Después de una larga introspección, siempre surgen más dudas que respuestas que generalmente llegan después de cerrar ciclos importantes en la vida, o al menos, ese fue mi caso. Hace poco mi vida tuvo un giro de 360 grados. Mi rutina cambió, mis obligaciones cambiaron, mi forma de ver la vida también y llegué a la conclusión de que las personas y circunstancias a las que nos enfrentamos a lo largo del camino participan significativamente en construir nuestro carácter y personalidad.
De niña siempre le tuve miedo a la soledad. Ahora prefiero estar sola que mal acompañada. Es una las cosas que más disfruto.
De niña le tuve miedo al fracaso; ahora sé que tropezar es el camino correcto al éxito. Le tuve miedo a la desintegración familiar; ahora sé que es una solución. No conocía la desconfianza, la inseguridad ni la indiferencia; ahora puedo decir con certeza que las vivencias personales nos llevan a experimentar nuevos sentimientos y moldean nuestro comportamiento.
Gran parte de mi vida viví dentro de un círculo negativo de agresión verbal e inestabilidad emocional, donde reinaba la desvalorización, el menosprecio y un sinfín de descalificaciones. Y quizá en algún momento, me creí todo ese palabrerío de mierda y me convertí en eso mismo que me hacían creer; pero también fue lo que me dio el valor necesario para salir de ahí para no dejarme; alzar la voz y no agachar la cabeza nunca más. Las intimidaciones, humillaciones y vejaciones se volvieron pan de cada día, la vergüenza e impotencia, también. Mi mecanismo de defensa se convirtió en contrarrestar los insultos con más insultos y claramente mi atmósfera se volvió tóxica, pero siempre llega la gota que derrama el vaso y junto a ella la osadía de poner un alto.
Me valió madre el madrazo que me podía dar después, porque estaba segura que no podría ser peor a lo que estaba viviendo, me valió madre el “deber ser” y lo que pensaran los demás, porque era mi autoestima la que estaban pisoteando y me valió madre “partirle el corazón” a alguien que “sin querer queriendo” me lo destrozó a mi primero.
Tres meses después, las dificultades no han sido tantas como lo imaginé, he logrado experimentar un estado de equilibrio y serenidad que no cambiaría por nada en el mundo y lo más importante, me he sentido feliz, completa e inquebrantable.
He tratado de buscarle explicaciones o justificaciones a muchas cosas y aunque aún ninguna me satisface, trato de comprender que el ser humano así no nace, lo hacen. Sorprendentemente, una ofensa verbal puede llegar a ser tan dañina como una física, aunque no es visible, el efecto de las palabras y la forma de decirlas causan cicatrices de por vida.
Sin embargo, ver hacia atrás y aprender de las experiencias negativas que han marcado nuestro camino, aceptar nuestros errores y valorar las enseñanzas que nos han dejado, es parte del proceso de reconciliación con nosotros mismos.
A todo esto, la mula no era arisca, era dócil y apacible, era confiada y entregada.
La mula era yo.
La mula es Pedro, María, Andrea y José. La mula sos vos, porque estoy segura que a lo largo de tu vida te has enfrentado a situaciones difíciles que te han hecho cambiar pero también crecer. “La mula no era arisca… la hicieron”, a mí, a vos y a todo el mundo. Y qué mejor, que aprovechemos el inicio de año para proponernos a no juzgar a los demás sin conocer las adversidades que les ha tocado afrontar ni las experiencias que los han hecho cambiar.