Marcelo Colussi
Se suele decir refiriéndose a lo sexual: los “bajos instintos”. Así la sexualidad nos acercaría a lo animal. Nada más contrario a la verdad. En el ser humano se ha producido un salto sin retorno respecto a lo animal. Los instintos se culturalizaron.
El mundo animal se rige por instintos, mecanismos de respuesta que se desencadenan sin fallas ante los estímulos adecuados. A la aparición de la hembra en período de celo el macho reacciona y el apareamiento trae un nuevo ser de la especie. Esto no es exactamente así entre los humanos.
No siempre se aparean “machos” y “hembras”, siendo la homosexualidad una opción absolutamente humana. Los contactos sexuales no siempre están al servicio de la procreación; por el contrario, esa es una posibilidad entre tantas y no lo típicamente usual. La genitalidad es una posibilidad, no la única. En el campo de la sexualidad entra una enorme cantidad de acciones que no guardan relación con lo animal (masturbación, fantasías, etc.). No hay instinto que fije “normalmente” esta vida. Consoladores, muñecas inflables y toda la colección de artículos de las tiendas de sexo no se corresponden con fuerzas animales que buscan el apareamiento. ¿Cómo explicar desde los “bajos instintos” actitudes como el voto de castidad o la decisión de no procrear hijos? ¿En nombre de qué pauta biológica está prohibido el incesto?
En la sexualidad humana no hay instinto puro. Hay deseo; no hay un objeto esperando que el instinto lo busque automáticamente. Cualquier cosa puede ser objeto sexual: un varón, una mujer, un zapato, un animal, una prenda íntima. El deseo es eso: una búsqueda interminable de no se sabe qué. No hay nada que lo colme, por eso la vida humana es esa búsqueda incansable que impulsa a descubrir otra cosa.
La identidad sexual (ser una dama o un caballero) se construye. Ese proceso no es fácil ni tiene asegurado su resultado final; es una identidad simbólica. Llegar a ser como “mamá” o como “papá” implica entrar al mundo de la cultura; lo sexual sufre ese pasaje. Tomar modelos es lo que nos dice qué se puede y qué no; esa es la clave fundamental de la humanización: siempre hay algo prohibido, razón de ser de la ley. Lo humano implica ley, la sexualidad también.
La sexualidad evidencia nuestra finitud: somos una cosa u otra, pero no todo (como mamá y papá indistintamente). Tener una identidad sexual confronta con los límites, igual que la muerte. De ahí ese malestar que rodea la sexualidad. Por eso también esa visión reactiva en que se la ve como incontenible, frenética, animal.