Samuel Pérez Alvarez/ Colaboración/
La política en Guatemala no tiene muchos fanáticos, de hecho todo lo contrario, tiene tantos enemigos que no los conoce a todos, y peor aún, ellos no la conocen y aún así la desaprueban. Interesarse por la política en este país, está asociado a buscar un cargo de elección pública para ir a servirse del Estado, lo cual bajo esta acepción es indigno. Esto no sucede en países como Alemania, por ejemplo, donde los ministros renuncian si se les incrimina por plagio, en Guatemala al plagio se le llama mercadeo político.
Estos hechos suceden así, porque en Europa hay una fuerte auditoría social por parte de la población. Las personas sí se interesan por la política y no solo por las distracciones mediáticas, probablemente porque al tener una carga fiscal cercana al 40%, hay más incentivos para fiscalizar lo que hacen los políticos con su dinero, en lugar de la guatemalteca que está cercana al 11% -la más baja en la región, cabe mencionar-.
Hay quienes afirman que de política, religión y de fútbol no hay que hablar, y a pesar de eso irrespetan esta norma social, y de la peor forma, se habla solo de fútbol y algún arriesgado menciona la religión, el tema político es tabú.
En política hay dos razonamientos importantes: una falacia y una paradoja.
La falacia es la de generalización, la cual afirma que todos los políticos son corruptos o buscan servirse a costa del pueblo, y la paradoja es que mientras las personas -los votantes que pueden cambiar las cosas- más odian la política, menos se involucran.
Es cierto que muchos políticos, y tal vez los que más incidencia tienen, buscan su beneficio individual por sobre el social, pero mientras continúe la indiferencia las cosas van a seguir así, no existe un caudillo que pueda hacer un cambio positivo sin un equipo y sin respaldo fiscalizador y crítico de la población que busca representar, al menos no en este sistema. Mientras nos sigamos rigiendo bajo el modelo democrático, el cambio vendrá por medio de elecciones populares, y los candidatos seguirán siendo los mismos si los electores no se involucran; si siguen leyendo el periódico de atrás para adelante hasta donde empieza la sección de deportes, o si no dejan de votar por el menos peor, así como la sonada cita de Albert Einstein: “No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo”.