Hace algunos días empecé a leer uno de los libros que más ansiaba tener entre mis manos: “Crear o Morir: la esperanza de América latina y las 5 claves de la innovación”, del escritor y periodista argentino Andrés Oppenheimer.

El libro aborda, en términos generales, la necesidad de impulsar en nuestros países latinoamericanos el desarrollo tecnológico y la innovación. Desde el título de la obra, el autor establece una especie de ultimatum para nuestros países. O nos abrimos a la innovación y al desarrollo, o irremediablemente los países latinoamericanos seguirán condenados al subdesarrollo.

Tal vez el detalle que más me llamó la atención es que Oppenheimer desarrolla a lo largo de su obra una tesis con la cual, en primera instancia, me sentí profundamente  indignado y ofendido: necesitamos más ingenieros y menos abogados.

La tesis se sustenta en que los países desarrollados económicamente deben su éxito, en gran medida, al fomento en su población del estudio de la ciencia y la ingeniería. Es decir, pareciera que si un país quiere ser una potencia manufacturera, necesita gente que pueda producir los bienes existentes en forma más eficiente y que pueda inventar nuevos productos.

En palabras de Oppenheimer:

Cuando Xi Jinping fue designado nuevo líder de China hace unas semanas, una de las cosas que más me llamaron la atención de su currículo es que es ingeniero. Más exactamente, es un ingeniero que ha reemplazado a otro ingeniero como líder del país más poblado del mundo.

En Occidente, la mayoría de los presidentes son abogados, que en casi todos los casos hablan bonito. El presidente de Estados Unidos es un abogado graduado en Harvard, quien recientemente fue reelegido tras derrotar a Mitt Romney, otro abogado graduado en Harvard. El ex presidente mexicano Felipe Calderón es abogado y acaba de ser reemplazado el 1° de diciembre por Enrique Peña Nieto, otro abogado. En América del Sur, la mayoría de los palacios presidenciales han sido habitados desde hace mucho tiempo por abogados (…)

¿Por qué es interesante todo esto? (…) Porque estamos viviendo en una economía global basada en el conocimiento, en la que las patentes de nuevas invenciones – producidas en general por ingenieros, científicos y técnicos – generan a las naciones mucho más riqueza que las materias primas.”

No obstante, en la mayoría de los países latinoamericanos, la primacía de las humanidades y ciencias sociales sobre la ingeniería y las ciencias duras es manifiestamente notoria.

El caso de Guatemala

Curioso resulta el hecho que en China se gradúan casi 220,000 ingenieros al años, en Estados Unidos 60.000 y en Corea del Sur, 57.000; mientras que en países como México, se gradúan únicamente 24.000; en Brasil, 18.000; en Colombia, 11.000, y en Argentina, 3,000.

Por su parte, en Guatemala recientemente se acaba de publicar el Ranking 2018 de las mejores Universidades del Mundo donde aparece en primer lugar la Universidad Del Valle, seguidas de las Universidades de San Carlos, Francisco Marroquín y Rafael Landívar.

Me parece interesante el hecho que la Universidad del Valle, una Universidad que se ha volcado al desarrollo de la tecnología, la ciencia y la ingeniería en el país, obtenga el primer lugar en el ranking. Es probable entonces que la experiencia del bloque asiático revele que la producción masiva de ingenieros y científicos da buenos resultados para los países.

Aún así, sigo pensando que en Latinoamérica, dado el modelo neoliberal anti derechos humanos que impera en la mayoría de ellos, es necesaria la promoción de una cultura humanista y la formación de abogados, psicólogos, médicos, politólogos, y demás profesiones, que tengan una visión pro hominem, mediante la construcción de un pensamiento crítico y reflexivo sobre la realidad que afrontan nuestros países.

No obstante, hay una realidad que es innegable y refuerza la tesis de Oppenheimer: En nuestros países se necesita cada vez más la promoción de la innovación, de la ciencia y el desarrollo tecnológico.

Así que, por muy choqueante que resulte la afirmación, no es del todo descabellado decir que ojalá hubieran más ingenieros forestales que se especializaran en la selva del Petén y la protección de nuestras áreas verdes; ojalá hubieran más ingenieros agrónomos, que supieran cómo trabajar la tierra de una forma más eficiente y de beneficio para los campesinos; ojalá hubieran más científicos como Ricardo Bressani (creador de la Incaparina) y más ingenieros como Luis Von Ahn (creador de Duoling y del Captcha).

Pues sí, ¿por qué no decirlo, si es la verdad? Ojalá hubieran más ingenieros, más físicos, más químicos…y menos abogados.

Imagen: Unsplash

 

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