“Es tarde,
pero es nuestra hora

Es tarde,
Pero es todo el tiempo
que tenemos a mano
para hacer el futuro

Es tarde,
pero somos nosotros
esta hora tardía

Es tarde,
pero es madrugada
si insistimos un poco”

Pedro Casaldáliga

Llegar a este punto se parece mucho al final de un día pedaleando, ese volver a casa y darte cuenta de los raspones en brazos y piernas, el sudor en la frente, la mochila enlodada y medio abierta, las manos entumecidas y las piernas acalambradas, pero una sonrisa enorme en el rostro por haber disfrutado el colazo, ya sea esquivando carros por la ciudad o sobreviviendo al descenso en la montaña. Y henos aquí, muchas lunas después de aquel increíble y esperanzador 2015, después de aquella primera reunión de columnistas y unos cuantos miles de kilómetros en bicicleta guardados en el corazón; heme aquí, escribiendo luego de muchas columnas, algunas buenas y otras no tanto, esto que sin duda es el punto y aparte (porque no me gusta decirle final) de esta hermosa etapa en mi vida universitaria.

No recuerdo muy bien hace cuántos ayeres me enteré que este espacio (Brújula) existía,  que podías ser parte y expresar tus opiniones, criticar la realidad y cuestionar todos los constructos que este paraíso desigual da por normales, justos y sanos. Uno de esos lugares que son muy raros dentro de la sociedad guatemalteca, cooptada en todos sus círculos (academia, iglesia, laboral, política y deporte) por esas adultocracias absurdas y obsoletas que duelen, marginan y dictaminan normas rigurosas concebidas desde preceptos desactualizados, prejuicios dañinos y miedos infundados; encontrar esta revista, para jóvenes y coordinada por jóvenes, fue sin duda una oportunidad como pocas y de la cual, agradezco al cosmos la oportunidad de ser parte estos años.

Porque a través de cada columna me pude retar, desaprender, conocer, cuestionar, indagar, cometer errores, hacer preguntas y no quedar conforme con las respuestas.

Y eso, creo, es lo que debemos seguir procurando, alentando y defendiendo para las juventudes (universitarias, citadinas, rurales, religiosas, políticas, académicas, etc.) en nuestro país, en esta convulsa sociedad guatemalteca donde pareciera que ser joven es delito o pecado. Brújula es y debe ser ese lugar desde donde se hacen las preguntas incómodas, donde las dudas son mayores que las certezas, donde cuestionar (a quien sea) está plenamente permitido y donde se sabe perfectamente que la vida no es color de rosa o la realidad un anuncio de Coca-Cola. Desde acá se puede ser rebeldes, se puede tener esperanza, se puede informar a los otros para esparcir la indignación y entender que este paraíso desigual es asunto de todos; aquí podemos hablar sobre verdades incómodas, renglones torcidos, pedales, la depresión, el pluralismo, los fantasmas, el miedo, los muros, los algoritmos, de esos pórticos que no abandonamos por comodidad, de viajar y contemplar, sobre lo simple, lo sagrado y lo que está mal.

Porque escribir siempre será útil, ya que como lo dice el viejo Albus: “las palabras son nuestra fuente inagotable de magia, capaces de sanar o de destruir…” y por eso estamos acá, para transformar consciencias, señalar problemas, denunciar vicisitudes y cuestionar realidades.

Mientras escribo, lo pienso un poco y este suena a uno de esos lugares donde quisieras estar todo el tiempo que pudieras, para aprender y enseñar, para reír y disfrutar, para luchar hombro con hombro y conocer personas o personajes que creen, sueñan, sufren, aspiran y trabajan por la Guatemala que merecemos. Pero ¿Cómo te vas de un lugar de donde no te quieres ir? Creo que más que querer quedarte, en la vida siempre será mucho más útil saber cuándo no insistir más y despedirte, porque saber decir adiós también es crecer y siempre es sano poder decir “adiós” o “hasta pronto”.

Aunque pueda decir que me voy y no sé muy bien a dónde (o quizá sí), me prometo a mí mismo volver por estos lares, quizá a leer a mis colegas columnistas, a rememorar las líneas que compartí o si me lo permite Brújula, a contar que ha sido de este aprendiz de matasanos y las miles de anécdotas, experiencias, espacios y personas que se conocen en los ambientes nosocomiales, pedaleando por la ciudad, caminando por las veredas de la Guatemala profunda, jugando a ser adulto responsable o simplemente contemplando horizontes eternamente cambiantes, que nos permiten mantener la esperanza de un presente distinto. Sin duda me voy como quien no se quiere ir nunca, como ese “5 min más” que nos decimos por las mañanas o como quien está pasándola tan bien con los amigos o su amada y desearía que el tiempo de despedirse no llegara nunca y se agarra del típico “la última y nos vamos”.

Y no me puedo ir sin agradecer a quienes me abrieron las puertas entonces y quienes siguieron creyendo en mí, en las palabras y las historias por contar en este espacio que ahora devuelvo, después de haberlo hecho mío los últimos 6 años. B’antiox Liza, Mar, Andrea y Laysa por abrirle las puertas de Brújula a este aprendiz de nómada; b’antiox Carlos, Kathy, Ximena y Augusto, por trabajar en un área tan poco usual pero valiosa para las juventudes universitarias y las nuevas generaciones; b’antiox Ale y Douglas, por ese esfuerzo diario que hacen para que Brújula se mantenga y esté ahí, para quien lo necesite. B’antiox camaradas columnistas, por todas las ideas compartidas, los ideales, las historias, anécdotas y críticas de las cuales pude aprender y cuestionar, que me permiten irme distinto a como llegué (y a los que se quedan, sigan cuestionando y criticando esta realidad tan desigual ¡Sapere aude por favor!).

B’antiox in qua Brújula, b’antiox por las experiencias, amistades, oportunidades, sitios, luchas, palabras, diálogos, personajes, encuentros, personas y tiempo. B’antiox, por creer en cada palabra, párrafo, línea, opinión y colaboración que este cuasi médico y ciclista tuvo para contar durante tantas lunas… b’antiox por esta oportunidad, b’antiox.

Cambio y fuera.

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