José Pablo del Aguila/Opinión/
Te escribo este texto a ti, hermano que estás en el medio. Hay muchos que, así como tú, son los hermanos del medio en sus familias. Difícil rol ese de no ser el mayor pero tampoco el menor, sino el de en medio ¿no crees? A veces se siente maravilloso, porque pareces tenerlo todo. Pero otras, te das cuenta de todo lo que no tienes y de lo que no eres. Te frustras y te lamentas.
De tal cuenta, tu identidad ha estado flotando en el limbo desde hace mucho tiempo. Quieres saber quién eres y por qué vales. De pronto piensas que la vida es dura, y se te ocurre que podrías identificarte como el chico aguerrido y valiente que, a pesar de que fue contracorriente toda la infancia, logró salir adelante y ser exitoso. Pero ciertamente, no cuentas con tal derecho, pues creciste con algunas cosillas que otros no tenían, y eso te da ventaja. Es decir, no creciste en la miseria como para hacer alarde de tus tribulaciones; otros crecieron peor que tú y para ellos serán los honores. No obstante, la ventaja susodicha tampoco es la suficiente para sentirte superior a tu hermano menor, como muchas veces has querido hacerlo (sé honesto), y eso porque no eres el mayor, sino el de en medio.
Ahí estás tú, varado en medio de un mundo que te resulta hostil, sin conocer quién realmente eres.
En medio de esta crisis de identidad, indefectiblemente, al igual que muchos otros seres humanos, consideras que para ser alguien importante en la vida, hay que definir un deber-ser. Entonces te fijas en el ejemplo de tus padres, tíos y abuelos; todos ellos también fueron hermanos de en medio, quienes ya han recorrido un largo camino y resultan los líderes más inmediatos. Les pides consejo y empieza la algarabía: “No camines solo por la calle”, “cierra los vidrios cuando paras en el semáforo”, “no hables con desconocidos” y tantos otros mandatos. Te das cuenta que desde la perspectiva de los mayores, no hay que tomar decisiones por iniciativa propia, sino por precaución. Es el peligro el que configura sus vidas o mejor dicho, el miedo al peligro que a veces vale la pena cuestionarse, podría este estar sobredimensionado.
Entonces, te enseñan que para estar a salvo y vivir la vida buena, hay que temer y comportarse prudentemente conforme a ese temor. Pero digamos que esos peligros de los que te cuentan, son solo unos cuantos de una lista infinita y que cuando seas adulto otros miedos te serán añadidos. Entonces ya no solo temerás a las calles, sino también a ser despedido del trabajo y estar imposibilitado de alimentar a tus hijos. Aunque, si bien te va, podrías ser empresario (pequeño por supuesto), pero igual habría miedos, miedos a cualquier cambio que pueda alterar el orden preestablecido, pues está el riesgo de que esos cambios puedan desacelerar tus inversiones y perjudicar gravemente tus intereses.
Y los medios ¡mejor ni hablar de los medios! Si los lees (bueno siempre los lees), tendrás que temer hasta a los terroristas y aunque su centro de operaciones está muy lejos de ti, te los presentan como una amenaza mundial. Tendrás que temer.
Pues bien, veo que resulta ofuscador darle un papel tan protagónico al miedo. No lo merece. Pero hay una buena noticia y es que las cosas no tienen por qué ser así. Decía Galeano: “la utopía siempre está al horizonte y el horizonte siempre es inalcanzable.” Yo profundamente, creo que la libertad no es una utopía, no se encuentra en el horizonte. La puedes alcanzar. Pero no es gratis, por supuesto. Hay un precio y no tiene nada que ver con dinero, o mejor dicho, con propiedad privada para llevar las cosas a términos más prácticos. Tiene que ver más bien con ideas, aunque yo no las conozco (en realidad las sigo buscando). Por lo tanto, no tengo ninguna solución, pero tú tal vez sí la tienes ¡encuéntrala!
Te dejo un videito, alguna luz te podrá dar.
Imagen: David’s imperfect fantasy.