No cabe duda que una de las palabras que más ha sido utilizada en la historia, en el ámbito político y social, es la de ideología. Ya sea si estamos charlando sobre economía, política, cuestiones vinculadas al derecho o sociología, dicha palabra regularmente hace su aparición.
Sin embargo, es en estas charlas en que se sigue observando cierto tipo de comportamiento en torno a las ideologías, mismo que es completamente dañino para el diálogo y sobre todo para la democracia:
una persona al adherirse a una ideología, lejos de fomentar el diálogo, el intercambio de ideas y el sano debate, se radicaliza, a tal punto que ya no se expresa de manera coherente y con argumentos sólidos, sino que lo hace desde el fanatismo y el dogma. A este tema dedico la columna de hoy, a fin de reflexionar si realmente somos flexibles con nuestras ideas, o somos también fanáticos con nuestra forma de pensar.
¿Qué es una ideología?
Apegada más a lo que concierne a las visiones y perspectivas sobre cómo debería ser el mundo, la ideología, según el diccionario de Ciencia Política del célebre politólogo Norberto Bobbio, se define como: “un programa y una estrategia de actuación, con la finalidad de cambiar o mantener el orden político existente”. A esta definición se le puede sumar la de David Easton, la cual afirma que “
las ideologías, siendo un conglomerado de ideas y formas de pensamiento, ofrecen una explicación acerca del presente y una visión explícita sobre el futuro”.
En pocas palabras, cada ideología da una propia respuesta a las grandes interrogantes de tipo social, político y económico, manteniendo una visión única, concisa e irrepetible.
Ahora bien, al releer dicha definición y analizar su practicidad, nos topamos con que la ideología, al menos por sí sola, no contradice a la democracia. Cada ser humano puede adherirse a cualquiera de las ideologías existentes, ya sea el liberalismo, el marxismo, el conservadurismo o anarquismo, las cuales guiarán sus acciones y lo encaminarán a ciertas posturas en el aspecto social y en el espectro político de izquierdas y derechas. Si bien es cierto que cada ideología rechaza por defecto a todas las demás, en la realidad política y social de los países es indispensable ceder en ciertos puntos y llegar a consensos, ello como resultado de la heterogeneidad en la que se encuentran sometidos los seres humanos y la gran pluralidad de pensamientos y opiniones.
Las ideologías pueden coexistir en la medida en que seamos conscientes que las mismas no se pueden cumplir al pie de la letra y que se requiere al menos un mínimo de concertación y tolerancia ante otras posturas.
No obstante, este es el verdadero problema que sufren las ideologías hoy en día. Más que una serie de ideas a tomar en cuenta o pautas para inferir en cómo deberían ser las cosas, las ideologías se han convertido en bandos radicalizados con una principal premisa en común: todo lo que no sea de nuestra ideología o se asemeje tan siquiera a ella, es erróneo y carece de sentido. ¿Qué sucedería si estas personas llegasen al poder o, en el peor de los casos, tuviesen el poder suficiente para eliminar a la disidencia o callar a las posturas políticas contrarias a su esquema de pensamiento? Lamentablemente este tipo de hechos ya han sucedido a lo largo de la historia. Tenemos ejemplos en todos los continentes de dictaduras y gobiernos autoritarios, los cuales en su afán por que prevaleciesen sus posturas políticas y opiniones, minaron cualquier atisbo de libertad y profanaron las garantías y derechos que como seres humanos poseemos.
A todo esto, sería útil revisar la literatura y entender a plenitud qué significa un dogma, asimismo a qué se refiere la palabra fanatismo. Según la Real Academia Española el fanatismo se concibe como “la tenacidad desmedida y extrema por defender ciertas creencias u posturas políticas”. Asimismo, en lo que concierne al dogma, afirma que es “un conjunto de creencias tomadas como ciertas de manera indiscutible e innegable”.
¿Somos fanáticos con lo que pensamos?
Luego de leer todo esto, conviene hacernos la pregunta, ¿conocemos a bastantes personas dogmáticas, o peor aún, fanáticas con cierto tipo de ideas? Estoy seguro que la respuesta es sí. Con solo realizar una pequeña inspección en redes sociales, nos toparemos con un sinfín de personas y jóvenes que se expresan y actúan con base a tales conceptos. Y ojo, con esto no estoy diciendo que sea algo completamente malo. Debemos entender que
el problema no son las ideas en sí, por muy descabelladas o tontas que algunas nos parezcan, el problema es obstaculizar, censurar y violar los derechos de otras personas por pensar de manera distinta a la nuestra, lo cual desmantela toda oportunidad de debate, diálogo y concertación.
Es necesario crear consciencia en nuestra sociedad, en torno a estos conceptos y sobretodo cimentar la responsabilidad en torno a las ideologías y posturas políticas. No podemos aspirar a una sociedad democrática y pluralista si a cada poco menospreciamos las ideologías y posturas de los demás o atacamos a las personas y no a sus argumentos. Ya basta de conductas extremistas, que en lugar de intentar solucionar los problemas que tenemos como nación, los incrementan aún más, generando mayor polarización y divisionismo. Seamos responsables y prudentes con lo que pensemos, decimos y hacemos y así como dijo la filósofa Ayn Rand:
“las ideas son el poder más grande y crucial de esta tierra”
Contemplemos el gran poder de las ideas y lo que ellas pueden lograr, porque no sabemos a largo plazo lo que tales ideas y opiniones pueden llegar a provocar.