Gabriela Sosa / Opinión /
En memoria de mi abuelita, Elsie Montenegro Engel de Sosa., en su cumpleaños. Gracias por enseñarme a apreciar las palabras:
Una palabra de afecto,
una palabra de reproche,
cargada de dolor,
una de amor,
una de cariño,
un te detesto,
un te aprecio,
un aléjate,
un por favor quédate;
miles de ideas, de palabras,
volando y zumbando,
tachadas y borradas,
esas que se quedan en el aire,
otras que se pierden en el silencio;
miles de palabras,
cada día, cada hora,
una nueva, otra igual,
combinaciones distintas,
unas se agigantan, otras se achiquitan;
cuántas, cuántas,
tantas, tantas,
miles, millones de palabras,
que llegan y se van del papel,
impresas en la mente,
talladas en los huesos,
susurradas en voz baja,
abandonadas en la punta de los dedos.
Tantas, tantas,
cuántas, cuántas;
palabras sin fin, palabras eternas,
que nos rodean, porque nos rodean,
que nos matan o nos atan, nos desatan;
tantas, tantas,
que no ven las líneas del cuaderno,
que se quedan sin leerse, sin decirse, sin atreverse;
cuántas, que cambian vidas, que rigen y que destrozan;
aquellas olvidadas, antiguas y desechadas;
todas, todas las palabras de este mundo inmenso;
cuántas, cuántas que ya no se aguantan,
que se pelean, luchan cada minuto, por anteponerse una a otra;
cuántas, todas las palabras amontonadas;
que no se miran, ni se sienten
pero comandan este mundo a su antojo,
porque nos comandan,
las palabras;
sin palabras,
no existiría el mundo.