José Rodolfo Ruiz / Corresponsal /
Son las 6:45 de la tarde. Empieza anochecer mientras yo manejo en el carril reversible que sube a Carretera a El Salvador. El tráfico fluye con facilidad y al menos a cien metros frente a mí, no hay ningún carro.
De repente, veo a un hombre cruzar la vía de subida y detenerse en el arriate que separa las dos vías. No me preocupo porque ya lo vi y se ha detenido. Estoy a tan solo 20 metros del hombre cuando éste decide atravesar la calle. Toco la bocina y freno bruscamente pero el espacio no es suficiente para detener mi carro que viaja a 60 kilómetros por hora y el hombre parece no haberme escuchado.
Pasa lo inevitable. Lo veo rodar sobre mi capó, mi parabrisas, y caer al suelo junto a la puerta del copiloto.
Para este momento, mi carro finalmente se ha detenido y mi primera reacción es encender las luces de emergencia. La verdad es que no sé qué hacer y tan solo puedo decirle a mi hermana que baje la ventana y le hable al hombre. Ella está tan pálida como yo y las palabras parecen fallarle. Tengo un momento de cordura y me bajo del carro para ver al hombre, quien se encuentra sentado en el asfalto sacudiéndose las rodillas. Le pregunto si está bien, si no está herido, recojo y le entrego su gorra y zapato que han salido volando al momento del accidente. El insiste en que a excepción de un corte en la mano, está bien y ya va tarde a su trabajo, que lo va a dejar la camioneta si no se apura.
En un instante llegan dos agentes de la Policía Metropolitana de Tránsito para averiguar lo ocurrido. Nunca he estado tan preocupado en mi vida.Me dicen que me haga a un lado para permitir que el tráfico continúe fluyendo puesto que ya se ha hecho una larga fila atrás mío. Una vez fuera del camino, los agentes de la PMT revisan al hombre y nos piden documentos a los dos, tomando nuestras declaraciones. El señor declara que no sabía que había un carril reversible y por eso no vio si venía tráfico en mi dirección. Veo pasar una patrulla de la Policía Nacional Civil y lo único que pasa por mi mente es “si paran, no sé qué pasará”. Pienso que lo primero que debo hacer es llamar al seguro y a mi madre en caso necesitara de un abogado. Los agentes de la PMT llaman a una ambulancia para que revisen a mayor profundidad al señor.
El insiste en que debe irse para llegar al trabajo.
Veo mi carro y noto la abolladura en la lodera frontal. Tal vez el se sienta bien ahora, pero mañana de seguro le va a doler y si alguien le aconseja mal, hará algún reclamo en mi contra, pienso. Así que le insisto en que por favor espere a que llegue la ambulancia para estar seguros de que no le ha pasado nada, que tal vez sea la adrenalina del momento lo que evita que sienta dolor. Lo logro convencer a quedarse y cuando finalmente llega el seguro, logran llegar a acuerdos entre los agentes de la PMT y el señor afectado. Todos tenemos los datos de todos y “el siniestro” queda registrado en un cuaderno escolar de uno de los agentes.
¿Y cuál fue mi salvación legal? La pasarela del centro comercial Eskala que estaba a tan solo unos 50 metros del percance.
Yo sabía que en caso de un atropello, el peatón siempre está amparado por la ley porque ésta reconoce todo vehículo como un arma y encuentra al peatón en desventaja frente al conductor. No sabía, sin embargo, que el Artículo 13 de la Ley de Tránsito que se refiere al límite de la responsabilidad bajo el subtítulo de Del tránsito de personas, establece que el conductor “estará exento de toda responsabilidad siempre y cuando estuviere conduciendo conforme las leyes aplicables” en caso de atropellar a una persona en la vía pública que cuente con zonas de seguridad (la pasarela, en mi caso).
En momentos así, me es difícil creer que no tengo demasiada suerte a pesar del caso. Pero más importante que eso, me pregunto: ¿por qué no se utilizan las pasarelas en Guatemala? Cuando camino en la calle siempre busco una pasarela, sin importar qué tan lejos esté de mí porque mi vida vale más que unos minutos de tardanza. Sin embargo, este no parece ser el caso para una gran cantidad de transeúntes que frecuentemente vemos atravesar en la vía pública DEBAJO de la pasarela.
De ahí que escuchemos que “hasta los chuchos usan más la pasarela que la gente”.
He preguntado a personas que generalmente se movilizan en camioneta o a pie por qué no utilizan la pasarela y las respuestas son esperadas: porque asaltan, porque van tarde, porque no la vieron, y la que más me ha sorprendido, porque hay que subir gradas. Pero es que el problema no se queda en los peatones como el que “me llevé de corbata”, como diría mi abuela, sino que está en la falta de cultura vial de la sociedad guatemalteca.
¿Cuántos atropellados y muertos no hay por cruzar la calle de esta forma? La educación vial no parece ser algo común en nuestro país. Conducir no es solo el acto de poder mover un vehículo; incluye respetar leyes y normas, cortesía, prevención y previsión, sobriedad y conciencia, y lo más importante, el respeto a los demás. Manejar en las calles de mi Guatemala es detestable.
Estoy harto, y sé que muchos estarán de acuerdo conmigo, de que los buses urbanos hagan parada en donde se les dé la gana, que los motoristas se atraviesen por donde creen que caben y si te golpean el carro siguen su camino, que los camiones no se mantengan en el carril derecho y constantemente congestionen el tránsito intentando rebasarse el uno al otro y ocupando toda la calle a 40 kilómetros por hora, a los peatones que no saben cruzar la calle, a los conductores que creen que todo es un juego de Need For Speed y los que creen que junto con sus guardaespaldas compraron el derecho de vía, a los peatones y ciclistas que no tienen una acera en donde transitar de manera segura y deben poner su vida en riesgo caminando entre la selva vial, el estudiante de primer año de la universidad que no debería de tener carro pero compró la licencia, el carro que anda sin luces en la noche y el que no señaliza cuando quiere cambiar de carril, entre otras cosas. Todo esto como resultado de nuestra ignorancia vial.
Me entristece pensar que es tan fácil comprar tu licencia y pistear al policía que te detuvo como lo es comprar droga; en todos lados se vende y cualquiera la compra. No es un problema que yo sepa resolver así como tampoco es algo nuevo, pero como siempre, vale la pena decirlo porque tal vez alguien sí sabe cómo resolverlo.