Edgar de León/ Agrupación Landivariana de Estudiantes de Medicina/
El miércoles 16 de agosto se vivieron horas de miedo, angustia e incertidumbre en el Hospital Roosevelt. Un grupo de hombres armados ingresaron al hospital con la intención de causar caos y desorden en la institución y poder así, liberar a un reo cabecilla de una clica de la mara Salvatrucha.
Eran alrededor de las ocho de la mañana cuando ingresaron en un automóvil disparando y apuntando a los guardias de la penitenciaria que custodiaban al reo. Unos ingresaron por la Emergencia de Adultos disparando al aire y corriendo hacia los pasillos de la Consulta Externa. Otros, descargaron sus armas en la calle principal del hospital y se dieron a la fuga por el Boulevard Liberación. Mientras que otro grupo permanecía expectante para facilitar la fuga del reo. No cabe la menor duda que los cinco capturados no eran más que una mínima porción de los involucrados en la minuciosamente planeada liberación. Resultan lamentables las vidas perdidas y vulneradas durante el atentado. Sin mencionar el daño causado al Hospital Roosevelt y a la salud mental del personal del mismo.
No voy a negar que está siendo incluso terapéutico, escribir mi experiencia y la de algunos de mis compañeros en esa mañana, a modo de catarsis. Pero analizar la estrategia de los maleantes o redundar en lo lamentable del hecho no es el propósito de esta columna.
Sin lugar a dudas todos estamos indignados con la situación que se vivió.
Todos estamos molestos con el hecho que hubiesen llegado a nuestra casa a atacarnos. Misma casa en la que siempre hemos atendido a reos y nos hemos dedicado al servicio de ellos. Les hemos visto en los encamamientos, principalmente de la cirugía. Hemos compartido tiempo con ellos y algunos podemos decir que hasta hemos fraternizado con algunos. Porque aunque digamos lo que digamos, nos hemos jurado al servicio de la población guatemalteca. Aún si nos enoja escuchar una nueva historia de asalto en los semáforos, no dejan de ser humanos. Como vos y como yo. Y ninguno de nosotros, tengamos el título que tengamos, tenemos el poder de decidir sobre sus vidas.
Mi objetivo como futuro médico no es el decidir quién
merece ser curado o atendido y quién no.
Porque prometí dedicarme al servicio de todos sin importar su origen, edad, género, orientación sexual, creencias o antecedentes penales y policiacos. Como landivariano, estoy comprometido con los valores de Servicio, Dignidad humana, Responsabilidad y Libertad. Y al negarle la atención en salud a alguna persona, estoy vulnerando su dignidad humana y yendo en contra de ese juramento al servicio. Al decidir estudiar cualquier carrera en la URL nos comprometemos con estos valores. Y es entonces cuando cae sobre nosotros esa responsabilidad. Esa responsabilidad de no quedarnos de brazos cruzados, expectantes a la situación guatemalteca. Esa responsabilidad que nos obliga a trabajar por y para nuestro país. Para no seguir en esa burbuja de falta de compromiso con la realidad guatemalteca.
Y por eso hago la siguiente invitación. Porque creo que es un buen momento, en medio de la convulsión política y social actual, que cada uno nos preguntemos: ¿A qué no estoy dispuesto a resignarme? En lo personal, puedo decir que mi respuesta a esta pregunta en realidad son dos: La primera, no me resigno a que la población guatemalteca continúe viviendo una vida indigna y que día a día sigan existiendo víctimas de la injusticia. Y la segunda, como diría Pedro Arrupe SJ:
“No me resigno a que, cuando muera, siga el mundo como si yo no hubiera vivido.”