Cuando las personas se encuentran a “otros” en contextos diferentes, se produce la alteridad, esa sensación de extrañamiento, de choque frente a otros. En Guatemala constantemente las personas se encuentran con “otros”; personas con diferentes códigos y maneras de interpretar el mundo. A pesar de ello, todos son guatemaltecos, por el simple hecho de haber nacido en este país. ¿Cómo se identifica y reconoce cada uno de estas personas? ¿Compartimos todos una misma identidad?

Brújula consultó la opinión respecto a las siguientes frases a Andrea Sosa, Alejandro Flores e Iveth Morales. Esto fue lo que nos compartieron.

“En Guatemala, somos más iguales que diferentes. Esta es una de las premisas que debemos adoptar para que el país salga adelante.”

Andrea estuvo totalmente de acuerdo con la frase, Iveth cuestionó el hecho de ser iguales, y para Alejandro somos tan iguales como diferentes.

Andrea Sosa, estudiante de psicología, considera que esta frase es “definitivamente una de las premisas que debemos adoptar para enaltecer a nuestro país y cultura; sin embargo también es importante afirmar que somos más diferentes que iguales, ya que día a día vemos ejemplos que polarizan estas desigualdades. Un ejemplo de esto, niños huérfanos pidiendo limosna a un carro último modelo”.

Alejandro Flores es quien nos comenta que somos tan iguales como diferentes. El asunto es que para Alejandro, como sociólogo que es, ni la igualdad o la diferencia pueden ser tratadas como esencias descontextualizadas. “Históricamente se han generado planteamientos teóricos sobre la igualdad que tienden a obligar, a forzar o a reducir las diferencias a lo mismo. Regularmente lo mismo es lo que representa aquél que hace el planteo sobre la igualdad. Por ejemplo, el pensamiento occidental moderno se ha caracterizado por promover que su modelo político democrático liberal y la economía capitalista de consumo sean los referentes de igualación de las sociedades “civilizadas” y “desarrolladas”. Es una vara para mediar la igualdad a nivel mundial. De esa cuenta, el referente de las sociedades europeas modernas nos ubica a los países del “tercer mundo” como aquellos que aún no han alcanzado la civilización y el desarrollo: en otras palabras, no nos hemos igualado a esas sociedades con modelos capitalistas de consumo y que políticamente se organizan bajo democracias liberales. Entonces, bajo el esencialista de la igualdad, ésta encuentra su contenido en una propuesta particular, lo que impide la posibilidad de pensarnos diferentes de una forma no necesariamente jerarquizada ante la modernidad occidental. O pensar en la posibilidad de generar nuestros propios modelos de diferencia e, incluso, de democracia y economía. Por ejemplo, más allá de asumir que la idea misma de la democracia es de origen occidental, ¿podríamos pensar algún modelo democrático descolonizado o descolonizador?”.

La idea de generar nuestros propios modelos de diferencia también lo plantea Iveth Morales en su respuesta, cuando nos comenta: “Creo que primero habría que definir en qué es que somos más “iguales”; quizá el hecho de haber nacido en un mismo país nos permita sentirnos así. La verdad es que debemos aceptar que somos únicos, es decir diferentes, aun habiendo nacido en un mismo país. Si aceptamos eso y reconocemos desde pequeñas hasta las grandes particularidades y además las respetamos, habremos dado un gran paso”.

Alejandro continúa afirmando que “el asunto de los efectos negativos de las políticas de la igualdad, en Guatemala específicamente, se dejan ver recurriendo a la construcción histórica de la raza. Desde el siglo XIX (desde antes, la verdad) se generalizó un discurso sobre la igualdad teniendo como referencia de positividad, aspiracional, la blancura europea. De esa cuenta, toda una serie de identidades socioraciales que anhelan la blancura se fueron produciendo con el paso del tiempo. En palabras sencillas, muchos quieren ser “iguales” a los blancos. El ejemplo clásico de que “hay que mejorar la raza” es una evidencia de eso. Desde muy pequeños, los guatemaltecos aprendemos una cierta, bastante terrible, idea de que la mayoría somos racialmente “degenerados” porque no somos iguales a los blancos y más parecidos a los indígenas. En fin. El punto es que igualdad y diferencia pueden ser conceptos bastante más complejos de lo que comúnmente se cree cuando se piensa que la igualdad es buena y la diferencia mala. Éstos conceptos se articulan a estrategias de históricas de dominación muy complejas que no pueden ser reducidos a una polaridad bueno-malo”.

Por ello, Alejandro finaliza con que no se trata simplemente de afirmar de forma ingenua “todos somos iguales” o todos somos diferentes.

“¿Ser chapín es sinónimo de guatemalteco?”

“Se puede decir que un chapín es alguien procedente de Guatemala”, afirma Andrea. “En este caso sí son sinónimos y guatemaltecos somos todos los que habitamos en este hermoso país. Tanto xincas, garífunas, indígenas, ladinos y mestizos”.

