Sé que hay temas más importantes que este, pero creo necesario abordar algo que en las últimas semanas he visto que ha vuelto a relucir.

Hay algo interesante de las discusiones políticas y es que muchas veces (y en estas latitudes me atrevo a decir que la mayoría de las veces) están cargadas de sentimientos y emociones exacerbadas, que impiden que exista una discusión seria e interesante sobre un tema o fenómeno de actualidad. Lo peor de todo, es que los políticos y demagogos lo saben muy bien y apelan a los sentimientos de las personas para hacer que la tensión, la polarización y el problema en sí se vuelva más grande y controversial.

No me mal interpreten. No escribo desde una posición de arrogancia o con ínfulas de superioridad intelectual o algo por el estilo. Al contrario, escribo esto a modo de reflexión, porque muchas veces he caído en el juego de no pensar bien lo que digo y escribo, guiado por el enojo, la desesperación o la impotencia.

Lastimosamente, estos últimos tres elementos son los que la mayoría de los políticos locales nos provocan a todos los guatemaltecos. Considero que deberíamos, en la medida de lo posible, utilizar esas energías para ver de qué forma logramos desde la base ciudadana construir un mejor país, cada quien en sus áreas de influencia y desempeño, ya sea en los negocios y en la gestión empresarial, en el servicio público, el arte, el deporte, etc.

Hoy en la mañana leía que alguien escribía en Twitter que como sociedad podemos sufrir graves consecuencias si no hablamos de política y de la forma en la que nos gustaría construir una mejor sociedad y estoy de acuerdo con eso. Pero aquí viene el problema: veo muy difícil que eso ocurra si seguimos comportándonos de la misma manera; no generalizo, pero sí hay comportamientos que son masivos (si se le puede llamar de esa manera), que considero inoportunos.

Luego de ver cómo la gente reacciona e interactúa en redes sociales en los últimos días, me hace recordar aquellos días en donde si alguien criticaba o genuinamente tenía alguna objeción sobre el actuar de la dupla que lideraba la famosa lucha contra la corrupción, era señalado de corrupto, apologista de delitos y un sinfín de calificativos sacados del aire, solo por expresar su opinión.

Y es que en el debate actual pareciera que cada vez se perpetúa la costumbre que si alguien no está de acuerdo con algo que pensamos o defendemos, automáticamente es enemigo del pueblo, de las causas justas, del progreso de la sociedad y de todo lo que se considera bueno para la consecución del bien común. Como dicen algunos, parece que cargamos las emociones a flor de piel.

Y de nuevo, los políticos aprovechan eso para agregarle fuego a nuestras divisiones.

Pareciera que cada vez perdemos la noción que existen diferencias entre nosotros y que la otra parte no pertenece a los niños malos solo porque no defiende a los políticos que nosotros defendemos o porque no ve el mundo político y social de la forma en la que nosotros lo vemos.

Pero si vamos un poco más al fondo, lo preocupante es la división innecesaria que todo esto provoca. Y qué decir que a veces ese fanatismo nos lleva a decir y afirmar cosas que simplemente no tienen asidero en la realidad, pero estamos tan enfurecidos y enardecidos que si alguien nos hace ver que lo que afirmamos es erróneo, sacamos la ‘vieja confiable’ de vestir al otro con el traje de enemigo de la sociedad.

Si alguien no está de acuerdo con que se queme el Congreso, automáticamente llueven comentarios haciendo referencia a que por qué le indigna un edifico y no la desnutrición del país. Si alguien no está de acuerdo con la entrada de Planned Parenthood a Guatemala, rápido salen los comentarios de por qué le preocupa eso y no la pobreza de los niños del país. Los creadores de la opinión pública se han vuelto expertos en crear categorías que se excluyen mutuamente, para hacer creer que de un lado están los buenos y del otro lado los enemigos de todo lo considerado justo y plausible, cuando la preocupación por un suceso no excluye ni anula la preocupación por otro fenómeno.

Pero más que la preocupación y la indignación manifestada en mensajes de redes sociales, crear ese tipo de tensiones sin sentido, ignora que la acción individual y colectiva de las personas muchas veces tampoco funciona con esa lógica donde dos fenómenos no pueden coexistir al mismo tiempo.

Es decir, una persona o un grupo de personas pueden estar genuinamente preocupadas por la entrada de Planned Parenthood y al mismo tiempo servir a la niñez del país destinando recursos para ayudar a los más necesitados. Una persona o un grupo de personas pueden no estar de acuerdo con acciones que terminen en violencia pero al mismo tiempo pueden estar involucrados, tanto en el ámbito público o privado, en iniciativas para luchar contra la pobreza y los demás flagelos del país.

Y más que ser un escenario hipotético, el ejemplo de arriba en realidad ocurre. Hay personas que sin ningún afán de lucro o exposición, todos los días mueven cielo y tierra para ver de qué forma construyen un mejor país, aunque no compartan las ideas políticas dominantes que los medios, periodistas y líderes de opinión promueven.

Realmente, hasta parece absurdo tener que explicar algo que a priori no requiere explicación, pero esa práctica se ha vuelto tan común en los últimos años que creo pertinente hablar de ello; sobre todo, porque a nivel personal y sin ánimos de llevármelas del único y especial, soy parte de ese grupo de personas que la narrativa imperante considera retrógrado y enemigo del progreso y de las causas justas (cristiano, provida y crítico de las ideas del progresismo… ¿Qué puede salir mal?)

Pero esa es la realidad que nos rodea y lo peor, es que con esas prácticas solo le damos espacio a los políticos para hacer y deshacer, apelando a los sentimientos de todos nosotros. Lejos de convertirnos en la resistencia, nos convertimos en medios para sus fines.

Que Dios nos ayude.

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