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José Coronado / Opinión /

Las personas actúan incansablemente por pasar de un perpetuo estado de relativa insatisfacción a uno no tan malo. Siempre queremos estar un poco mejor y esto puede o no ser genial, ¿cuáles serán las consecuencias de una premisa tan simple?

Te despiertas en la mañana y la calma te dura unos cuantos segundos. Te da hambre, ganas de ir al baño o aburrimiento de ver el techo. Si cuentas con la suerte de tener cubiertas necesidades básicas como un techo donde vivir o una fuente de sustento alimenticia, entonces enciendes la televisión, te lavas los dientes o te preparas un sándwich. Ahora estás mejor, pero todavía no estás satisfecho.

Generalmente comienza nuestra rutina, no tanto por gusto como por necesidad.  Aunque a decir verdad, sí es un poco por gusto, porque sabemos que es mejor ir a trabajar o estudiar que no tener para la gasolina, el taco, o la hipoteca a mediano o largo plazo. Aunque sea a regañadientes avanza el día, y con los días avanza la vida. Empezamos en un punto, y con el correr del tiempo y dependiendo de nuestra habilidad, mejoramos, empeoramos o nos estancamos.

Nadie quiere estar peor que antes, por lo general las cosas marchan para adelante, aunque admitiré que hay tropezones.

Cada uno de nosotros tiene sueños y valores distintos, así que mejorar puede ser desde un enriquecimiento espiritual hasta uno material. Algo interesante es que existen aquellos que intentan aniquilar a su eterna compañera, la insatisfacción, con ambición. Creen que rezar no será suficiente así que construyen una iglesia, que la venta de panes no es suficiente así que abren un restaurante. Existe tanta gente, que cuando menos lo esperamos, tenemos una ciudad en nuestras manos.

En los grandes centros urbanos de la modernidad nos encontramos rodeados de una cantidad incontable de sueños en proceso de construcción, es una cosa hermosa de presenciar. Esta insatisfacción, como cualidad humana, no discrimina por edad, raza, ideología, o preferencia sexual. En algún punto de la historia aprendimos inconscientemente que la única manera de producir riqueza de manera sostenible era creando algo que tuviera un valor personal y social.

Aunque las cosas avanzan lentamente, vale la pena detenerse de vez en cuando para apreciar lo que las personas han logrado construir. Parece irónico, pero hace 300 años la gente se moría más joven, tener una carie era como morder el polvo; no interesaba mucho el debate sobre la pena de muerte o la aceptación de los derechos de los homosexuales, de hecho una podía llevar a la otra; no se podía llamar a tu mejor amigo para desearle feliz cumpleaños, y probablemente comprarle un pastel relleno de fresas era un lujo reservado para los reyes. Sin embargo, la gente ha de haber estado igual de insatisfecha que nosotros.

Quisiera que esta sea un llamado a que nos sintamos orgullosos, no por los logros de nuestros ante pasados, y no porque somos tan berrinchudos como ellos, sino porque así como ellos la mayoría de nosotros trabaja para hacer de su pequeño sueño una realidad. ¡Algunos hasta se pasan de buena onda y se preocupan por los demás! Sentado escribiendo en mi computadora (complejísima construcción que ha definido nuestra generación), rodeado de libros, escritos por personas que intentaron explicar el mundo y nos compartieron la opinión, escuchando música de una banda independiente, llego a admirar  cómo al emprender convertimos esos sueños e ideas intangibles en materia y capital.

Aunque siempre insatisfechos, cada día pareciéramos estar mejor.

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