No hay soluciones epifánicas ante el fallido intento de organizar esta sociedad que se empezó a desnudar desde hace dos años. Causa hasta risa cuando uno piensa que un caso, La Línea, al jalarlo como un hilito suelto, pasó deshaciendo el tacuche entero de un Estado que funciona bien pero solo para ciertas personas amparadas en la ilegalidad y la ilegitimidad que llegaron a niveles escandalosos.
Digamos que el vaso se rebalsó o está a punto de hacerlo.
Las agendas de reformas (ley electoral, justicia, servicio civil) han venido ideándose desde mucho en medio de conversaciones en los salones intelectuales. Por ejemplo, la forma de elegir jueces y magistrados tienen males de origen que solo cambiando la Constitución pueden corregirse. Pero a esos intentos, quienes tienen miedo de que la justicia sea imparcial, le han inventado apodos para asustar con el petate del muerto y así lograr que los organismos continúen cooptados.
Ahora se habla, una vez más, de la reforma política al sistema electoral.
Esto implica en principio bajar las barreras para que sea más fácil crear un partido político, presumiblemente de emergencia para 2019; crear sub distritos, la manera de elegir candidatos por listas, formas de financiamiento (el cáncer que diagnosticaron los casos de corrupción), insertar la figura de la revocatoria del mandato, entre otras propuestas que se manejan en diversos espacios.
Creemos que hay consenso en algunos asuntos. Sin embargo, hay otros que pueden necesitar de cirugía constitucional, lo que supone atreverse a cambiar la manera en que fueron creados los distritos, o permitir que los comités cívicos puedan postular diputados al Congreso. Incluso, se ha hablado de adelantar elecciones luego de las reformas para depurar ampliamente y de una vez consolidar un grupo de personas que sienten las bases mínimas para lograr cierta institucionalidad.
En general, la pretensión es abrir la participación para detener el hedor que emana la casona que alberga el hemiciclo de la novena calle, es decir el congreso; y que nuevas personas ingresen con overol a fumigar un poco y a sembrar una que otra jacaranda para que germine en cinco o diez años.
El dilema es cómo lograrlo si se llega al objetivo de las reformas, que personas notables se animen a ser candidatos.
¿Vos lo harías? ¿La gente de la academia, de las organizaciones sociales, de los colectivos, de los tanques de pensamiento?
Hay una encuesta del National Democratic Institute, donde evalúan las manifestaciones de 2015. Un 90% de personas afirman que desean continuar participando pero solo un 10 por ciento lo haría en un partido político. Es decir, hacer algo, sí, pero no desde los partidos. Esas plataformas están consideradas corruptas y pestilentes.
Esto nos lleva a un laberinto perfecto. Un lugar que no tiene resolución lógica, racional que es imposible ver a primera vista. Aunque quizá de manera subyacente late un sueño de una gran alianza en donde converja, con nuevos principios, una generación que empiece a sembrar tras la roza, que ha liderado el MP y la CICIG.
Si se bajan las entradas y se pueden construir partidos de manera fácil o promover candidaturas independientes, hay que estar claros que eso quiere decir: ensuciarse los pantalones, talonear votos, conseguir plata e insertarse en esa arena romana llena de tigres donde los mafiosos juegan de local. ¿Hay disposición para saltar hacia la cancha y dejar las gradas, desde donde se va visto la pelea evitando los aruños de las fieras?