Ana Isabel Calderón/ Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales/
*Tercer lugar concurso de Ensayos sobre Ética Profesional. Tribunal de Honor, Asociación de Estudiantes de Ciencias Jurídicas y Sociales.
La ética es la disciplina filosófica que estudia la dimensión moral de la existencia humana, esto significa, todo cuanto en nuestra vida está relacionado con el bien y el mal.[1] Siendo que el campo de la ética se expande en la medida en que también lo hacen los conocimientos y capacidades humanas, y si a ello agregamos la imperante demanda de una conducta recta y solidaria como solución a la problemática social latente en países como el nuestro, es necesario discutir ampliamente el tema de la ética en el ejercicio de las distintas profesiones. Así, la carrera profesional está destinada a ser una fuente de conocimiento y de creación, tal como una vela que irradia luz. De la misma forma en que esta fuente de iluminación está cuidadosamente elaborada por el artesano y en ella se invierte cierta cantidad de materiales, así también las profesiones están financiadas a un alto costo.
Mientras la principal preocupación de muchos de los futuros profesionales es la de aprobar los cursos y culminar exitosamente su carrera universitaria, en la otra Guatemala – aquella a la que algunos ignoran y otros difícilmente conocen- existen miles de jóvenes arrastrados por el río de la ignorancia y la necesidad, aquél que desemboca en el mar de la pobreza que ahoga a la gran mayoría de la población guatemalteca. En tales aguas no hay espacio para la educación, únicamente para la supervivencia. Por tal razón, la profesión involucra derechos, pero también obligaciones que tienen como gran fin cumplir con el compromiso adquirido con la sociedad. Nadie es ajeno al hecho que, de la misma forma en que la parafina pacientemente se solidifica en el molde de la vela, así también el estudiante arduamente se esfuerza por culminar sus estudios; sin embargo, no debemos olvidar que sin el artesano, la vela por sí misma no puede formarse ni cumplir su objetivo. De igual manera, Dios nos ha brindado todos los materiales necesarios para convertirnos en fuentes de iluminación, en profesionales que con su luz contagien a una población sumida en la oscuridad.
Y si Él nos ha dado tanto, ¿no nos convierte ello en inexcusables obligados a reintegrar tal privilegio a través del ejercicio de nuestra profesión en favor del bienestar social?
Es en este punto en donde la ética tiene una trascendental importancia, fungiendo como guía infalible de la conducta. Únicamente a través de esta, el profesional podrá cumplir con el fin al que está llamado, el cual consiste no solamente en hacer de su trabajo el medio para su subsistencia, sino además, en atender a la función social inmersa en su profesión de manera responsable y transparente. Y si se suma a ese compromiso que posee la generalidad de profesionales, el de poner en ejercicio la máxima ignaciana “en todo amar y servir” como fieles egresados de esta casa de estudios, encontramos que la luz que irradiemos debe tocar todos los ámbitos posibles y estar al servicio de los menos favorecidos. Puede que una sola llama no baste, es posible que los vientos movidos por la ambición, el egoísmo y la indiferencia intenten hacer titiritar su brillo, no obstante, si son varias y firmes las luces, el fulgor que emane de ellas será tal, que incluso logrará convencer a quienes ven de la realidad existente algo insuperable. Lo que es inadmisible olvidar es que la actitud y decisiones que adoptemos como profesionales no serán indiferentes ante el artesano, ni ante la sociedad.
[1] Rodríguez Duplá, Leonardo. Ética. Madrid, Sapientia Rerum. Serie de Manuales de Filosofía. Biblioteca de autores cristianos. 2011. Pág. 5.