Cada guatemalteco hace un esfuerzo desmesurado para estudiar y salir adelante, independientemente si es de la Landívar, la Marro o la San Carlos. Cada quien tiene su lucha, su necesidad y las ganas de sobresalir en un país con las oportunidades contadas.

Pensé en muchas maneras de abordar este tema. Quería hacerlo desde hace un par de meses y no me animaba por el miedo a las repercusiones que generalmente implica hablar de temas como estos.

Estoy feliz y sumamente orgullosa de pertenecer a la casa de estudios en la que me estoy formando, la Universidad de San Carlos de Guatemala (USAC). Sin embargo, eso no me obliga a decir amén a todo lo que se dice y hace, ni me limita a compartir mi punto de vista sobre aquello en lo que no estoy de acuerdo. Tampoco me tomó 7 semestres para llegar a esta conclusión pero sí para causarme el suficiente rechazo y repugnancia hacia la mezcolanza de política y academia en la que hemos caído.

Estudio en la jornada nocturna, trabajo de 8 de la mañana, a 4 de la tarde. Tomo un transurbano que me deja en la Petapa. Si tengo suerte consigo jalón hasta la Atanasio Tzul, sino hago aproximadamente hora y media de trayecto hacia la universidad, con tacones y a pie. Camino alrededor de 15 minutos hasta mi edificio y en los días más duros, me ha tocado recibir clases sentada en el suelo.

Es agotante, pero lo disfruto.

Y todo esto para darme cuenta que los que enseñan son los mismos que de 8:00 A. M. a 4:00 P. M.juegan a desfalcar al Estado; que las leyes constitucionales que tanto te repiten que aprendás son las que ellos infringen descaradamente. Resulta que la educación superior está en manos de los que maquillan ilegalidades y disfrazan arbitrariedades, de los profesionales que cobran salarios por enviar a los auxiliares a impartir clase, de los que se dan baños de pureza y forman parte de estructuras criminales.

Resulta que detrás de todo, hay intereses oscuros, que pareciera ser un campo de entrenamiento y es allí donde juegan a practicar sus marufias, que se dan nombramientos ilegales, reina el tráfico de influencias y no se investiga la procedencia de los (generosos) aportes externos en las diversas campañas de elecciones universitarias, como si nada de esto tuviera importancia. Me di cuenta que la corrupción nos la enseñan día a día en las aulas, que intentan llenarnos la cabeza de la mierda de la que viven y nos obligan a tragarnos el veneno que esparcen.

 Lamentablemente han prostituido nuestra facultad cayendo en el clientelismo político y en el favoritismo, deslumbrándose por el poder y el dinero.

Se ha vuelto común la prepotencia, injusticia, descaro y abuso de poder. Han querido babosear a los estudiantes a cambio de un vasito de café y una champurrada, como si eso fuera a llenar el hambre de justicia que tenemos, y lo han logrado, con unos cuantos.

Hay mil problemas y un par de denuncias ante una administración ausente.

Nos han convertido en una cueva de corruptos que busca cobijo entre los “privilegios” de la política y que cada día suma nuevos integrantes, nuevos cómplices, todos hambrientos de protagonismo, de ganas de poner el mundo a sus pies y terminan convirtiéndose en el cáncer de nuestra sociedad.

Nos hemos unido para luchar en contra de la corrupción del país pero muy poco hemos hecho para luchar contra la corrupción de nuestra casa. Sin embargo, estoy segura que los buenos somos más, por trillado que suene, porque el amor e interés genuino de los estudiantes comprometidos con una transformación social y política apuestan por un mejor país y por una mejor comunidad estudiantil, porque sé que hay personas que luchan con todo lo que está a su alcance para rescatar lo que nos pertenece, que luchan por la academia y buscan recuperar lo glorioso, honorable, admirable y respetable de nuestra alma mater.

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