Andrea Hernández/ Colaboración/
Eran las 3:00 de la tarde, estaba sentada esperándome, le llamaremos Mariana. Tenía apenas 16 años y me vio; estaba pálida, en sus ojos se podía ver la tristeza. La saludé y respondió con un tono muy bajo. No era la joven de 16 años que tiene sueños y ganas de vivir. Mariana solo quería olvidar su pasado. Quería dormir por las noches sin despertar asustada y gritando, caminar por las calles y sentirse libre; quería arrancar de su ser todo el dolor y olvidar lo que había vivido. Mariana es víctima de trata de personas, su madre fue engañada y aceptó que ella fuera a trabajar a la ciudad para tener un mejor futuro. Su tormento, como ella lo llama, comenzó a los 14 años.
Vivía con sus padres al norte del país en una familia de escasos recursos. Su padre era albañil y su madre vendía tortillas. Mariana tenía cuatro hermanos menores y era imposible que alcanzara lo que sus padres ganaban para todos. Un día en la tortillería se acercó una mujer, preguntando si sabía de alguna joven que quisiera trabajar en casa haciendo oficio doméstico, ofreciendo Q500.00 al mes, vivienda, gastos y la oportunidad que estudiara por las tardes. La mamá interesada respondió que su hija podía trabajar con ella.
Al día siguiente llegaron por ella. Mariana pensó que era una oportunidad, que le ayudaría a su mamá, estudiaría y se vendría para la ciudad. Estaba ilusionada. Pero nada fue como ella imaginó. Se subió al carro y en el camino le dijeron que tenía que ser obediente, así no se metería en problemas.
“Llegué y me quitaron mis cosas, era una bolsa con mi ropa, habían más chicas, la señora me agarró, me metió al baño y me tiró una toalla, me tenía que bañar delante de ella. Me daba vergüenza, poco a poco me bañé, cuando salí me dio ropa y me dijo que tenía que obedecer que me iban a tratar bien si hacía caso. Me dejó encerrada y yo no entendía lo que estaba pasando.
Entró un hombre, me agarró, me dijo que era muy bonita y que solo me iba a hacer cariño. Me acostó a la fuerza y me violó.
En ese momento pensé que lo que me estaba sucediendo era lo más horrible, sin saber lo que me esperaba. Luego me soltó y se fue. Me sentía miserable y sucia. Cuando entró la señora me dijo que lo había hecho bien y que tenía que seguir obedeciendo. Le grité que me quería ir para mi casa, que ese hombre me había violado. Ella me pegó y me dijo que tenía que estar agradecida porque ahora iba a estar en la ciudad, no iba a estar en la miseria, pero que la vida era más cara y tenía que pagar mis gastos, comenzando con el trasporte de mi pueblo para acá. Me amenazó que si no los obedecía o intentaba escapar matarían a mis hermanos, me dio mucho miedo.
Me dejó encerrada; a las horas me sacó y llevó a la cocina. No sabía qué hora era, la casa no tenía muchas ventanas y las pocas que habían estaban cubiertas con cartón. Sentí raro, ya no estaban todas las chicas que vi cuando llegué, solo las más pequeñas pero no me hablaban. Estaban comiendo agachadas, nos cuidaba un hombre quien no dejaba de mirarme y sonreía. No quise comer, tenía miedo y me sentía desesperada, no podía creer lo que me estaba pasando. Me habían engañado y no sabía si mi mamá estaba enterada de la verdad. Luego me llevaron otra vez a la habitacióm; a los minutos entró el mismo hombre que había abusado de mí, solo que esta vez iba borracho y llevaba una botella de licor. Me obligó a que tomara, no quise, sabía que me iba a violar otra vez. Como no quise, me amarró y me dio licor a la fuerza; luego comenzó a violarme, me llené de odio, quería soltarme y matarlo. Después ya no sentí, hasta el día siguiente. Cuando desperté no estaba amarrada, ya habían regresado las otras chicas, una de ellas me había quitado los lazos de mis piernas y manos. Ella me contó la verdad: eran 17 chicas, algunas se quedaban en el bar que estaba a la par de la casa, a otras las llevaban a casas para que hicieran “masajes”, pero no solo era eso, también tenían que acostarse con los clientes, las vendían.
En ese momento pensé en escapar, me puse a llorar y ella me dijo que era mejor no resistirse; los castigos eran fuertes, ella tenía marcas de los golpes que le habían dado. Me resistí y decidí que iba a luchar. Así pasé varios días encerrada, varios hombres llegaban y me violaban, me pegaban y me daban licor; a veces eso era bueno porque ya no sentía lo que pasaba. Ya no pude luchar. Ellos me confundían cada vez más, me decían que mi mamá sabía y que ella me había vendido, que ahora ellos eran mi familia; eso me decepcionó más y decidí hacer todo lo que me decían. Me dieron las reglas, ya podía comenzar a trabajar y pagar mi deuda, me iban a pagar Q50.00 por cada cliente. Sin embargo, nunca vi mi dinero porque todo lo abonaba a mi deuda. Los primeros días, cuando terminaba con un cliente lloraba, sentía rabia, estaba condenada a vivir y hacer algo que no quería, me daba asco.
Me enfrenté a todo tipo de clientes: abusivos, sucios, agresivos. Muchos me lastimaron, tenía que hacer todo lo que ellos querían, sino se quejaban y por cada queja que daban mis clientes tenía que pagar una multa de Q100.00 .
