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José Ochoa/ Opinión/

Un clásico más de liga española en el que se coloca al árbitro como protagonista. Undiano Mallenco fue objeto de las críticas de varios seguidores del fútbol ibérico, en su mayoría de los madridistas.  No importan los goles, las jugadas, los futbolistas o los técnicos. El mejor o peor en el campo siempre será el árbitro porque así lo dicen los aficionados y así lo reiteran los medios.

Y estoy cansado. Los árbitros son los culpables porque así lo permite el reglamento.

Porque el árbitro es quien regula las acciones. Se encarga de que se cumpla el reglamento durante el partido. No debería de ser él quien decida qué equipo gana. Los futbolistas deberían de entenderlo, los aficionados también y sobre todo, la FIFA. La NFL ha hecho que, a través de la repetición de jugadas, el juego pierda fluidez pero gane legalidad. No hay dos glorias juntas. Pero, salvo en contadas ocasiones, los partidos de fútbol americano destacan por la efectividad de los equipos en lugar del trabajo arbitral.

El Real Madrid perdió el clásico porque el Barcelona fue mejor. Algunos periodistas -¡gracias!- analizaron los errores técnicos y tácticos que dieron ventaja a los rivales. Undiano se equivocó en ciertas decisiones pero también lo hizo Gareth Bale al no hacer la cobertura a Iniesta en el primer gol azulgrana; de eso no se habla.

Y FIFA y las ligas apelan a que el fútbol es un deporte humano, propenso al error. Pero los fallos deberían de ser de los jugadores. Errar un penal, equivocar un despeje de puños, hacer un mal pase… ese es el factor humano. El árbitro es juez, no parte. Cuando un jugador se tira en el área y el árbitro señala penal, el culpable es el árbitro y no el jugador, que pese a conocer el reglamento lo engaña, no lo cumple y no pasa nada. Algunos, por fortuna, nos hacen creer lo contrario.

La tecnología sirve. Puede equivocarse, pero garantiza mejor precisión. La FA (Federación Inglesa de fútbol), siempre referente mundial, ya utiliza un método para determinar si entra un gol. Además de emitir sanciones a los “piscineros”, cuando intentan engañar con clavados en el área.

Hay que cambiar algo. Porque el fútbol es once contra once. No once contra once y un comodín que ve tú a saber a quién apoye.

Pasa en Guatemala, donde algunos seguidores hasta etiquetan a ciertos árbitros de ciertos equipos. O de ir siempre por el local. Algo podrá hacerse bien en Europa y es el que los estadios garantizan la seguridad de los jueces. Al menos en las competiciones UEFA, entiéndase Champions League y Eurocopas. Es lo contrario en Guatemala, donde reciben acosos en los vestidores, y las patrullas de la policía acompañan a las cuartetas mientras abandonan los municipios, con el temor que les hagan daño.

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