Le decimos a la gente “lávense las manos frecuentemente” en un país donde el agua no llega a todos, porque la entuban, desvían, roban o privatizan; les decimos “coman bien” a los que son parte del 61% que vive por debajo de la linea de la pobreza; somos tan cínicos que vamos y decimos como loros “quédense en casa, no salgan” a personas que si no trabajan a diario, no tienen ingresos para poner un plato de comida en la mesa. Vamos por ahí, con nuestros preceptos y conceptos, con toda la teoría y rumores, diciéndole a la gente qué puede, qué no puede, cómo, cuándo, dónde, por qué y para qué hacer las cosas; como decía Eduardo Galeano:
“De los pobres sabemos todo: en qué no trabajan, qué no comen, cuánto no pesan, cuánto no miden, qué no tienen, qué no piensan, qué no votan, qué no creen…. Solo nos falta saber por qué los pobres son pobres… ¿Será porque su desnudez nos viste y su hambre nos da de comer?”
Somos tan buenos para decirle a los otros qué hacer, pensar y sentir pero, desde la comodidad de nuestros privilegios y una pobre (si no es que nula) empatía.
Supongo que es parte de la desigualdad a la que ya estamos acostumbrados en este tercer mundo, esa desigualdad de relaciones humanas verticales, de poder, sumisión y silencio donde las cosas tienen un orden y una forma establecida que no puede cuestionarse, cambiar o mejorar; una desigualdad que va formando ethos y consciencias colectivas cada vez más indolentes, cada vez más desconocidas, cada vez menos libres, cada vez más solitarias. Ahora bien, es probable que uno diga ¿Qué tiene que ver la pobreza, la desigualdad y la construcción social con la medicina? Todo y nada a la vez, porque aun cuando no podamos considerarles factores directos dentro de los procesos de salud-enfermedad, son determinantes cruciales en los procesos de tratamiento, convalecencia y rehabilitación.
Esta pandemia que nos puso todo en pausa, que nos encerró y nos mostró como una simple cadena de ARN basta para recordarnos que nuestra existencia es realmente prescindible dentro de la cadena natural y los ecosistemas terrestres, vino a desnudar la complejidad de nuestros sistemas de organización social, un gran sálvese quien pueda; pero no nos vayamos a extremos existenciales y filosóficos, centrémonos en conceptos terrenales, mundanos y más cercanos, como por ejemplo: el sistema de salud con el cual nos está tocando hacerle frente a esta situación.
Un sistema desabastecido, perpetuamente saqueado, maniatado por corruptos y sindicatos, desactualizado, incapaz de dar una respuesta real y positiva a las demandas de salud, reactivo y pocas veces preventivo, en una eterna lucha contra quienes quieren privatizarlo y terminar de hacer la salud un privilegio; a lo mejor, tal descripcion suena demasiado desalentadora pero, esa es la realidad a la que nos enfrentamos día a día desde los hospitales, puestos y centros de salud. Sin embargo, una cosa es la disponibilidad de recursos y las condiciones laborales, otra bien distinta son las condiciones en las que vive nuestra gente y que los llevan a consulta; es como si los textos de medicina, guías de atención y artículos académicos pasaran por alto las realidades que tenemos en estos pedazos de tierra sumidos en pobreza, hambre y corrupción.
Tenemos pacientes que llegan con la azúcar tan alta que, según los textos actualizados, deberían estar en coma diabético o con dificultades para la vida diaria, pero ahí los ves entrando a la emergencia o consulta externa, como si nada sucediera; golpeados, baleados, macheteados y atropellados a manos llenas, como si la sala de emergencia fuera la de un hospital de guerra o estuviéramos viviendo una catástrofe; niñas de 13 años pariendo a su primer hijo, fruto de la relación con un hombre que les triplica la edad o que fueron violadas y obligadas a llevar a término el embarazo; enfermos mentales que llegan por consultas diametralmente opuestas a su enfermedad, que no quieren pasar el escarnio y la humillación de quien pide ayuda; trabajadoras sexuales, mujeres trans, homosexuales y bisexuales que tratan de pasar desapercibidos entre todas las personas, para evitar (también) el ojo critico y cruel del contrato social guatemalteco. Ahora, si esto es lo normal en cualquier hospital de la red nacional de hospitales públicos, nos toca agregarle el COVID-19 con sus riesgos, problemas, comorbilidades y capacidad de contagio, que medio se contienen y combaten con distanciamiento social, cuarentena, cierres parciales de consultas y atención limitada; toda nuestra red hospitalaria es una bomba de tiempo, que al paso que vamos, nos va explotar en la cara en cualquier momento.
Es evidente que nuestro país es totalmente incapaz de dar una respuesta estructural eficaz y adecuada a este momento coyuntural, donde no nos sirven los rezos, las buenas intenciones y los discursos, sino la ciencia, la tecnología, la investigación y los recursos correctos para mantener a nuestro personal de salud a salvo; entiéndase, ese montón de locos y absurdos que este país no valora, que malpaga, menosprecia y hace sentir prescindibles. Siempre he escuchado que los médicos y estudiantes de medicina en este país se nos reconoce la capacidad que tenemos para trabajar sin las herramientas/recursos necesarios y en condiciones que pone en riesgo nuestra seguridad y de los pacientes; sería bueno que dejáramos de consolarnos en tales palabras, que dejemos de creer que el sistema de salud colapsado y obsoleto que tenemos, nos va formar como mejores profesionales (mas ágiles, mas astutos, mejores improvisadores). De ahí lo absurdo que resulta que ahora todos llamen héroes a los médicos y enfermeras, cuando antes y aun durante todo esto, han sido incapaces de escucharles y acompañar sus demandas.
Ojalá y cuando esto termine (cuando sea que vaya acabar) nos demos cuenta que no necesitamos un ejercito, que la fe no es asunto de Estado y que la economía no es mas importante que las personas; ojalá y cuando salgamos de esta, tengamos el valor de pedir el sistema de salud que nos merecemos, la red de servicios básicos que se ajuste a nuestras necesidades, transporte publico moderno y eficiente, certezas jurídicas para todo e igualdad ante la ley, sin distinción alguna.