Mito Archila/Corresponsal
Habíamos caminado por dos días enteros a través de la selva. Nuestros pies descalzos palpitaban de cansancio. El Mirador es realmente hermoso.
Era como aquello de las 3 de la tarde. Reíamos y filosofábamos alrededor de una rústica mesa de madera en medio del campamento. Habíamos llegado la tarde anterior.
Don Miguel presidía la conversación; un hombre de unos treinta y pico años, moreno, bajito y con un escaso bigote. Es una excelente persona y -durante la expedición- nuestro guía, curandero y la única esperanza para volver a la ciudad a consumir smog…
– Nosotros ya no sentimos la caminata – contaba Miguel en medio de dos sonrisas. – A veces nos traemos a dos o tres grupos seguiditos. Caminamos por semanas, los pies se agarran al camino. Respetamos a la selva porque ella nos respeta a nosotros.
Caminamos por semanas, los pies se agarran al camino.
Su humildad, sinceridad y la transparencia de sus ojos hablaban grandezas de su alma. Nos daba consejos de vida, contaba sus encuentros con jaguares, turistas desmayados y nos explicaba algo de la cosmovisión maya.
– A nuestros patojos les enseñamos el camino de la selva y las historias de los mayas, porque aquí vivimos del turismo. Nuestra bendición es caminar, Dios nos dio nuestras piernas para trabajar y llevarle tortillas a nuestros hijos.
Qué hombre tan millonario pensé.
Y justo en el momento en que más disfrutaba de su sabiduría, algo irrumpió la paz de la selva. Al principio se escuchó un lejano aleteo en los cielos que cada segundo se hacía mas insoportable. Las hojas empezaron a levantarse del suelo y los pájaros que anidaban en los árboles huyeron horrorizados.
El helicóptero E 42731211 irrumpió en el lugar apoderándose de la selva, como si le perteneciera, como si él hubiera llegado antes que las aves.
Entró a imponer su fuerza, su orden, su abuso. Al mejor estilo de los conquistadores españoles y de los monopolios gringos.
Acto seguido, y luego del concierto recitado por las hélices, descendió una pareja. Llevaban ropa limpia, lentes de sol, bloqueador, un buen almuerzo de carne asada en el estómago y una cámara un poco más grande que su ego. Sus zapatos eran tan blancos como su tratamiento dental y desde lejos se divisaba que olían a nuevo.
Al momento de ver la presumida escena, vinieron a mi mente las botas con las que había estado caminando Miguel; silenciosas y opacas. Eran de hule negro, le llegaban un poco más abajo de la rodilla. Tenían unos 5 hoyos de regular tamaño, algunas manchas de lodo y más de 500 kilómetros caminados.
Miguel no volaba por los cielos, no tenía lentes de sol, una playera con una marca en inglés o $2,500.00 que vale el pasaje aéreo a El Mirador. Pero es sabio como esa selva oscura, su mejor amiga y la autopista de su vida…
Cuando volví a mi mente, la olorosa pareja pasaba frente a nosotros.
– Que tengan buena tarde – dijo Miguel
Y lo único que recibimos como respuesta fue una mirada fría, despectiva, de esas que ofenden y alimentan la existencia de un país con pisos, elevadores e injusticia.
Miguel volteó hacia nosotros para continuar la conversación con una nueva sonrisa, acostumbrado al maldito trato. Los vacacionistas, por su parte, se alejaban entre los árboles en dirección de La Danta, la pirámide más grande del mundo.
Que personas tan pobres pensé…
Fotografía: bp.blogspot.com