Hace seis meses mi padre murió por un ataque cardíaco inesperado. No le dije nada a nadie en Guatemala porque quería vivir el momento en solitario, era un proceso entre él y yo nada más.
Él era alcohólico y puedo validar que él intentó cambiar en el último año. Empezó a ir al psicólogo y su actitud hacia mí era mejor, me apreciaba y demostraba un poco de cariño. Ya no me amenazaba con sacarme de casa o me reprochaba por ser bisexual. Me pintó mi habitación a mi regreso al país y me iba a traer a la parada de bus. Repentinamente volvió a beber y no paró hasta que la muerte se lo llevó. Yo había discutido con él dos días antes.
El domingo por la mañana cuando murió, me levanté al baño y volví a la cama, fue extraño porque sentí bastante paz y confort dentro de las sábanas. Entonces, unos minutos después mi madre entró a la casa gritando y llorando. Era la última vez que respondía por él y me hacía cargo de sus necesidades en este caso, de su funeral. Por dentro, estaba demasiado triste, aún recuerdo su rostro muerto sin brillo y sus manos frías. Fui entonces consciente y le tuve respeto a la muerte. Él había muerto solo, sin nadie que lo acompañara, esa fue mi mayor culpa.
El primer recuerdo que tengo de él, es el de estar borracho y mi madre alterada. Me pegó fuerte como si no hubiese sido su hijo pequeño. El último momento que le vi vivo fue enfermo, moribundo y triste.
La violencia doméstica era mi pan diario y mis miedos se fueron apoderando de mi vida. Intentaba verlo como si estuviese enfermo, pero mi nivel de madurez no me lo permitió porque mis sentimientos se mezclaban y le reprochaba. Hoy le he dicho que lo siento de corazón y que espero que esté en algún lugar mejor con tranquilidad y felicidad, como de vez en cuando lo estaba en mi casa.
He tenido que hacer varios rituales para despedirme de él. El último más importante lo hice en un bosque maravilloso de una pequeña ciudad de Alemania, quería liberarme de este peso tan duro. Mis últimos meses habían sido caóticos, mis notas bajaron, no me importaba nada y muchos aspectos de mi vida se deterioraron. Pero poco a poco fui despertando y siendo consciente de la vida de tristeza y desorden que llevaba y empecé a trabajar sobre mis sentimientos y pensamientos hacia mi padre y mi propia estima. He tenido que ir a un grupo de terapia que me ha dado herramientas para mejorar mi situación y me están sirviendo.
Aunque haya sucedido esto y crea que mi vida se estropeó por la enfermedad de mi padre, puedo decir ahora que la vida la construyo yo y no la enfermedad o el sufrimiento que mi padre ocasionó porque, además, puedo estar seguro de que él estaba al mismo tiempo tratando de vencer sus miedos y tristezas y no podía responder de forma mejor.
En este momento sigo sintiendo tristeza y aún no he sanado del todo las heridas. Entre el duelo y la tranquilidad de que él descansa y que no debo estar preocupado de dónde está o de que tengo que ir a recogerlo por las calles o soportar sus gritos y amenazas, siento mucho cariño hacia él. Me quedaré con las cosas positivas que él hizo por nosotros hasta donde alcanzaba sus posibilidades. Estoy muy orgulloso de él. Te quiero mucho papá.