Así pasaron los días. Llegaron muchas mujeres y también algunas desaparecían de un día para otro, decían que las rotaban a otros lugares “mejores” donde podían vestirse más bonitas y escuché que las llevaban a lugares elegantes. El tiempo pasó y me acostumbré, pero siempre lloraba, siempre deseaba salir y ver a mi mamá, a mis hermanos, ir a la tienda, correr por las calles. Siempre que llegaba una niña nueva, sentía que era yo; mi ser se llenaba de angustia, miedo y mucha ira. Algunas veces me cortaba, una de la chicas me había enseñado que era una forma de tranquilizar mi dolor. Me cortaba en el estómago porque ahí no me podían ver, muchos clientes preguntaban, yo los ignoraba. Todas las noches consumía alcohol, era mejor no recordar.
—
Eran las 3:30 de la mañana. Nos despertaron los gritos. Una de las chicas estaba gritando, me asomé a ver pero luego me quitaron, vi que estaba acostada y llena de sangre, estaba embarazada, ‘está abortando’ dijo otra. Esa noche recuerdo que todas nos abrazamos y lloramos, le pedimos a Dios que parara este castigo, no podíamos más. Pasaron los meses, trabajaba por las noches, dormía de 5:00 a 10:00 de la mañana, luego tenía que lavar mi ropa y limpiar. En las tardes trabajaba de “dar masajes”, así le llamaban pero era lo mismo, complacer al cliente y por las noches en el bar. Cada mes llegaba alguien a inyectarnos, decían que era para no quedar embarazadas, nos cobraban por eso. Algunas se enfermaban, otras no podían dormir, otras eran agresivas.
Ahora digo que si hay infierno, era esa casa. Olvidé el día de mi cumpleaños, algunas sí lo recordaban, yo no. A veces pensaba que era culpa de mi mamá, que era verdad lo que me decían, que ella me había vendido, otras veces sentía que yo era la culpable, quería desaparecer. Pasé un año y medio en ese lugar, creo que Dios se apiadó de nosotras y un día llegaron a rescatarnos, pensé que se había acabado, pero no; todos los días lo recuerdo, todas las noches despierto llorando, sudando, con mi corazón acelerado, sintiendo que estoy en ese lugar, me da asco, siento que cada hombre ha dejado una marca en mi que no puedo borrar, pienso que hubiera sido mejor morir, pero aquí estoy viva. Sé que usted y muchas personas me quieren ayudar, pero dígame… ¿Cómo hago para olvidar eso, para ser alguien normal, cómo le hago?”
Ahí estaba delante de mí, llorando, reviviendo cada día que pasó en ese lugar. He escuchado varias historias, cada una me despierta la inquietud del porqué somos tan indiferentes ante esta problemática. Caminamos por las calles, frecuentamos lugares “turísticos” sin saber que a nuestro alrededor hay niños, niñas, adolescentes, mujeres y hombres secuestrados, siendo explotados de mil formas, donde su dignidad y sus derechos son violados. El abuso psicológico es, como se puede ver en la historia, un elemento clave. En la trata, la manipulación de la persona, incluyendo intimidación, engaños, amenazas acompañan al abuso físico, permiten controlar y mantener a la persona en una condición que facilita la explotación sexual.
En Guatemala, las víctimas de la trata y de la explotación sexual se enfrentan a condiciones extremas para sobrevivir, en ambientes de control y aislamiento. En un país donde la regla es la explotación, en la que los trabajadores son sometidos a extenuantes jornadas sin descanso, con alimentación inadecuada, con abusos constantes, poniendo en riesgo su vida, no es de extrañar que se naturalicen o pasen desapercibidas las incontables historias de injusticia y abuso.
Ante emociones abrumadoras, confusión, miedo, pánico, además del sufrimiento físico, las personas desarrollan mecanismos para disociarse mentalmente del maltrato que sufren, desarrollando actitudes de negación y hostilidad para lidiar con la ira, vulnerabilidad y la constante humillación. Es aquí donde se desarrollan conductas desorganizadas, terrores nocturnos, síntomas de ansiedad, conductas evasivas, baja autoestima, aislamiento, pensamiento psicótico, conducta agresivas, problemas de aprendizaje y las tendencias suicidas, entre otras. Las consecuencias de esta problemática son devastadoras para las víctimas de trata.
“¿Cómo hago para olvidar?” repetía Mariana, desesperada. Ella nunca lo olvidará pero sí es posible que se pueda superar y al recordar su experiencia, no duela tanto con la ayuda de un proceso psicoterapéutico y con el apoyo de su familia. En nuestro contexto, ¿cuántas personas víctimas de trata reciben la ayuda y atención necesaria? Muy pocas, no digamos las que aún se encuentra atrapadas en ese infierno. Cada vez aumenta esta problemática delante de nuestros ojos y no nos damos cuenta. Ni siquiera nos imaginamos que en ese lugar turístico que nos gusta tanto, los niños están siendo explotados. De nuevo, ¿cómo hago para olvidar? Cuando ella se esfuerza por olvidar las heridas de su pasado plasmadas en su cuerpo y en su conciencia, nosotros nos olvidamos tan fácilmente del sufrimiento que día a día evidenciamos. ¡Hagámos un alto a nuestra indiferencia! Todos podemos contribuir a la erradicación de esta aberración de la trata de personas. Denunciemos, organicémonos por la dignidad de la persona humana, por rescatar a Guatemala de la injusticia y la denigración física y emocional para el enriquecimiento inescrupuloso. Cuando presencien algo que les parezca sospechoso, pasen por un bar, prostíbulo donde vean menores de edad que están siendo explotados denúncienlo al 2220-3767 de la Fiscalía contra la Trata de Personas del Ministerio Público, 1546 PGN, o 1555 PDH.