Recuerdo las reuniones del grupo de AA FENIX en zona 9, vecinos de salón en las aulas de la
parroquia, donde inevitablemente, las paredes se hacían permeables y dejaban escuchar lo que se
hablaba en cada reunión, donde los miembros hablaban de sus vivencias, historias, el tiempo que
llevaban sobrios o las recaídas, problemas, rutinas, daban bienvenidas a los nuevos miembros y
entre charlas, bromas, palabras de apoyo, silencios, lagrimas y risas se iba el tiempo. Siempre
admire el valor de estos hombres y mujeres, para mostrarse vulnerables, reconocer sus
limitaciones, aplaudirse unos a otros sus logros, consolarse y sobre todo escucharse sin juzgar.


Hoy, día mundial de la prevención del suicidio, quiero presentarme de la misma forma que
durante tanto tiempo les escuché presentarse a ellos, antes de hablar sobre el tema.


Mi nombre es Antonio, tengo 32 años, soy médico, ciclista, geek, nerd de los dinosaurios,
campeón del torneo escolar de trompos de 1998, hijo, hermano, primo, sobrino, amigo,
compañero, fui diagnosticado con depresión ciclo tímica a los 17 años; un día de junio de 2018
tomé la decisión de ponerle punto final al ruido y caos en mi cabeza, pero dos amigos estuvieron
ahí para mí, para detenerme. De eso han pasado 5 años, en los que la vida me ha regalada
incontables espacios, oportunidades, personas, momentos, alegrías y tristezas; hace 6 meses tuve
una crisis psicótica, y comencé con medicación para estabilizar mi estado emocional, hace 1 mes
fui diagnosticado con Trastorno Limite de la Personalidad, algo que, si bien se sintió como una
sentencia al inicio, luego de mucha interiorización y lectura, es un punto de partida.


Me presento así, sin filtros y sin miedo, sin andar pensando en qué dirán o como me verán
después de esto, porque realmente no se trata de estar atado a un trastorno, un evento, una
recaída, un medicamento o mil etiquetas; no soy mi trastorno, no soy mi intento o ideas suicidas,
soy mucho, mucho mas que eso, pero no voy a renegar y pretender que no forman parte de mí.
Torcuato Luca de Tena escribió un libro, una novela detectivesca que se llama “Los reglones
torcidos de Dios” y va sobre un asesinato en un hospital psiquiátrico, él decía que a veces, Dios
pierde la noción de lo que está escribiendo y las líneas se le tuercen, que ahí, entre esas líneas
torcidas, estamos todos estos locos, absurdos, heridos, trastornados, esperando a que nos
encuentren, que nos abracen y nos amen. Y es lo que todos queremos, lo que todos estamos
buscando, lo que nosotros los reglones torcidos estamos buscando, no somos tan distintos a
cualquier persona con una química cerebral mas o menos normal (si es que eso realmente existe).


Si vamos a hablar sobre salud mental, sobre suicidio, sobre problemas, sobre sentimientos y
emociones que se desbordan, debemos hacerlo desde la empatía, desde el respeto, desde la
voluntad para aprender, para hacer cosas agradables y buenas. No podemos pretender que todo
se solucione orando, rezando o ignorando el elefante blanco en la habitación, como generalmente
pretendemos hacer con todo lo que incomoda, tampoco vamos a acabar con los efectos
devastadores post pandemia en la salud mental de la población con policías arrodillados en un
puente o con mantas citando versículos bíblicos que mas que consuelo parecen condenas. Quizá
podríamos empezar por algo tan simple, como 5 preguntas:

¿Cómo estas hoy? ¿Cómo te sientes hoy? ¿Hay algo de lo que quisieras hablar, pero no hablas
con nadie? ¿Cuándo fue la última vez que te tomaste tiempo para ti? ¿Estas bien?


Preguntas que, si podemos responder con honestidad, nos pintan un panorama claro, nos dan
ideas más precisas, horizontes mas amplios y mas serenidad sobre nosotros mismos. Quizá
muchos necesitamos terapia, quizás otros no, quizás solo basta con sentirse escuchado,
acuerpado, querido y comprendido en este caos rutinario; digo, hay quienes también necesitan
salarios dignos, estabilidad laboral, un plato de comida, un techo, descansar más, tener tiempo de
ocio, pasar mas tiempo en familia; algunos necesitan justicia, otros paciencia, otros confianza,
otras salud y mas de alguno esperanza. No sabremos que nos pasa hasta que lo digamos, no
sabremos que le sucede al otro hasta que le escuchemos, por tanto, si queremos ayudar, debemos
prestar atención y si necesitamos ayuda, debemos pedirla.


A lo largo de mi caminar, y al decir esto estoy hablando de ámbitos estudiantiles, profesionales,
religiosos, políticos e interpersonales, he aprendido que hablar estas cosas incomoda a las
personas, incomoda porque este es un país lleno de tabúes, de cosas que se esconden, de
problemas que se ignoran, de realidades que deliberadamente se pasan por alto. Pero hablar,
nombrar lo que vivimos, darle puntos de partida, identificar los nudos, hallar el desenlace o poner
un final abierto, nos permite sacar lo que llevamos dentro, sanarlo, hacerlo propio y, ante todo,
romper el estigma a punta de palabras honestas, claras, hermosas y reales. Porque nada rompe,
corrompe y daña mas que los estigmas y prejuicios, nada nos aleja mas los otros de los unos que
las cosas que se asumen, los chismes que se riegan o las mentiras que lastiman.


No quiero hablar de esto para que me tengan lastima, no la necesito, a pesar de que muchas
personas así lo creen o lo han creído, yo estoy en terapia, estoy medicado, también tengo
acompañamiento espiritual y una red de amistades/familiares en las cuales me apoyo cuando he
caído al pozo. Quiero que lo hablemos, porque nuestra salud mental importa, porque nuestras
emociones y sentimientos importan, porque pedir ayuda no está mal y recibirla no nos hace
débiles, pero, sobre todo, porque allá afuera, demasiada gente que conocemos y amamos esta
pasando por batallas silenciosas, emociones densas, aprietos y situaciones complicadas de las que
no hablan.


Está bien que no puedas con todo, nadie dijo que tenias que poder

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