Gabriela Sosa/Opinión/
Veo sus caritas confundidas, sucias, tristes, desilusionadas, hambrientas. Con sus zapatos rotos corren entre los carros tirando tres pelotas en el aire, haciendo piruetas bajo los semáforos; luego van de ventanilla en ventanilla, buscando una mano bondadosa que les dé un par de fichas para comprar tortillas o no presentarse ante sus padres con las manos vacías.
Mientras tanto, un joven maneja un carro del año, regalo de graduación, no ve a los niños, saca su celular durante el tráfico, revisa rápidamente su timeline de Twitter y escribe: “Atrapado en el tráfico para ir a la U un viernes en la noche. Qué injusto.” ¿Injusto? ¿Y para los niños en las calles, acaso no es para ellos injusto? Peor aún, ¿nos damos cuenta?
No lejos de ahí, en otra avenida de la ciudad, una señora le da un quetzal al niño que le ofreció limpiarle el vidrio del carro. La señora tira el quetzal a la vez que arranca el carro. Va a llegar tarde a su cita en el salón, quiere probar un nuevo peinado, como el de las revistas. Tanto ella como el joven pasan bocinándole a una camioneta, está tan llena de gente. ¿Por qué se suben si ven que está llena? ¿Por qué no solo toman taxi? ¿Acaso no hay un bus exactamente igual atrás? Ninguno de ellos se ha subido jamás a una camioneta.
A cientos de kilómetros de ahí una mujer con sus hijos mayores camina dos kilómetros para obtener un poco de agua potable. Se ha quedado sola, ahora que su esposo intentó irse a ese otro país donde todo es grandioso pero el cual nunca le devolvió a su esposo. A su lado pasa un autobús de turismo, cargados de cámaras, protectores solares y ropa de marca.
Les toman un par de fotos, qué bonitos se ven caminando al lado de la carretera; hará una linda foto de portada de Facebook.
El autobús sigue su camino, al igual que la señora, el joven y cientos de guatemaltecos que pasamos a diario al lado personas con estilos de vida tan distintos a los nuestros que ni alcanzamos a imaginarlo. Vidas paralelas, conviviendo en el mismo tiempo y espacio, pero no en el mismo país. Mientras unos hacen colas de media hora para ver una película sobre un grupo de jóvenes que ponen en peligro sus vidas por diversión o para comprar el nuevo iPhone; familias de seis personas duermen bajo la lluvia en un solo cuarto construido con láminas, el único lugar que tienen para vivir.
Son extremos, pero Guatemala pareciera irse siempre a los extremos; pareciera estar divida en dos Guatemalas, la de los que aspiran a una vida como la de las películas y los que en su vida han tenido más de cien quetzales al mes; entre los que nos quejamos del tráfico y los que nunca se han subido a un carro; entre los que pagamos Q30.00 por un café frío con crema batida y entre los que pasan todo el día en el basurero recolectando basura bajo el sol exponiéndose a infecciones por Q10.00 diarios para alimentar a toda una familia.
¿Cómo pretende avanzar y crecer una nación que continúa dividiéndose a sí mismo en dos? Guatemala tiene una larga lista de problemáticas que impiden su crecimiento, sin embargo en mi humilde opinión, a pesar de las iniciativas y los esfuerzos, hasta que ambas partes se integren como una sola, hasta que aceptemos la realidad de nuestro país, no llegaremos muy lejos. Un sector tal vez, ¿pero qué hay del resto? Si solo una parte del país avanza, ¿qué se está logrando realmente?
Hay dos Guatemalas dentro de una, pero un lado tiene más oportunidad que otro de hacer la diferencia. ¿Lo estamos haciendo?