Francisco Juárez/ Corresponsal/
Caminar por aquellas calles era lo común, saludar a todos los que encontraba en el camino. Ver a las mujeres cargar a los niños de brazos y fingir aquella pálida sonrisa, esa mueca indecisa para complacerlas y fingir cordialidad. La verdad es que aquel lugar me parecía detestable. Sus calles sucias, llenas de polvo y basura, el grupo de hombres amontonado en la esquina compartiendo el mismo recipiente de alcohol, mendigando las pocas gotas para saciar la adicción, para calmar el ánimo autodestructivo. Aquellos ojos rojizos que apenas asoman entre la cara hinchada y ennegrecida de frío, de cartones o periódicos que aparentan ser sábanas. Todo me parecía un espectáculo, un susurro de la vida que me decía al oído —todo es irreal— y así lo creí.
Sí, caminar por aquellas calles era lo común, día a día. A Rosita la conocí en la oficina, nos casamos a los diez meses de habernos conocido. Como era de esperar vivimos en un apartamento alquilado. Siempre soñé con vivir en otro país, fuera de ese ambiente. Pero los gastos, el hijo recién nacido, ahora una familia que formaba parte de mi vida.
Trabajar y regresar a la casa muerto de cansancio, caminando por aquellas calles. Los mismos hombres, el mismo horario, día a día la repetición de aquel cuadro improvisto de color.
Me preguntaron muchas veces por qué la maté. Yo no sé qué responder a ese tipo de pregunta. Ignoro todo lo que sucedió aquel día. No miento, me pueden creer. Hace más de veinte años que no veo a mi hijo. Supongo que si pasara a mi lado por la calle no lo reconocería y él a mí supongo que no me querría reconocer y voltearía la cara. Me pregunto en qué momento la vida me llevó a esta circunstancia. No lo logro comprender completamente, con tan pocas cosas que me han sucedido, con tan pocos lugares que he recorrido; siempre fueron las mismas calles, las mismas personas. Aquellos callejones mal iluminados, amarillentos, exhalando soledad.
Rosita se volvió en mi vida solo una extensión más de la cotidianidad, del tedio, de la confirmación de mis más absurdos miedos. Al regresar a casa y observarla preparar la cena fingiendo la conformidad con aquella vida de perros. Me parecía imposible que ella se resignara a esa podredumbre. Me recibía con la sonrisa tierna, con los brazos extendidos y el amor que solo ella me podía tener. Sin embargo en mi mente todo aquello era un teatro, una vil representación y un esfuerzo desmesurado por hacer caminar lo tullido.
Sus besos eran gritos en mis oídos, y llegué a despreciarla aún más. Comprendí que ella también era parte de aquel entorno, que sus actos se limitaban a compadecerme y procurarme la pobre felicidad de su compañía. Siempre me sentí indigno de amor alguno, y todo lo que ella me profesaba me parecía pura fantasía y representación. Tuve compasión de ella. Me reía a sus espaldas pues sentía cómo en mis entrañas el odio iba creciendo. Me enfurecía cómo trataba de engañarme con su cuerpo junto al mío entre la cama.
Aquel amor que Rosita me profesaba me parecía desmesurado para la insignificancia de mi ser. Así llegué a la conclusión que todo aquello era ficción y que su muerte confirmaría que todo lo que yo vivía era una pobre obra de teatro que representábamos sin saberlo y que había nacido de la mente de alguien más.
A veces me pregunto quién me recordará, ahora sentando en la esquina, solo entre el montón de hombres que beben alcohol, que viven entre la basura y el olvido.
Debo confesar que después de tantos años, la verdad y la irrealidad se confunden en mi mente. Quién sabe si Rosita realmente existió o fue solo un sueño. Mis recuerdos van desapareciendo con cada inyección, con cada dosis que inútilmente inserto en mis brazos. Aunque de mis manos nunca he logrado despejar el asco de aquella sensación del cuchillo clavándose en su cuerpo.
Algunos le llamarán locura a todo lo que he confesado en estas líneas, pero suplico no me juzguen abruptamente. En estas pobres palabras me resigno al rencor de quien las lea, y solo suplico comprender que en esta historia, todos somos víctimas de esta isla de adicción.
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