Alexander López/ Opinión/
Cuando le pregunto a la gente cómo llega a la U, me responde que en carro, o que sus papás los van a dejar, sobre todo cuando existen tarifas de parqueo demasiado costosas.
Desde que tengo uso de razón, mi papá nos iba a dejar a la escuela de párvulos en bicicleta a mi hermana y a mí, éramos felices. Luego en la escuela e instituto, nos tocaba ir a estudiar a pie. Cuando ya estaba en el colegio, me tocó tomar seis buses al día. Siempre esperé el momento de ser asaltado o asesinado, en cada bus que me subía a diario durante todo un año completo, pero nunca me sucedió.
Era una de las cuantas personas invictas de Guatemala, que había vencido los estereotipos del transporte público.
Ya en la U era distinto; en dos universidades anteriores, el llegar a esos lugares no representaba ser parte del estrato pobre irse en camioneta, significaba tener un mismo sentir, irse en grupo caminando hasta la parada de bus y luego arriesgar las vidas en grupo durante el viaje, era compartir la vida. Luego al venir a mi preciada universidad, me tocó vivir una realidad totalmente diferente. La mayoría –me consta-, no utiliza el transporte público, siendo así hasta la mayoría de estudiantes de ciencias religiosas (o comúnmente llamados por mí “padrecitos”) de la universidad, tienen sus busitos privados.
Al entrar a estudiar me preguntaban qué modelo era mi carro, yo decía que me iba en bus, y la respuesta más obvia de cualquier adolescente de clase media: ¿y no te da miedo andar en bus? Pues la verdad no, ya me acostumbre, es hasta más alegre –pero más tardado-.
Luego compré una moto, y después de varios accidentes, preferí continuar utilizando el transporte público. Aún de noche, saliendo de la U, he preferido utilizar camioneta –aunque allí si me preparo con dinero hasta en los calcetines y mis cosas bien guardadas en mi bolsón-. En ocasiones cuando es necesidad llevar mi laptop, me arriesgo poniéndole suéteres encima y guardándola dentro de bolsas debajo de los sillones conformadas por unas tablas.
Por otro lado, me impresiona la gran cantidad de personas que utilizan el transporte público, desde personas sencillas, hasta personas con traje y corbata. Desde ancianos casi moribundos hasta las señoritas más lindas y bien cuidadas. La necesidad al final de cuentas, obliga.
Anteriormente me causaba vergüenza utilizar el transporte público, pero ahora puedo decir que significa para mí retar a la vida todos los días: es llegar tarde siempre a la U, es encontrar buses cuando a los choferes se les place aparecer, es guardar todas mis pertenencias cada vez que alguien mal vestido sube al bus y esperar la hora en que comience a asaltar, es leer mientras el bus llega, es tiempo para pensar en mí mismo y pensar en aquellos a quienes amas, es dormir sobre el hombro de un desconocido hasta roncar y babear –me ha pasado-, es ver cómo pasa de todo en un bus –desde ver a una persona con ataques epilépticos en medio de la apretazón del bus, hasta escuchar cómo la gente grita ante un tambo de gas casero que persigue en una bajada a la camioneta tras haberse soltado del contenedor que lo llevaba- y por sobre todo, es encontrar a gente de todo tipo: esas personas que se avalanchan y pelean por un asiento, o que alegan cuando el bus no se apura: “apúrate choya”, “dale viejo que ya es tarde”, “por eso es que matan a los choferes”, etc., etc., es un caldo de emociones y quejas dentro del bus, pero también están aquellas personas que amablemente te seden el lugar, que sonríen, que platican, que te llevan tus cosas cuando te ven parado o simplemente aquellas personas que te ven con ojos de aprecio.
El ir en una camioneta es viajar con destino incierto, puedes ir hacia donde deseas llegar o hacia el más allá, dependiendo de cuál sea tu percepción religiosa.
Otros tendrán una visión diferente del transporte público: los que nunca lo han utilizado, los que le tienen miedo, los que si lo han utilizado pero que han sido objeto de asaltos continuos, o los que no tienen la necesidad, todos tenemos una perspectiva e historia por contar.
Lo importante es disfrutarse el viaje, tomarse el tiempo de observar los pequeños detalles de la vida en el ambiente y en las personas. Yo no puedo cambiar la perspectiva que la personas tienen sobre el transporte público, pero les digo que lo disfrutaré hasta que los ladrones me dan la posibilidad de hacerlo.
Actualmente continúo utilizándolo y de vez en cuando tres buenas amigas –a quienes agradezco mucho-, me dan jalón hacia mi hogar.