El abandono y compromiso del servicio público ha afectado profundamente a Guatemala y sus instituciones. El estado ha sido utilizado como medio para obtener beneficios económicos personales y, como consecuencia, el servicio público se volvió atractivo únicamente a quienes buscan servirse a sí mismos.
En efecto, en los últimos años han surgido casos como La Línea, Cooptación del Estado, TCQ, La Cooperacha, Plazas Fantasmas en el Congreso y tantos otros que involucran a altos funcionarios públicos y que ponen de manifiesto que el ejercicio de la función pública parece haberse vuelto sinónimo de abuso de autoridad, corrupción, deshonestidad y enriquecimiento ilícito.
Por eso no es ninguna sorpresa que el servicio público y el trabajo para el Estado sean altamente cuestionados. Existe la percepción de que los funcionarios públicos, lejos de estar comprometidos con su labor, únicamente buscan beneficiarse a sí mismos y se limitan a cumplir de manera ineficiente con su trabajo.
Pero hace dos años nos encontramos en la Plaza, movidos por la indignación de que este problema alcanzara los más altos niveles de la política – pidiendo la renuncia del presidente y vice presidenta – y con la motivación de cambiar el sistema.
Parte de ello pasa por reformar el sistema político y de justicia, pero una parte igual de importante es la reivindicación del servicio público y la renovación de liderazgos positivos en la administración pública.
Necesitamos que servidores y funcionarios públicos entiendan realmente la importancia de su trabajo. Debemos trabajar para que personas con vocación y compromiso estén dispuestas a reivindicar el servicio público a través de su trabajo, honestidad, transparencia y el fortalecimiento y promoción de una cultura de legalidad y excelencia.
Para esto debemos abandonar la idea de que un cargo público es una especie de premio o botín y rescatar los principios que fundamentan el servicio público: su rol es crucial para garantizar la igualdad, el bienestar social y el ejercicio de los derechos fundamentales.
El camino no será fácil. Implica que muchas personas, que nunca pensamos en ocupar un cargo público, nos planteemos la posibilidad de involucrarnos para lograr un cambio real.
Quienes lo hagan enfrentarán una fuerte resistencia.
Defensores de la soberana impunidad se resistirán al cambio, lucharán y atacarán a quienes pretenden hacer el trabajo que les corresponde y elevar los estándares del servicio público en sus instituciones. Pero es precisamente por eso que debemos aguantar esos embates, convencidos de que vale la pena ser perseverantes en la esperanza. Hacer lo correcto, defender el bien común e insistir en el compromiso con Guatemala y su desarrollo desde la gestión pública es sumamente necesario para romper con las prácticas y vicios de la corrupción.
En este sentido, el papel de una sociedad activa es indispensable, no sólo para continuar con la denuncia y fiscalización a las instituciones públicas, sino para recuperarlas de los funcionarios que se encuentran sumamente cómodos en sus puestos sirviéndose de Guatemala, y apoyar a quienes decidan entrar a cambiar las cosas.
Arremangarse las mangas y entrar a renovar el servicio público es una de las formas más directas de apoyar y contribuir a cambiar esta realidad que tanto nos afecta a todos los guatemaltecos. ¿Qué estamos esperando?
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