Juan Fernando Arce/ Colaboración/
Como becado Loyola de la Universidad Rafael Landívar URL – aclaro que suena feo- me tocaba vivir una experiencia en Comapa, Jutiapa, como parte de mi formación universitaria. Como pocos de nosotros (becados Loyola), yo veía esta experiencia como una oportunidad más para seguir creciendo en mi formación integral dentro de la universidad, y fue así como llegó el momento de vivir mi experiencia de compromiso histórico (dentro del proceso de becados, ese nombre recibe una parte del proceso).
El sábado 8 de Junio a las 5:00 a.m. tomamos rumbo a Comapa, Jutiapa. Había de todo un poco; algunos emocionados, otros cansados e incluso, unos molestos porque les tocaba vivir la experiencia. No recuerdo muy bien el camino ya que me dormí una buena parte del mismo. Cerca de las 10:00 a.m. luego de algunas paradas llegamos al centro del municipio de Comapa. Luego de unas últimas compras nos reunimos todos en la parroquia del pueblo.
Cada grupo estaba listo para emprender su camino a las distintas aldeas.
Los puposos, como denominamos a nuestro grupo por la cercanía de la aldea con el Salvador, emprendimos nuestro camino. Renaldo era nuestro líder comunitario y cada vez que preguntábamos ¿Ya vamos a llegar? ¿Cuánto falta? ¿Ya vamos cerca? o cualquier otra duda sobre ubicación, reía y nos decía que ya mero íbamos a llegar. Las preguntas iniciaron alrededor de la primer hora de camino; tres horas después finalmente llegamos a la aldea. Un camino muy duro de recorrer, cerca de 10 km de montaña. Finalmente nos encontramos en la aldea El Naranjo, Comapa. Aún sin saber qué nos esperaba, el arduo camino y las condiciones de las viviendas que habíamos observado nos hacían imaginar lo que realmente estábamos a punto de vivir (luego comprobamos que el camino no era nada). Cada una de las personas del grupo visitó un hogar distinto para convivir con las familias. A mí me tocó convivir con Renaldo y su familia, conformada por 5 hijos y los papás. Es impresionante la forma en que fui recibido.
Cuando llegué a la casa inmediatamente noté que de los dos cuartos que tenía su casa, uno completo se había acomodado para mí. Y no hablar del almuerzo: pollo, arroz y las tortillas más ricas que he comido en mi vida. A pesar de las bajas condiciones de vida de esta familia, ellos no dudaron ni un segundo en darme lo mejor que tenían. Los hijos de Renaldo cuentan con la bendición de tener un padre muy trabajador y luchador que con mucho esfuerzo los está sacando adelante, y me sorprendió el hecho que aunque no compartían la mesa con nosotros, siempre comían lo mismo que Renaldo y yo. Esto me sorprendió -y alegró -porque yo había escuchado de algunos grupos anteriores donde los hijos no solían comer lo mismo que el papá, por lo tanto internamente me alegré al saber que no le estaba quitando de la boca la comida a ninguno de los hijos. Tampoco creo que esos niños tuvieran la nutrición adecuada, pero sí quedé con la certeza que eran niños que al menos se estaban alimentando.
Sin embargo, cuando conviví en el templo de la comunidad, pude notar que no todos los niños estaban bien alimentados como los hijos de Renaldo.
En la aldea encontré a muchos niños con sus panzas infladas seguramente por la cantidad de parásitos, lombrices o enfermedades que podrían tener. Muchos niños solo comían tortillas y algunos otros, nada. Una de las causas más frecuentes de las enfermedades en esta aldea aparte de la mala nutrición, es la calidad del agua. Además de ser escasa, es de muy mala calidad y es el agua de consumo de toda l
a aldea.
Podría continuar describiendo lo malo que encontré en esta aldea pero no fue esa la experiencia que yo obtuve de este fin de semana. Es impresionante a pesar de todas las necesidades que tiene esta aldea, la paz y la felicidad que se respira. Siempre nos educaron para querer más, pero hemos volcado eso a cosas materiales y por eso no logramos encontrar la felicidad en nada porque nunca algo material termina de satisfacernos y siempre queremos más. El Naranjo dejó una lección en mí y fue ver a los niños jugar con tanta alegría -entre rocas y sin zapatos- con los globos que les habíamos llevado. Ver esa felicidad en sus rostros me hizo notar qué malagradecido he sido con las cosas que he tenido en mi vida.
Que sean felices en lo absoluto me quita de la cabeza que no podamos hacer algo por ellos y por tantas aldeas que como ellos están olvidadas por las alcaldías, el gobierno y los diputados. No seamos cobardesde lavarnos las manos y decir que no nos corresponde ver por ellos. Estamos equivocados porque ellos como seres humanos tienen la misma dignidad que nosotros. Merecen agua potable, techo, luz, alimento, educación y muchas cosas más. Y esto no se trata de dar y mandar dinero, se trata de salir y luchar por una Guatemala más justa para todos. No cierres los ojos a la realidad porque Tú estás bien. La gente del Naranjo y de muchas aldeas más tendrá todas estas necesidades pero tienen lo que nosotros en nuestro mundo material no y es felicidad. En las cosas más pequeñas y más humildes ellos han encontrado la felicidad. Esa felicidad y esa armonía ellos la han encontrado en Dios de donde viene toda fuente de amor, felicidad y alegría. Tanto tiempo de servir en la Iglesia y fue hasta este momento cuando comprendí dónde está la felicidad. Gracias le doy a El Naranjo por haberme ayudado a reencontrarme como persona y a valorar lo que tengo pero más que lo que tengo, a ser feliz por lo que soy.