Un “pareciera que sí” es la respuesta de Alejandro, quien afirma esto tomando como referencia la cultura popular; sin embargo, “tampoco se puede reducir a eso”, afirma.

Iveth, quien labora para la Universidad, piensa que en principio sí, aunque lo pondría en duda porque algunas veces parece ser que el ser chapín hace referencia a quienes son de la ciudad, nacidos o que viven en ella. “He escuchado que las personas nacidas en el interior hacen referencia más al gentilicio del departamento o municipio. Por ejemplo, huehueteco, chiquimulteco, o más especifico aún, ipalteco.

“Ladino, Xinca, Maya y Garífuna… ¿Es nuestra única distinción?”

A esta pregunta, Alejandro e Iveth dan un retundo no, mientras que Andrea se muestra un poco más imparcial.

“Distingue quizá nuestra cultura, color de tez, u origen de procedencia en cuanto a la región específica del país que habitamos; sin embargo, todos somos habitantes de Guatemala, por lo que ¡Todos somos guatemaltecos! Y dicha premisa podría ser nuestra mayor distinción igualitaria, equitativa y enorgullecedora”, nos comparte Andrea.

“Claro que no”, afirma Iveth. “Ello pensaría, nos delimita con cierta pretensión política y para algunos, casos política-administrativa. Sin embargo, al adentrarnos un poco en cada una de estas agrupaciones nos encontramos con muchas más distinciones. Pero la mayor distinción identitaria agrupando a la mayoría de población en referencia a estos cuatro grupos es la exclusión y marginación política, económica, social, cultural y hasta espiritual.” Iveth, quien es trabajadora social, deseó recalcar que las diferencias debemos irlas viendo cada día con mayor atención, para permitirnos reconocernos y darnos cuenta de nuestras grandes fortalezas y debilidades que nos complementan.

Para Alejandro, quien es además catedrático universitario, la respuesta también fue no. “Esas son formas de generar sistemas de clasificación social bastante recientes, articulados a procesos políticos concretos que sobrevalúan las distinciones étnicas y subordinan el complejo universo de diferenciaciones sociales que nos constituyen”. Comenta que esto inició a tener relevancia especial desde los años noventa con el proceso de paz, adquiriendo una fuerza especial con los financiamientos de organismos internacionales interesados en promover el multiculturalismo. “Nuestras diferencias son muchas: los campesinos, los finqueros, los urbanos, los hombres, las mujeres, los católicos, lo evangélicos, los criollos, los ladinos, los indígenas, los mayas, los jóvenes, los niños, los viejos, los adultos de la tercera edad, etcétera, etcétera”. Alejandro afirma que muchos de estos elementos diferenciantes son transversales y componen la multiplicidad de articulación de la identidad de los individuos. “Yo tendría mucho cuidado con reducir la diferencia y, en consecuencia, la identidad a un único elemento de distinción, ya que eso es un rasgo de autoritarismo solapado”, comenta.

“Me gusta más pensar que somos sujetos socialmente construidos articulados tanto en la igualdad como en la diferencia. Eso implica que operamos en una especie de campo de fuerzas, de tensiones, que nos jalan, empujan, y conducen a tomar decisiones por unas cosas o por otras: por ejemplo, es común escuchar gente racista que dice cosas como “no hagás eso porque pareces indio”. Esa expresión opera como una tensión sobre el sujeto de forma que estimula reacción determinada. Si el sujeto que recibe este mensaje es igualmente racista, o mejor dicho aún ha crecido en esta sociedad racista, va a dejar de hacer lo que el otro le dice, se va a sentir mal, va a tener miedo de ser catalogado como indio, con todas las cargas que eso conlleva”. En otras palabras, para Alejandro, discursos sobre el indio, el homosexual, de la misma forma que el hombre, blanco, ladino, heterosexual, son ejemplos de las fuerzas políticas que discursivamente actúan sobre los sujetos. “Lo que nos hace sujetos, es también aquello que nos sujeta al poder”, nos comenta.

“Mi punto es que hay ver los elementos de articulación de la subjetividad críticamente. Estos discursos han sido históricamente producidos, con objetivos de poder específicos y, por lo tanto, no constituyen una esencialidad pétrea o un espacio que deba estar libre de la crítica. En el fondo, el asunto es que la mayor parte de las diferencias se han creado a la par de un largo proceso de colonización (que se reinventa con la república finquera del siglo XIX, pero nunca ha sido críticamente deconstruido): de las sexualidades, de las identidades étnicas, de género, etarias, entre otras muchas. Si estas diferencias, entonces, en su totalidad son producto de un proceso histórico de colonización, es posible pensar que pueden ser modificadas, ya que no son leyes naturales que quedan al margen de la voluntad de la sociedad, sino que son productos de la misma”.

Tres frases y tres personas. Tres ideas, pero muchos puntos de vista y formas de interpretarlas. Después de acercarnos a estas opiniones, sería interesante preguntar a los landivarianos, ¿Cómo interpretan estos puntos de vista? Siendo tan distintos, ¿Podremos en algún momento ponernos de acuerdo?

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