Me ardían las manos y sentía como el fuego no dejaba de colarse en cada fibra de mi ser. Mis tejidos explotando uno a uno y a la impotencia le empezaba a faltar el aire. Mi mejor amiga, del otro lado se iba desvaneciendo de la misma manera que yo, nuestros sueños se aplastaban poco a poco por el incendio, hasta que dejamos de respirar. Fue solo una pesadilla, una pesadilla que hace más de un año atrás, fue la realidad de 56 niñas.
“Aún a las mujeres nos están asesinando, otra herida abierta en el alma de esta tierra, otro crimen hace nuestra historia de guerra” canta Rebeca Lane, nuestra activista y cantante feminista. Siempre visibilizando nuestra realidad. Tan acertada, tan dolorosa y aún así, ¿quieren saber por qué estamos enojadas? Pues la respuesta es que ya estamos cansadas.
Estamos inundadas de acoso, de rechazo y de dolor, lo sufrimos en todos los ambientes en los que nos movemos.
La angustia tiene forma de serpiente y se nos enreda hasta dejarnos sin aire, impidiéndonos estar tranquilas. Por eso estamos locas, por eso estamos enojadas, pero, juntas pelearemos por nuestra paz hasta con los dientes. El sistema tan acostumbrado a sabernos sumisas, es ahora quien debe tener miedo.
¿Qué son mis lágrimas? Mis lágrimas son feroces, son los moretones de mi amiga María Monroy. Atacada por su ex novio en un parqueo hasta perder el conocimiento para que luego le regaran la saliva del patriarcado por el rostro. Mis lágrimas son las mujeres encarceladas por no poder decidir por su cuerpo. Mis lágrimas son mis amigas madres etiquetadas como “malas madres” por ser mujeres, por ser seres humanos antes de ejercer un papel único de reproductoras. Mis lágrimas son las mujeres indígenas quienes por años han sido explotadas y destruidas por el capitalismo.
Estamos hartas de tener tanto miedo, de no dejar de decepcionarnos cuando en nuestros propios círculos existen comportamientos machistas y que aparte, esas acciones sean respaldadas. Estamos enojadas porque no se respetan nuestros “no”. Estamos hartas de tener que decirlo más de una vez. Y si no respetan nuestras decisiones, nuestras almas, nuestros cuerpos, ¿por qué entonces, no vamos a exponer a “La Manada”? Porque eso sí, en todo el mundo hay una.
La doctora feminista Silvia Federici, dice que “El cuerpo de las mujeres ha sido uno de los primeros territorios que ha intentado privatizar el Estado. La reapropiación de nuestro cuerpo debe encuadrarse dentro de esta óptica de reapropiación de los bienes comunales. El cuerpo debe ser solo nuestro, ni del Estado, ni del mercado”. ¿Por qué creen, entonces, que les pertenecemos?
Intentan enemistarnos cuando en realidad todas peleamos contra el patriarcado y no entre nosotras.
No nos volvimos locas, solamente estudiamos, nos educamos y principalmente, dejamos de ceder ante la opresión.
Escribo este artículo de opinión desde una posición privilegiada de clase media. Sin embargo, el dolor me resbala por las mejillas, porque esta lucha es difícil. Es un reto la creación de espacios y la concientización en las áreas rurales, en donde el machismo es más fuerte y la violencia de género es intachable. Las mujeres estamos enojadas porque las cicatrices en el alma y en el cuello jamás producen silencio.
Ya no estamos solas, nos une la rabia. Ya no vamos a permitir que nadie nos toque, que nadie nos humille, ya nadie puede hacernos daño porque estamos unidas, porque somos hermanas. Tenemos un mil razones para estar heridas pero, la sororidad nos hará sana. Si sana una, sanamos todas. Libres somos aterradoras, cortamos las redes que nos han atrapado y nos disponemos a luchar. Porque una somos todas.