José Castillo / Colaboración /
Apuntes de una discusión
Continuando el trayecto por la historia de nuestro país, me topé con la que tal vez es la época más polémica de la misma. El conflicto armado dividió familias, comunidades y al país en general y aún hoy genera pasiones más efervescentes y polarizadas que cualquier otro período de nuestra historia. Fue difícil decidir incluir un libro de este período en el club de lectura, pero resultaba necesario, pues es imposible hacer la vista gorda a esos negros treinta y seis años. El pasado no está para vivir de él, pero si para aprender y no cometer los mismos errores.
Dicho esto, decidimos escoger un libro que contara desenfadadamente, una de las múltiples e interminables versiones del conflicto. Entendimos que de alguna forma, había que sesgarse pues hasta ahora no conozco, y si alguien lo hace que me lo diga, un documento que cuente esta historia sin sesgo alguno.
Las huellas de Guatemala, de Gustavo Porras Castejón (alias el Sholón, apodo que se ganó en sus años mozos por el prominente tamaño de su cabeza), no es un relato del conflicto armado per se, sino más bien la experiencia de un hombre durante esa época. Con sus dudas y convicciones, con sus aciertos y fallas, Porras nos cuenta cómo el conflicto lo cambió a él en particular y a toda Guatemala en general.
Al ser un relato desenfadado y sin un estricto orden cronológico, el autor nos introduce tanto al mundo de la izquierda de armas tomar (donde Porras no se vio demasiado involucrado) como al de la izquierda diplomática, donde desempeñó hasta cierto punto un trabajo de lobista en la comunidad internacional y posteriormente fue un actor clave en la firma de la Paz.
Como miembro activo de la izquierda, visitó ciudades como la Habana, Praga, París y México D.F.; donde conoció y entabló relación con reconocidos intelectuales izquierdistas como el Premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez y el salvadoreño Roque Dalton.
Durante su exilio, Porras permaneció algún tiempo en México, de donde rescata los verdaderos valores patrióticos de esa nación y los compara con los de los guatemaltecos. Aquí, dice el autor, solo nos sentimos guatemaltecos cuando juega la selección de fútbol. Nuestras diferencias étnicas son motivo de conflicto (se puede identificar en el racismo sistemático una de las principales causas del enfrentamiento armado), cuando en México son motivo de orgullo e identidad.
El Sholón, proveniente de una familia pudiente, nos demuestra cada lado de las “dos Guatemalas”. Salió al mundo y se dio cuenta que no todo era igual a la seguridad y a la comodidad de su casa y de su clase. Sin embargo, uno de los integrantes del club cuestionó de manera acertada, si realmente Porras había podido penetrar en la otra Guatemala, o si por algún motivo u otro seguía atado a su clase social, como puede quedar evidenciado por su estrecha amistad con Álvaro Arzú.
Amigo de Arzú o no, el relato de Gustavo Porras es valioso pues demuestra la reacción de un hombre ante la coyuntura que vivía. Con sus luces y sus sombras, el autor nos cuenta cómo fue paso a paso construyendo su destino y cómo, finalmente, jugó un papel fundamental en la firma de los Acuerdos de Paz en diciembre de 1996. Lamentablemente, no podemos decir que hoy estemos mejor que hace casi 18 años, pues de la violencia política, hemos tenido una dolorosa transición a la violencia del crimen organizado.
De todos los períodos analizados, este es, sin lugar a dudas, el que más pasiones genera y el que está más presente en el imaginario colectivo de los guatemaltecos. Para continuar, y casi para terminar con esta superficial revisión de la historia de nuestro país, se leerá “El arte del asesinato político”, donde Francisco Goldman narra de forma magistral el asesinato de Monseñor Juan Gerardi y el subsecuente juicio para encontrar a los culpables materiales e intelectuales. Este hecho es una de las primeras y más resonadas secuelas que dejó el conflicto. La cita es el sábado 8 de noviembre, a las seis de la tarde en SOPHOS.
Imagen: Plaza Pública