
Recuerdo que cuando era niña y jugaba en la casa de mi abuelita esperando a que mis papás regresaran de trabajar, había un día a la semana en especial que llamaba mi atención y era cuando mi abuelita se detenía en el umbral de la puerta a esperar con un vaso en la mano. Mi curiosidad me hacía salir detrás de ella para averiguar lo que sucedía. Era el día que un señor con un grupo de cabritas se detenía frente a la casa de mi abuelita para venderle un vaso de leche fresca; el vasito para mi sorpresa, era para mí. El sabor de la leche no era muy agradable pero la espuma y lo calientito le daban un toque especial que ahora cada vez que veo escasamente por las calles de la Ciudad de Guatemala un grupo de cabritas, recuerdo su sabor.
En la actualidad, es poco común encontrarse con este tipo de trabajadores, tal es el caso de este señor que sale todos los días a las 7 de la mañana desde su casa ubicada en San José La Comunidad, Mixco, hacia las calles de la Ciudad de Guatemala para vender fortuitamente unos cuantos vasos de leche. Esta es una labor antigua que con los años, la pérdida del espacio público y la privatización de nuestras colonias, han obligado a que este tipo de servidores busquen otro tipo de actividades económicas para sustentar la vida de sus familias. Junto con los vendedores de leche de cabra también se encuentran los afiladores de cuchillos, reparadores de zapatos y probablemente muchos más vendedores ambulantes que hoy en día es raro o escaso, encontrarlos por las calles. Valoremos estos trabajos, a sus trabajadores y esa buena época de antaño que nos hacen recordar.