurrirme; pero no puedo observar estos hechos y pensar que la solución es que los civiles armados hagamos de nuestros espacios de vida un campo minado. Rechazo que existan bandas de criminales que vivan de asaltar y cosas peores, pero reconozco que cada una de esas personas posee una vida.
Debemos enfocarnos mejor en estar en contra de todas las condiciones que permiten que prolifere la delincuencia.
Pobreza, mala calidad y cobertura de educación, impunidad, corrupción en las instituciones públicas y privadas, baja formación de identidad ciudadana que promueva el respeto como precondición para una sociedad en paz, desempleo, entre tantas otras de una enorme lista.
En fin, si estamos contra los delincuentes porque no tienen aprecio por la vida, ¿cómo podemos actuar con la misma conducta que tachamos? Si esperamos resultados diferentes hay que hacer cosas diferentes. Dijo Gandhi en su revolución pacífica, refiriéndose a la ley del talión y la sed de venganza que, “ojo por ojo y el mundo acabará ciego”.
Fotografía: www.monitoreodemedios.gt