A diferencia de otros espacios, que se sienten como un grito al vacío infinito del internet o al semillero de contrariedades y lamentablemente para algunos, insultos, que se han vuelto las redes sociales; Brújula se ha mantenido como la esquina del internet guatemalteco donde caben opiniones variadas, críticas, honestas, pero más importante aún: de estudiantes.

Si bien, algunas columnas le apuntan a cifras y reportajes serios, el lenguaje y formato de este espacio siempre ha sido más accesible para los jóvenes que buscan entender y desahogarse sin ser juzgados, sin sentirse mal por “no estar informados o ser millennials indiferentes”. Sin sentirse ignorantes o tener que leer con diccionario en mano por términos demasiado técnicos (especialmente los legales). Es el medio que comenta sobre política u otros términos específicos, siempre explicando de manera concisa y comprensible para todos.

Por eso, a mí parecer, Brújula ha sabido mantenerse a flote. Desconozco las políticas internas de la universidad o cuestiones más concretas de la administración en sí, pero sé que a lo largo de estos años, todas las personas que han estado en esa pequeña (pero acogedora) oficina se han esforzado y han trabajado más allá de lo requerido, usando su tiempo libre y sospecho, a veces incluso recursos personales para seguir adelante.

Cuando vi el volante de Brújula solicitando aportes en un tablero de la URL hace años, no sospeché que se volvería un proyecto personal tan largo. No tenía expectativas, no pensaba que era una actividad para “agregar al CV” como alguien una vez me preguntó o que sería una plataforma que me vería crecer (y a veces retroceder) por tanto tiempo. Mandé, inocentemente, incluso casi sin realmente esperar una respuesta, porque recuerdo pensar que han de estar muy ocupados leyendo cosas más trabajadas o dignas como para ponerme atención, una pequeña contribución sobre el sinsentido de la vida.

¿Por qué ese tema? Viendo hacia atrás podría decir que era porque estaba tratando de justificarme a mí misma mi existencia y eterna crisis existencial (¡ya crecimos!…-más o menos-). Sin embargo, en ese entonces seguramente era porque estudiaba psicología y estaba tratando de escribir algo relacionado con eso, pensando que precisamente por eso, debía escribir solo sobre esos temas. Confesión: no estudié la carrera correcta (más sobre eso en los archivos de Brújula).

Aún así, para mi sorpresa, Liza Noriega, que estaba a cargo en ese entonces, respondió brevemente y lo publicaron. Luego mandé otro que al parecer tuvo más acogida: Grito a la clase media-alta y sin saber bien cómo ni por qué, se volvió una constante en mi vida. Sigo sin comprender bien cómo ni por qué, pero años después, tras hits and misses, a lo largo de todas mis crisis personales, inseguridades e incertidumbres, mis errores académicos y laborales, mis búsquedas de identidad, mis frustraciones con el país, la vida y conmigo misma, y mis pequeños logros también, Brújula ha estado ahí. Mi constante, siempre ese espacio para gritar y desahogarse. Otro tipo de vacío, porque a diferencia de Twitter, que seguramente nadie lee, al menos aquí he tenido la certeza que al menos alguien del equipo de Brújula sí lo lee.

No sé qué tanto me ha leído el público en general, pero para los que me han leído, les agradezco. No obstante, quiero agradecer sobre todo a Brújula y a su equipo como espacio virtual, como esa esquina donde todo cabe pacíficamente y por probar que sí se puede publicar algo en internet siendo respetuosos; por mantener un lugar para los estudiantes donde pueden aprender y ser la brújula que los lleve a ser adultos a la vez de seguir siendo jóvenes; para expresarse, desahogarse, y conectarse con temas tan nuestros, por dejarnos leer y escribir nuestras voces.

Los dejo hoy, para que una voz fresca pueda hacer lo mismo. Los llevo, como diría Lafourcade, hasta la raíz.

 

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