José Pablo del Águila / Colaboración /
Por si aún no nos hemos dado cuenta, Guatemala se encuentra en un punto sumamente crucial y peligroso en la historia. Candidatos populistas amenazan con perpetuar el poder, seres humanos mueren diariamente por una grave crisis en salud, los pobres se multiplican, como pueblo nos hemos sumido en una ola de violencia que nos ha deshumanizado completamente, y por si fuera poco, todos los sectores que conforman el país han perdido su tesoro más grande: la credibilidad. Queremos saber la verdad de los hechos pero ya no sabemos a quién creerle, el Gobierno miente, los medios de comunicación mienten y las universidades mienten. Analizo, pienso y suspiro… Finalmente termino por maldecir el día en el que los guatemaltecos hicimos a un lado ese escudo que nos protege de los constantes ataques dirigidos hacia la soberanía de la República… sí, ese escudo es el que yo llamo libertad de expresión.
“Igual ya todos sabemos que todos los días hay asaltos, que los políticos roban, y, en general, que las cosas andan bastante mal”, fue la respuesta que me dieron muchos amigos al preguntarles si se preocupaban por seguir el rumbo de las noticias nacionales. Y es que hoy en día es un hecho, nunca antes había estado presente tal grado de apatía de los jóvenes hacia las noticias de interés nacional. Muchos consideran que es morbo leer los matutinos porque es muy obvio que “el país de la eterna primavera” actualmente no es más que un mito. “Las cosas andan mal, la situación está muy lejos de ser un paraíso, ya todos lo saben, ¿para qué echar más leña al asador viendo noticias de muertos y robos? Con eso solo obtendremos una sociedad llena de paranoia”. Son los argumentos de quienes han decidido darle la espalda a la realidad nacional y encerrarse en ese mundo en el que las cosas marchan bastante bien, en el que la realidad no es más que madrugar, ir a la universidad, regresar a casa y prepararse para un futuro mejor. Que maravilloso suena.
Y lo cierto es que no habría mayor problema con encerrarse en esa burbuja paradisíaca en la que todo está en orden, sin embargo, hay un inconveniente, y es que en Guatemala no solo existimos mis amigos, familiares y yo, también existen otros sectores del país, a los que el sistema les dio la espalda.
Dicho de otra manera, existen tratos deshumanos hacia seres humanos.
Para explicar de mejor manera el contexto nacional me fiaré de datos concretos. Según un informe, 220 personas comprendidas entre los 0 y 19 años mueren diariamente en América Latina. En lo que respecta a Guatemala, es común en el sector salud que los pacientes de los hospitales públicos como el Roosevelt y el San Juan de Dios realicen únicamente dos tiempos de comida al día, y esto a pesar del grave estado de salud en el que se encuentran algunos. Las causas de este fenómeno son la corrupción latente en la red hospitalaria, lo que a su vez provoca que aproximadamente 90 mil raciones de comida se pierdan al año, según el ministro de salud. Por otro lado, en temas de educación, se sabe que del total de niños inscritos en el sistema educativo, solo el 30% tiene un nivel adecuado de lectura y del 100% que cursan estudios primarios en el sector público, solo el 68% termina sexto grado, 40% el nivel básico y solo el 24% llega a diversificado. Vale la pena mencionar que el porcentaje de estudiantes pertenecientes al sector privado es mínimo.
Constantemente, debido a la crisis hospitalaria, las consultas externas no pueden ser atendidas por los médicos y son reprogramadas. Esto afecta a los pacientes, que en muchos de los casos vienen de diferentes sectores de la provincia y al no ser atendidos pagan pasaje de vuelta hacia sus pueblos de residencia, lo que genera un doble gasto. En la foto (Prensa Libre): un niño con fractura de fémur espera ser atendido a las afueras del Hospital Roosevelt. Se le aprecia tendido en el suelo, cubierto de sábanas y en compañía de su padre.
Es un hecho. Para nadie son secreto las condiciones precarias en las que vivimos los guatemaltecos. Tampoco se necesita leer un matutino todos los días para saber que en Guatemala matan, roban, hurtan, mienten, etcétera. En fin, somos un país golpeado por los efectos de la apatía.
Sin embargo, y permítanme hacer una corrección aquí, la culpa de la lamentable situación que vivimos no es solo de nuestros gobernantes, pues no hay país que no merezca al gobierno que tiene. La culpa es de nosotros, que dejamos de ejercer la ciudadanía desde hace mucho tiempo. Que víctimas de la indiferencia y la deshumanización decidimos menospreciar, como mencioné al principio, al escudo más hermoso para defender la justicia: la libertad de expresión. No nos enteramos, no analizamos, no reflexionamos, y los efectos son devastadores: no nos expresamos. Y es que lo cierto es que todos anhelamos un mejor país pero no sabemos qué hacer para cambiarlo, y tampoco nos preocupamos por descubrirlo. Dicho esto, quiero darles la clave a todos mis apreciables lectores para que juntos construyamos una mejor nación. La clave no está en incursionar en la política ni tampoco está en intentar ser como la Madre Teresa de Calcuta, pues reconozcamos que no todos nacemos con un corazón tan bello y noble; la clave es muy sencilla, y está en, primero que nada, sacudirnos la indiferencia y la costumbre que tenemos de leer noticias horrorosas.
No tenemos que deshumanizarnos, tenemos que recobrar esa curiosidad de saber qué está pasando y si leemos una noticia de un asesinato o de un funcionario público que está incumpliendo con sus deberes, no tenemos que tolerarlo, tenemos que indignarnos.
Luego, el segundo paso está en la reflexión, en pensar ¿por qué esto es así? ¿cómo llegamos a ese punto? y ¿qué podemos hacer para cambiar esa realidad? Y finalmente el tercer paso requiere de mucho valor, pero sobre todo, de un ojo crítico. El tercer paso es opinar y expresarse, entendido esto último como la facultad de manifestarse con palabras, de darse a entender, de hacer saber al mundo cuál es mi postura.
La libertad de expresión es un derecho del cual todos gozamos. No tengamos miedo a opinar, la Constitución Política de la República nos protege. -ARTÍCULO 35. Libertad de emisión del pensamiento: “Es libre la emisión del pensamiento por cualesquiera medios de difusión, sin censura ni licencia previa. Este derecho constitucional no podrá ser restringido por ley o disposición gubernamental alguna. (…)”- Claro está que a muchos no les gustará lo que vamos a decir, pero no tengamos miedo, que nadie nos intimide, que nadie nos calle, exijamos el derecho que nos fue dado.
La solución a esta crisis no está en manos de un político ni de un milagroso salvador, pues el último vino hace 2015 años y no sabemos cuándo va a volver, el cambio depende de la decisión que tomemos de hablar y de expresarnos, o por otro lado, de quedarnos callados.