Gabriel Reyes / Opinión/
Por aquello de las frías noches de enero, La Tona, la banda noventera más churrigueresca del gremio, se reunió en algún antro de la zona uno para que visitáramos la máquina del tiempo. Lo melancólico del viaje arrancó las críticas de aquellos que acusan a “nuestros artistas” del rock, de abusar del mercado de la nostalgia de los años gloriosos de la música en Guatemala.
Aferrados al mismo mercado los eternos Viernes Verde, los esporádicos de Bohemia Suburbana y los prehistóricos de Alux Nahual, hicieron mancuerna con una reconocida marca de cerveza local y durante el año llevaron nostalgia a todos los rincones del país.
Cada vez menos bienvenidos y más desgatados, se paran en el escenario para cantar aquellas canciones legendarias de protesta de la post guerra que movieron a una generación perdida en el tiempo y sirvieron de velcro entre todas las clases sociales.
Un fenómeno moderno digno de estudio, en el cual la música rock funcionó como proveedor de identidad, cada uno de esos himnos, conjugados en “vos” y con referencias históricas, crearon un sentimiento de pertenencia a una colectividad, que aunque en apariencia ficticia, fue el último movimiento juvenil, concentrado pacíficamente, en levantar algún susurro de protesta contra el sistema político y la realidad cultural, o al menos como dijera el fallecido Ricardo Andrade, hacernos sentir “muy orgullosos de ser guatemaltecos”.
La identidad no fue enlatada, ni vendida, ni generada a través de alguna empresa de publicidad, con sonrisas y colores; fue honesta, fue trascendental, eran miles de jóvenes sudorosos, encerrados bajo el himno alusivo de: soy chapín de sangre, vas a respetarme…
Esa identidad nacional los abrazó, les dio materia para luchar por sus ideales no importando cuáles fuesen, les dio entusiasmo para enfrentar la opresión de su entorno. Esa identidad, la cuestione quien la cuestione, relacionó a todos esos individuos de proveniencia distinta y de futuro incierto, con alguna vaga idea colectiva de nación.
Se preguntan los críticos el porqué de la nostalgia, porque el Rock, un movimiento que en el mundo entero representa, no solo una gran parte del mercado cultural, sino un movimiento social importante, que en su afán de no morir, se aferra a los recuerdos de aquellos tiempos mejores, aquellos donde fue masivo, importante y sí, aunque usted no lo crea, gubernamental.
Por allá de los años noventa durante el criticado gobierno de Vinicio Cerezo, quien en sugerencia de la Primera Dama, Doña Raquel Blandón, inició un movimiento cultural que abriría las puertas del centro cívico a las bandas de rock más importantes, aquellos escenarios los pisaron desde los controversiales Guerreros del Metal, hasta los Caifanes mexicanos.
El desorden e irreverencia del rock recibían por primera y única vez el apoyo del malogrado Ministerio de Cultura.
Dejó entonces de ser reprimido por aquellos gobiernos tiranos que creyeron que el rock no era cultura y que la cultura representaba una amenaza para su forma violenta de coaccionar. Sin el apoyo gubernamental, el olvido del mercado que no encuentra en el rock un camino para hacer dinero rápido y fácil, es cada vez mas evidente, además de ser un producto que implica un mensaje complejo que no se adapta a las nuevas corrientes de comunicación exprés, el rock ya no vende.
La nostalgia entonces, más que un mercado, es un álbum de fotos para que aquellos que aceptamos con orgullo el haber sido testigos de los escenarios más místicos del rock guatemalteco. El haber admirado a los héroes fantasmas y los poetas de lo infame, aquellas figuras que hoy se dispersan en el mercado laboral, incluyendo los Call Centers y se codean con los mortales tratando de llevar el sustento a sus familias, ninguno se convirtió en Jim Morrison o Kurt Cobain, ninguno trascendió en los anales de la cultura mundial, ninguno firma autógrafos por la calle. Pero todos algún día, congregaron a grandes masas de peludos soñadores, donde hasta los más intelectuales críticos de la nostalgia bailaron al son de los peces y las iguanas, algunos de aquellos bailarines hoy se ocultan en las alcantarillas de la ciudad y resurgen cada vez que alguna de estas bandas, mercaderes de la nostalgia, se sube a un escenario y nos recuerdan cuando aquí se podía vivir…
Imagen: Cecilia Cóbar/Siglo XXI