Mucho se habla sobre liberalismo, pero poca claridad teórica se tiene en torno al tema. En muchos debates se hace alusión a la palabra “liberalismo” para referirnos a un modelo de pensamiento o en ocasiones, al término “liberal” para nombrar aquello que tiene cualidades que devienen de este mismo modelo. El asunto se vuelve más complejo a medida que introducimos las diferentes acepciones de la palabra, en tanto que, según el contexto “liberal”, puede tomar diferentes significados y en ocasiones hasta connotaciones opuestas.
A menudo se denomina liberales a conservadores que pujan por las libertades económicas pero no por las sociales, o por el contrario, aplicado a la vida política estadounidense “liberal” es sinónimo de persona que se identifica como demócrata y de tendencia progresista. Asimismo, suelen utilizarse sin ninguna distinción, los términos “liberal”, “neoliberal” y “libertario”, cuando las tres categorías tienen diferencias sustanciales. Lo importante en este punto, es olvidar este cúmulo nublado de acepciones y comprender las categorías desde un punto de vista teórico.
De la misma forma, en algunos casos se relaciona la categoría liberal con una ideología de izquierda, como sucede en Estados Unidos o el Reino Unido, o por el contrario, se le asocia a la derecha en países como Australia. Es cierto que la visión liberal es flexible y puede conjugarse con posturas de ambos lados de la izquierda y la derecha, sin embargo, es fundamental comprender al liberalismo más allá de estos dos polos.
A pesar que el término es empleado a diestra y siniestra para referirse a elementos que, en algunas ocasiones, poco tienen que ver con la teoría liberal, sí vale la pena hacer un breve repaso del fundamento filosófico y las categorías conceptuales que lo sostienen, así como de su comprensión histórica y su aplicación real. Por lo cual, en esta columna me permito hacer una breve explicación sobre qué es liberalismo y qué no es, cuáles son sus diferentes expresiones, y cuál es el contexto del relato liberal en la actualidad.
De entrada, es posible definir al liberalismo como un modelo de pensamiento político que se fundamenta en las libertades individuales; la igualdad, la propiedad privada y la pluralidad de identidades como principios para construir una forma de gobierno. John Rawls, teórico político estadounidense, explica que el liberalismo apuesta por un sistema en donde las personas tengan la mayor cantidad de derechos individuales posibles, distribuidos de forma igualitaria y donde se garantice la diversidad de identidad e ideas personales. Consecuentemente, el poder político debe ser regulado para lograr este fin, de forma que los abusos de poder arbitrario no puedan inhibir al sujeto de desarrollarse individualmente.
Ahora bien, es importante notar que cuando se hace referencia al liberalismo, por lo general la discusión es llevada al ámbito económico, cuando se habla de libre mercado, reducción de impuestos y laissez faire y usualmente se cita a autores como Friedman, Hayek y Von Mises. Si bien es cierto que estos ideólogos han sido referentes para una de las vertientes más relevantes del pensamiento económico, se ha cometido el pecado de asumir que el liberalismo es una doctrina homogénea.
El gran error de la academia ha sido priorizar la enseñanza del pensamiento liberal desde una visión puramente económica, dejando de lado la dimensión política que ha quedado significativamente rezagada.
Si se quiere pensar en ampliar la comprensión y añadir complejidad a las categorías ideológicas, es mandatorio que toda corriente de pensamiento se estudie de forma integral. Autores clásicos como Locke y sus dos tratados sobre el gobierno civil, Stuart Mill con su ensayo “On Liberty” y Rawls con su teoría de la justicia, han sido relegados a un segundo plano y hemos caído en una visión economicista del liberalismo. Esto no solamente ha empobrecido el debate filosófico, sino que ha dado paso a una visión fundamentalista de la economía, donde el debate político ha quedado anulado, tal y como lo proponía el neoliberalismo, que es uno de los ejemplos de la radicalización de la doctrina.
Esta falta de compresión ideológica de las diferentes vertientes, ha generado problemas en el debate político. Pero lo más importante es recuperar el sentido político del liberalismo y dejar atrás los modelos económicos radicales que han generado profundas desigualdades socio-económicas y dan paso a sistemas apologéticos de un capitalismo salvaje.
En cuanto al contexto actual y vigencia del sistema liberal internacional, es necesario reconocer que este paradigma que fue dominante en el siglo XX, incluso imponiéndose al comunismo y al fascismo, enfrenta una grave crisis a nivel mundial. Las democracias liberales están siendo golpeadas por fenómenos sin precedentes, que han puesto su capacidad de respuesta en duda. Ahora los sistemas democráticos se enfrentan a retos de grandes dimensiones, como el avance de la inteligencia artificial, el uso de redes sociales para la manipulación del comportamiento y el surgimiento de movimientos nacionalistas, por mencionar algunos.
El cambio climático y el avance de tecnología son algunas de las amenazas que las democracias liberales no han sido capaces de controlar. Sumado a esto, el surgimiento de gobiernos autoritarios, las profundas desigualdades económicas y los fundamentalismos religiosos, también ponen en jaque a un sistema que necesita renovarse para sobrevivir o acabará muerto. Lo cierto es que en la realidad política no hay lugar para vacíos de poder y las próximas décadas serán decisivas para determinar el rumbo de la organización humana.