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Martín Berganza / Opinión /

No entiendo a los estudiantes y jóvenes del país. Hace seis meses nos congregamos en la Plaza a manifestar para botar a Roxana Baldetti. Hace cinco meses la USAC, la Landívar, la UVG y la Marro se juntaron en la intersección de la Sexta avenida y dieciocho calle de la zona uno. Hace dos meses Otto Pérez renunció unos días después de el paro histórico del 27 de agosto. En ese momento soñé que todos teníamos la convicción y esperanza que, finalmente, exigiríamos cambios estructurales para no volver a llegar a este punto. Todo fue muy lindo hasta que llegaron las elecciones y, presumiblemente, se quedaron satisfechos con sólo salir a manifestar.

Ahora, quienes estudian están en sus finales, rescatando su semestre. Otros, quienes trabajan, están prepándose para la época de convivios y para gozar de vacaciones. La vida sigue: los viernes y sábados se reservan para chupar, los sábados se hace mandados y se haraganea, y los domingos se reza y se ve a la familia. La vida continúa, y así será de aquí hasta que se mueran.

¿Es en serio? ¿Están felices y satisfechos con sus vidas, sabiendo que dejaron un trabajo inconcluso? ¿Así se van a quedar?

Esta semana, salieron tres columnas haciendo referencia a zombies clasemedieros. Zombies, porque andan vagando como muertos por la vida. Pues no son zombies, son sencillamente conformistas. ¿Cómo es posible que cada cuatro años, van a ver el cartón que autorizó el Tribunal Supremo Electoral y van a pensar “ninguno de estos cerotes me representa”? Pues claro, si a) ni te metiste a un partido; b) ni te molestaste en ser de la masa crítica que fiscaliza y pone el último contrapeso al gobierno; y c) por no molestarte, no propiciaste cambios en el sistema político que harían que exista una opción de tu agrado.

Miren, lectores, ustedes van por la vida escuchando que tienen que ser ciudadanos. ¿Saben qué significa y qué implica? Desde la antigüedad, tanto en varias ciudades-estado de la antigua Grecia como en la república romana, los ciudadanos participaban en la discusión sobre el futuro de su comunidad y vigilaban que quienes tuviesen el poder siguieran los dictados de la ciudadanía. En el momento que la mara se descuidaba, resultaban con tiranos en el poder. En nuestro caso, en la Guatemala del 2015, llevamos cuatro siglos de que a nosotros, los mortales comunes, nos sea indiferente meternos a participar en el gobierno de nuestra comunidad, y luego estemos lamentándonos cuando abusen de nosotros. Es cierto, la política en la Capitanía General de Guatemala, y luego en la República, ha sido históricamente excluyente. ¿Pero eso no les harta? ¿No sueñan, acaso, con tomar las riendas del gobierno y dirigir el país hacia un destino brillante?

No puede ser que sigamos viviendo conformes con un sistema que nos ha dejado a la mayoría, entiéndase clasemedieros, indígenas, pobres, mestizos, y jóvenes, fuera de las discusiones que moldean el futuro de Guatemala.

Ustedes, presumiblemente, son jóvenes. Se supone que les debería interesar su país. Se supone que ustedes no han sido carcomidos por el cinismo, por la desesperanza y por la indiferencia. ¿Ustedes creen que el país tendrá los cambios estructurales que desesperadamente necesita por inercia, por sonrisitas, por comprar productos nacionales, o por cantar el himno? NEL. Así no funciona. ¿Cuántas veces lo tienen que ver? Participar activa y críticamente en la política del país es algo que el estudiante común y el joven trabajador debería hacer en su tiempo libre, si desean que salgamos del hoyo que llevamos cuatro siglos excavando.

Queda mucho por hacer, y mucho por trabajar hasta ver resultados. Pero ustedes pueden comenzar a hacerlo. Sean lectores voraces: lean sobre la historia de este rincón de América. Lean sobre nuestro sistema político. Devoren las noticias como si no vivieran mañana. Entren a las redes sociales y opinen con fundamento en lo que han aprendido de sus lecturas. Júntense, opinen y debatan. Únanse a los movimientos estudiantiles incipientes. Creen un partido.

Todo esto toma más trabajo de lo que ustedes esperan. Pero miren el mundo más allá de los confines del Valle de la Asunción. Los cambios en otras sociedades han sido lentos, pero han sido impulsados por los esfuerzos conjuntos de todos los sectores de la sociedad, con los jóvenes y estudiantes como motor. No se queden en soñar muchá. También hay que poner manos a la obra para salir del letargo y devolverse la vida, la verdadera vida, la que no implica distraerse y fingir que los problemas no existen, ni que no nos conciernen.

Enséñenle al mundo la fuerza de la juventud. Pero sobre todo, que están vivos, que tienen ideales, y que las cosas no se van a quedar así.

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