Axel Ovalle / Opinión/
Cuando me veo en un espejo, vislumbro que una vez fui quien no debía. Ropas, collares, trenzas y colores; modas, famas, estereotipos y renombre. Existía por lo que otros pensaban de mí, en lo que quería que asumieran al verme. En lo que las revistas y la televisión ilustraban que era lo predilecto. En lo que en la escuela creían que era lo válido. En lo que yo creía que debía ser correcto.
Obtuve mi máster en hipocresía y reparé en él cuando conseguí alcanzar metas y sueños de mentiras, como castillos de arena en el cielo, que se esfumaron con un soplo de viento.
Tal vez nunca fui aquel hijo/padre/hermano/amigo/novio que todos querían ver. Siempre jugué a ese papel designado por la sociedad. Sonreía y saludaba como si me encontrara en un carillo de desfile, únicamente preocupado por verme bien. ¿Falsedad? Por supuesto. Habitaba un cuerpo que no era el mío.
Era un muñeco sin corazón que decepcionaba a quienes su fe en él depositaban. Quienes lo veían como un modelo, lo consideraban bueno para la vida. Solo se dejaba llevar por las apariencias, por las etiquetas, por el Status Quo de una sociedad maquiladora de habitantes. Quería quedar bien, quería ser primero, quería ser perfecto, ser alguien, pertenecer a algo, ser más de lo que realmente era. En consecuencia, se volvió parte de un patrón, un usuario más en la red, un eslabón esclavizado de un falso imperio.
Ahora lloro al ver mi imagen, y recordar el pasado al que pertenezco. Al verme iluso, al saber que fui uno más de la masa congénita. Lloro, lloro de alegría, por haberme dado cuenta que no es tarde para cambiar el rumbo de mi vida.
Me río, me río de esa careta mal pintada, ese rímel encubridor de verdades y esa sonrisa tiesa de conformidades. Me río para desatar mi alma guerrera que está dispuesta a vencer o morir por su tierra. Dispuesta a elevar el asta sobre el imperio lacrado por la hipocresía.
Este escrito es una reflexión que ha suscitado mientras tomaba un refresco de apio y zanahoria. Es bueno para el riñón, bueno para la vida.
No mientas ni engañes a quien realmente eres. Sé lo que quieras ser, no seas más del montón. Sé leal a tu corazón y destruye el reflejo de la hipocresía.